Playoff de Marta Buchaca para La Joven Compañía

 

Algunas personas con las que he intercambiando impresiones sobre el nuevo trabajo de la Joven Compañía, #Playoff de Marta Buchaca, comparten básicamente alguna de mis prevenciones pero, aun así, lo dan por bueno debido a lo interesante de un proyecto escénico realizado por y para jóvenes y por la indudable pasión que han puesto los participantes en el proyecto. Es cierto que, ante todo, se respira un enorme compromiso de las actrices y del equipo técnico. Un nivel de entrega al que es difícil sustraerse pero, por otro lado, no se puede obviar que aunque es cierto que un buen proyecto necesita una dedicación profunda, también hace falta una gran dosis de reflexión sobre lo que se está haciendo. Especialmente en el caso de un trabajo que se va a dirigir específicamente a colectivos jóvenes.

Marta Buchaca ha sido seleccionada por La Joven Compañía para escribir un texto sobre machismo. Crédito no le faltaban a esta autora que nos sorprendió hace unos años con una fantástica obra de temática similar a la de la ahora comisionada Las niñas no deberían jugar al fútbol. Sin embargo, en esta ocasión el resultado dramático no solo es  irregular sino que el pretendido discurso antimachista es a veces errático y en ocasiones  contraproducente.

El machismo, como cualquier otra actitud excluyente, construye su corpus ideológico sobre clichés, generalizaciones y estereotipos que, aunque empíricamente nunca son demostrados, arraigan en el inconsciente colectivo con gran firmeza: las mujeres no saben conducir, las mujeres son incapaces de entender un mapa, las mujeres necesitan vocalizar sus sentimientos a todas horas, las mujeres no progresan en el ámbito profesional porque son emocionalmente inseguras, etc.

No hace falta ser mujer para entender el desafío que supone, por ejemplo en el entorno laboral, desmontar esos falaces enunciados esforzándose a diario para realizar un trabajo igual o mejor que el de cualquier otro compañero.

Pero hay un cierto feminismo que ha utilizado una estrategia muy similar a la que padece. Esto es crear clichés, generalizaciones y estereotipos sobre los hombres. En su obra PlayOff Marta Buchaca cae en este extremo. Las siete jugadoras en el escenario trasmiten una imagen distorsionada y básicamente negativa de todos los hombres que las rodean: el marido incapaz de dormir a sus hijos, el novio insolidario que se da a la fuga en cuanto tiene que enfrentarse a un revés, el entrenador egoista, etc. Sustituir los estereotipos machistas con clichés feministas no es solo es igual de injusto sino que además es contraproducente porque obviamente provoca rechazo y el consiguiente enfrentamiento.

Tampoco creo que el feminismo para reivindicarse tenga que emular los usos y expresiones del machirulismo extremo. Pocos hombres sentimos como algo propio el compadreo descerebrado de un vestuario deportivo (de nuevo un cliché), ni el nivel simiesco del locker room talk. Las chicas de Playoff reproducen al milímetro ese comportamiento ridículo: tono de sobradas, puñetazos en las taquillas, celebraciones y bailes primarios. ¿Por qué demonios alguien quería clonar exactamente ese entorno en el que solo se encuentran cómodos un cierto tipo de hombres, no especialmente los más inteligentes?
Con todo, lo peor es que Marta Buchaca termina, creo que sin darse cuenta, confirmando ciertos clichés machistas. Por ejemplo, la lesbiana alfa del grupo –»Torete»– es un burdo estereotipo machista de mujer lesbiana: promiscua, hombruna, agresiva, etc.  Asimismo, Buchaca hace que sus personajes, lejos de centrarse en el apremiante reto deportivo al que se enfrentan gasten enormes recursos mentales en vocalizar emociones, hacerse reproches, mostrarse inseguras y celosas, etc.  Tremenda, por inoportuna, la escena en que una de las actrices transmite el encuentro al micro. En un momento muy comprometido del juego (están a punto de perder el partido) y a medida que sube la tensión la comentarista comienza a balbucear y lloriquear mientras angustiadísima dice las cosas que habitualmente dicen los comentaristas deportivos sin inmutarse: «nos lo jugamos todo».

