
Guste más o menos, nadie podrá decir que la temporada que nos está ofreciendo el director artístico del Teatro Español, Juan Carlos Pérez de la Fuente, no está siendo variada en voces, estéticas e intenciones. Después de un mes en el que se han dado casi a diario llenos absolutos simultáneos en tres montajes muy dispares entres sí: la más comercial «Medea» con un reparto mediático encabezado por Ana Belén; el espectáculo de danza «El cínico» a cargo del consagrado bailarín y coreógrafo Chevi Muraday y el virtuosismo de Funamviolistas que ha cosechado un gran éxito en Matadero, llega, como guinda de ese tornasolado crisol de variedad escénica, el dardo de una de las compañías de personalidad más definida y poética más celebrada del panorama nacional como es La Zaranda. No en vano Juan Carlos Pérez de la Fuente fue uno de los primeros programadores en traer a Madrid a esta compañía. Corría el año 1998, ambos, el Centro Dramático Nacional y la compañía jerezana, celebraban por entonces su vigésimo aniversario de existencia, y Pérez de la Fuente, a la sazón Director del CDN, decidió apostar por esta compañía programando en la sala Olimpia «Cuando la vida eterna se acabe».
El nuevo trabajo de la veterana «La Zaranda», Premio Nacional de Teatro en el año 2010, se gestó de una forma diferente a sus anteriores propuestas. Y es que en esta ocasión el germen del trabajo no surgió como resultado de un proceso de reclusión. «El grito en el cielo» se fue ideando a través de una serie de ensayos abiertos que tuvieron lugar en el marco de una residencia artística en la Biennale de Venezia lo que contrasta con su habitual metodología «monacal» de creación. Otro hito que marcará la cronología de este montaje es que el proceso creativo fue simultáneo a la decisión de la compañía de abandonar Andalucía, hartos del ninguneo al que les han sometido políticos e instituciones durante décadas.

En mi opinión, «El grito en el cielo» presenta luces y sombras por igual. Entre las luces, una feliz descripción de las miserias que soportan en nuestro tiempo aquellos que se encuentran en las postrimerías de la existencia. El panorama desolador de unas instituciones incapaces de reconocer la humanidad de las personas allí ingresadas. La completa falta de una mirada comprensiva –y compasiva– a aquellos que se debaten con las inmerecidas servidumbres de la vejez. También entre los aciertos, el montaje ofrece una imaginería potente con momentos de gran hermosura que en lo luminoso recuerdan a Caravaggio y en la temática juegan entre la desolada resignación de los lienzos de Valdés Leal o la estética triunfal de los éxtasis escultóricos de Bernini. Las interpretaciones suman, incluso cuando el código se vuelve repetitivo y machacón. El movimiento procesional en escena –marca de la casa– evoca perfectamente la naturaleza peregrina de esta especie nuestra tan atribulada.

Sin embargo, creo que decisiones como estirar ad æternum cada uno de los hallazgos temáticos no favorece el ritmo. La repetición abusiva de buenas ideas (como los absurdos ejercicios que impone la gobernanta) termina resultando contraproducente.
Con todo, y sobre la indiscutible belleza formal del montaje, se impone en mí un irrenunciable escrúpulo frente al mensaje último del texto. Es cierto que a estas alturas nadie puede sentirse engañado con La Zaranda, su preocupación por la trascendencia de la existencia humana viene de muy lejos. Y desde el enorme respeto que me provocan todos los que son capaces de lanzar un mensaje que no sigua los postulados dominantes, creo que, en términos de administración del esfuerzo vital, no es inteligente ni saludable poner la esperanza última en aquello que acontece una vez superado el umbral de la muerte.
«Un manantial en el que borbotean estrellas» es una figura literaria hermosa, un eficaz dardo poético, pero también una invitación a la inacción en este tiempo y esta dimensión. Todo nuestro esfuerzo debe ser puesto en juego en esta existencia. Todas nuestras naves han de ser quemadas en esta orilla. Si de algo sirve anhelar un mundo mejor es para cambiar este en el que vivimos y morimos.
Aunque el mensaje trascendente que inocula La Zaranda se sirve lustrado por las bellas imágenes y recubierto de un engañosa pátina de interpretación subjetiva de cada espectador, en realidad es un postulado firme que de forma tajante invita a creer en la realidad de un mundo mejor tras este mundo. El programa musical, muy hermoso por cierto, no deja lugar a dudas: Los primeros compases de la pieza con la que abre la obra, la obertura de la ópera de Richard Wagner, Tannhäuser, evocan el tema de la salvación celestial, otros temas surgirán en esta obertura, como el tema del sufrimiento que tendrá su equivalente escénico en la miserable existencia que llevan los ancianos en el geriátrico. El tema de la salvación celestial será completamente desarrollado en otra de las piezas que se incluyen en el espacio sonoro de «El grito en el cielo», esto es, en el famoso Coro de peregrinos también del Tannhäuser.
Y si estas piezas ya empujan de forma irresistible el sentido de la dramaturgia hacia una solución –la salvación– que se encuentra fuera de las dimensiones de la realidad física, la siguiente propuesta musical supone subir un nivel en la innegable profesión de fe que La Zaranda sirve con sigilo entre chascarillos y bromas que el público recibe divertido. Me refiero al hermoso himno Adoro te devote, de Santo Tomás de Aquino cuyas rimas expresan anhelos tales como:

Señor Jesús, Pelícano bueno,
límpiame a mí, inmundo, con tu Sangre,
de la que una sola gota puede liberar
de todos los crímenes al mundo entero.
Jesús, a quien ahora veo oculto, te ruego,
que se cumpla lo que tanto ansío:
que al mirar tu rostro cara a cara,
sea yo feliz viendo tu gloria.
Amén.
La verdad no es patrimonio de nadie y, por muy grande que sea mi prejuicio, no puedo dejar de respetar las construcciones mentales con que otros persiguen aliviar el peso de la existencia, pero creo que haya o no haya algo después, para poder cumplir con plenitud esta existencia, tenemos que vivirla como si después de ella solo nos esperase un silencio eterno.
Compañía La Zaranda
Dramaturgia: Eugenio Calonge
Dirección Francisco Sánchez (Paco de la Zaranda)
Elenco:
Celia Bermejo
Iosune Onraita
Gaspar Campuzano
Enrique Bustos
Francisco Sánchez
Ficha artística
Música: Overtura de Tannhäuser. Richard Wagner; transcripción del mismo tema para piano y órgano de Franz Liszt; de esta misma ópera el Coro de peregrinos; Adoro te devote. Santo Tomás de Aquino; Mambos. Pérez Prado
Iluminación: Eusebio Calonge
Espacio escénico: Paco de la Zaranda
Cartel: Víctor Iglesias
Fotografía: Juan Carlos García y Víctor Iglesias
Coordinador de transportes: Eduardo Martínez
Una Producción del Teatro La Zaranda con la colaboración del Festival Temporada Alta y la Biennale di Venezia Realizada en el año de gracia de 2014