Joe Penhall escribió Naranja / Azul (Blue / Orange) en un periodo de tres semanas del año 1999. No es baladí el detalle de que esa actividad creativa coincidiese con la lectura dramatizada –dirigida por el propio Penhall– de la obra Acelera (Speed-the-Plow) de David Mamet. Estrenada en abril del año 2000 en uno de los espacios del National Theatre, el Cottesloe Theatre, gozó de una gran acogida; el montaje, que pronto llegaría al West End, cosechó varios premios en sus primeros meses de andadura. Apenas seis meses después de su estreno londinense, la compañía Escena Alternativa presentó en el Teatreneu la versión catalana del mismo, Blau / Taronja (traducción de Roger Peña Carulla y dirección de Jesús Diez) en lo que sería asimismo la premier internacional de la obra. En 2001 esa misma producción viajó al desaparecido Espai Moma de Valencia.
La obra llegó a la pequeña pantalla en 2005 gracias a una película para televisión dirigida por Howard Davies.
A pesar de haber sido escrita hace catorce años y de evocar una realidad algo lejana –la sociedad multirracial británica– la obra sigue siendo de rabiosa actualidad y, habida cuenta de que entre sus principales temas se encuentra la reflexión sobre el desmantelamiento del servicio público de Sanidad, puede afirmarse que la elección de este texto para el presente montaje es muy afortunada.
Argumento y Análisis
Tres personajes: Christopher (Janer Mena), un joven negro inadaptado social que, tras un altercado no aclarado para el espectador, ha estado recluido durante unas semanas en un centro de salud mental para su evaluación; Bruce (Bruno Lastra), el joven médico que lo trata, y Robert (Chete Lera), el pragmático jefe de servicio encargado de supervisar las decisiones de los demás miembros de su equipo y de administrar el presupuesto del Departamento. La discrepancia entre ambos facultativos sobre el diagnóstico del joven abre una brecha que convertirá la trama en un verdadero thriller argumental en el que ambos contrincantes utilizarán sus mejores armas –muchas veces manifiestamente torticeras– para defender sus posiciones. En dicha disputa aflorarán temas de calado como el racismo, el abandono del sistema público de Salud y la ambición personal descontrolada. Y a medida que se desarrolle la trama, el espectador comprenderá que, a pesar de la encendida argumentación, las motivaciones últimas de ambos médicos están bastante distantes del bienestar del enfermo. Por este alejamiento de lo que debía ser el objetivo irrenunciable de cualquier sanitario, y a pesar de que se trata de un texto profusamente sembrado de notas de humor, el espectador, identificado fácilmente con el enfermo, no puede dejar de experimentar cierto desasosiego al ir descubriendo las debilidades que condicionan el criterio de ambos profesionales.
El personaje de Christopher, el paciente, también resulta por sí mismo de gran interés, ya que en ningún momento queda claro el alcance de su problema mental: si se trata de un mero trastorno de adaptación, como sostiene Robert (lo que implicaría su alta médica inmediata y un tratamiento ambulante –ergo menos costes económicos y humanos–), o si el chaval sufre de un mal de diagnóstico tan escurridizo y de pronóstico tan incierto e inhabilitante como la esquizofrenia (un panorama que podría comprometer extraordinariamente los mermados recursos del departamento). Eso es algo que intencionadamente no queda aclarado del todo, por lo que el público tendrá que seguir con atención la evolución del enfermo, los síntomas que dice tener y, sobre todo, la interpretación que cada médico dará de esos síntomas. Y todo ello sin olvidar que los dos facultativos se encuentran mediatizados por prejuicios culturales, intereses bastardos, miedos vitales y desmedidas ambiciones personales y profesionales. Será pues una sugerente tarea para el espectador entresacar las trazas de realidad que pueda haber en el interior de esa maraña de medias verdades y discursos supuestamente progresistas y solidarios.
Resulta muy estimulante en el montaje el tipo de relación del autor con ambos contrincantes. Lejos de tomar partido por ninguno de ellos, Penhall les insufla un gran poder de convicción y una depurada habilidad argumental, de forma que –y retomo aquí la referencia a Mamet del comienzo– las simpatías cambian a medida que se desvela la verdadera naturaleza de los antagonistas. No se trata de un teatro de héroes y villanos, estos personajes no salen de un cuento. Son personas de carne y hueso con la enorme complejidad que eso implica. Tampoco es un teatro de respuestas; todo lo contrario, es un teatro de preguntas, o lo que es lo mismo, buen teatro.
El montaje del inquietante y sugestivo texto que se presentó en la sala Arte y Desmayo de Madrid está bien armado. El director Juanma Gómez ha sabido equilibrar convenientemente las fuerzas de los tres actores, para así hacer justicia a la estructura de triángulo equilátero con que se ha concebido el texto. Solo cabe felicitar al equipo por el redoblado esfuerzo que supone apostar por un texto de este nivel de exigencia y por la apuesta por la calidad.
Próximos pases:
El 23, 24 y 25 de octubre de 2015 en el Teatro Quintero de Sevilla.
Equipo artístico:
Robert: Chete Lera
Bruce: Bruno Lastra
Christopher: Janer Mena
Traducción: Bruno Lastra
Iluminación: Álvaro Gómez
Fotografía: Alicia González
Vestuario y Espacio Escénico: Cronopios y Arte&Desmayo
Producción ejecutiva y distribución: Sandra Avella – Rovima Producciones
Producción: Cronopios
Director: Juanma Gómez