¿No habíamos quedado en que es necesario acabar con esos clichés? Todos estamos acostumbrados a trabajar en entornos llenos de mujeres y ¡oh, sopresa! no se ponen a llorar en los momentos de presión…

La dramaturgia, que en un primer momento parecía que iba a afanarse por presentar a un grupo de mujeres independientes e inconformistas, gira pronto hacia el melodrama fácil –otra concesión hacia los que sostienen la hiperemotividad de las mujeres–. De pronto aparecen el cáncer, el sida, etc… todo ello a puro grito porque la dirección ha debido entender lo pertinente de mostrar que ellas pueden gritar tanto y tan alto como los más brutos de entre los hombres.

Precisamente, es tratando el episodio de la infección VIH cuando Marta riza el rizo y pasa, de confirmar estereotipos machistas, a revivir supersticiones sanitarias que tanto daño hicieron a la comunidad seropostiva. Es cierto que el trinomio «infección VIH-herida sangrante-maquinilla de afeitar» fue un top seller en las ficciones teatrales y cinematográficas de hace unos veinte años. Era un tiempo en los que se desconocía mucho la naturaleza del virus y los mecanismos de infección y la comunidad sanitaria, para salvaguardar la salud de los ciudadanos, elaboró una serie de recomendaciones que en no pocos casos provocó que los contagiados fueran tratados con excesiva prevención cuando no con rechazo. Hoy, veinte años después, se sabe que la infección por VIH se hace en entornos anaeróbicos y que el virus tienen posibilidad cero de vivir fuera del organismo. Es decir, que hoy en día tenemos certeza que los cientos de miles de personas que se han contagiado de esta enfermedad en estas décadas lo han sido por prácticas sexuales de riesgo, por compartir jeringuillas o por trasmisión madre-feto durante el parto. Así que, para honrar el debido rigor, sería interesante que cuando sea necesario tratar el tema de la maquinillas de afeitar –de verdad, este recurso tan manido no ayuda a la integración– o cuando se presente a un personaje seropositivo sangrando, los demás personajes no hagan como si en vez de sangre de la herida le estuviera saliendo plutonio enriquecido. Insisto, no ayuda desestigmatizar al colectivo.

Con respecto a la dirección se puede destacar cierto abuso del micro que se llega a usar incluso en diálogos entre dos personajes. Exceso de gritos, como ya hemos apuntado anteriormente y, soprendentemente para una obra que condena la brecha salarial entre futbolistas femeninas y sus colegas masculinos, apenas hay toque de balón, de hecho, excepto en una escena que se hacen unos pases nivel «centro de rehabilitación de personas mayores», la interacción con el balón se hace con las manos ¡!

Sí funciona muy bien el espacio escénico creado por Silvia de Marta y la eficaz iluminación que firma Juanjo Llorens.


Del 01 al 24 de febrero de 2018

Dónde: Teatro Conde Duque

Info práctica

  • Funciones
    • Jueves, viernes y sábados, a las 20h
  • Funciones para centros educativos:
    • Martes y miércoles, a las 10 y 12:30h
      Jueves y viernes, a las 11hEncuentro con el público al finalizar las sesiones matinalesReservas para funciones matinales en www.lajovencompania.com
  • Edad
    • Recomendada a partir de 13 años
  • Duración
    • 1 h y 30 min

ELENCO

CRISTINA BERTOL
NEUS CORTÈS
ANA ESCRIU
YOLANDA FERNÁNDEZ
CRIS GALLEGO
MARÍA ROMERO
CRISTINA VARONA

EQUIPO ARTÍSTICO

Dirección José Luis Arellano García
Iluminación Juanjo Llorens (AAI)
Escenografía y vestuario Silvia de Marta
Música y espacio sonoro Luis Delgado
Videoescena Álvaro Luna (AAI) y Elvira Ruiz Zurita
Movimiento escénico Andoni Larrabeiti
Caracterización
Sara Álvarez


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