Crónica de «Peceras» de Carlos Be

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Próximamente en Sala Àtic22 Barcelona
Data: 4 i 6 de setembre 2013
Funcions a les 20:30
Crónica publicada tras su representación en el hall del Teatro Lara de Madrid en enero de 2013.

El otro día fui a ver Amor de Haneke y al hacer una reseña en la red sobre el tema que aborda la película recibí una serie de comentarios que iban desde el desinterés al más expresivo rechazo a la idea de ir al cine a ver una cinta en que la protagonista es una enferma terminal. Me sorprendió la virulencia con que muchos de nosotros rechazamos enfrentarnos a realidades incómodas. Sabemos que estas cosas existen, pero cerramos los ojos ante ellas como si con no mirarlas pudiéramos conjurar la amenaza que su sola evocación representa.

Al día siguiente tuve la oportunidad de asistir a una de las tres únicas funciones en las que, en Madrid, vamos a poder ver la reposición de la obra Peceras de Carlos Be (la próxima ocasión será el martes 22 de enero y la última el miércoles día 30 de enero en el Off del Teatro Lara.

La sensación que me causó Peceras no fue menos intensa que la que me había causado AmorPeceras también te hace mirar hacia un sitio donde uno difícilmente tolera sostener la mirada. Si en Amor ese sitio de abominación es la cama donde languidece un enfermo terminal, en Peceras Carlos Be, de forma inmisericorde, nos hace fijar nuestra mirada en el mundo de la violencia. Pero no la violencia edulcorada de Hollywood, que se sirve al gran público envuelta en tantos filtros que resulta muchas veces heroica o incluso estética. La violencia de Peceras nada tiene de decorado cinematográfico, muy al contrario, es tan realista, como la penetrante fetidez que nos envuelve cuando paseando por el campo nos encontramos con el cuerpo putrefacto de un animal muerto. Es ese hedor insoportable que nos apremia a salir corriendo para no impregnarnos del olor a muerte solitaria en una cuneta.

Algunos han querido ponerle apellidos a esa violencia de Peceras y han hablado así de: violencia “de género”, violencia “machista”, etc. Tal vez fue esa la intención, pero yo no lo veo así. Acotar el significado del sustantivo “violencia” con un adjetivo adyacente es suavizarlo, es darle un matiz, es, en cierto modo, ponerlo en un contexto y de ahí estamos casi un paso de comprenderlo. El mal que muestra Peceras es un mal absoluto, no puede haber contexto (temporal, económico-social, sexual, etc.) ni matización alguna en el hecho de que el placer de unos provenga del sufrimiento de otros. Tal vez peque de ingenuidad pero el único contexto que parece admisible –incluso necesario– es el de la locura ya que la idea de esa iniquidad en una naturaleza sana se hace intolerable (no podemos estar hechos de la misma materia que esos verdugos si no media una grave enfermedad mental). Prefiero, por tanto, verlo como el penoso resultado de un problema psiquiátrico a considerarlo una opción moral.

Por supuesto, para contar una historia hay que ponerla en un momento del tiempo y del espacio y hay que poner cara y nombre a los agresores y a las víctimas, pero hay que tener presente que las víctimas no se representan únicamente a ellas mismas, representan a todo aquel que es agredido, a las mujeres, por supuesto, pero también a los niños, a los hombres, incluso a los animales, a todo aquel ser vivo, capaz de sentir dolor, que es inútilmente martirizado sólo para que su tormento provoque placer a sus verdugos.

¿Con estas premisas alguien se preguntará si es conveniente ir a ver Peceras o serán razonables las mismas objeciones que ponían aquellos que no querían ver Amor? ¿Para qué pasar un mal rato? Yo contestaría que no sólo es conveniente verla es, además, necesario. Es necesario exponernos a la fidedigna recreación de ese mal para que nuestra sensibilidad, tan adormecida a veces, se espabile, para que nuestra consciencia se sienta sacudida y nuestra moral apelada. También, y no es poca cosa, porque es buen teatro, teatro del que conmueve, del que convence. Magníficas interpretaciones de Carmen Mayordomo, Fran Arráez e Iván Ugalde y extraordinaria dirección de Carlos Be en una arriesgada propuesta que de no estar tan bien hilvanada podría chirriar desastrosamente.

Para los que os animéis a mirar allí donde quiere el autor que dirijamos la mirada os daré una clave: nada en la obra es gratuito, nada está vacío de contenido, estad alerta. Fijaos no sólo en lo que ocurre en escena sino en las reacciones del resto del público, que son extraordinariamente reveladoras. Esta sinergia entre escenario y espectadores está favorecida por la proximidad que hay entre ambos en el espacio íntimo del hall del Teatro Lara provocando que el público se vea fuertemente comprometido con lo que está ocurriendo en escena.

Algunas claves de la obra las descubriréis sobre la marcha, otras en los días siguientes cuando reflexionéis sobre lo que visteis; como digo, es teatro del que hace pensar, del que te sacude y, quiero pensar también, del que te ayuda a ser mejor ser humano.

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