¿Qué enseñanzas se pueden sacar de David Mamet sobre cómo incorporar subtexto al guion?
Traducción Miguel Pérez Valiente
El desconocido cineasta «indie» Alfred Hitchcock dijo en una ocasión una frase memorable: «Un drama es como la vida real pero sin las partes aburridas».
El hecho es que, en las películas, el trabajo del guionista es básicamente contar una historia en imágenes. Y para demostrar esta afirmación, voy a centrarme una de las películas con diálogos más jugosos de los últimos tiempos. Me refiero a la adaptación cinematográfica que hizo David Mamet de su obra teatral homónima de 1984, la ganadora de un premio Pulitzer, Glengarry Glen Ross[NT.: Éxito a cualquier precio].
Por lo tanto, completando la frase de Hitchcock se podría decir que: en las películas, al igual que ocurre en el buen drama, nadie dice lo que quiere decir, o, exponiéndolo de una forma menos taxativa, en el drama se habla con al menos la misma ambigüedad con la que habla la gente común y corriente. Porque, tal y como pasa en la vida real, el diálogo (o la conversación, depende de en qué plano de la realidad estés viviendo) se encuentra en su totalidad en el subtexto, allí están las motivaciones ocultas y los mecanismos secretos que impulsan nuestras interacciones.
«Si un escritor de prosa sabe con precisión sobre qué está escribiendo, puede omitir cosas que conoce, y el lector, si el escritor está escribiendo con suficiente verdad, tendrá una percepción tan clara de esas cosas omitidas como si el autor las hubiese verbalizado.
La dignidad con la que avanza un iceberg se debe a que solo un octava parte de su ser se encuentra emergida. –Ernest Hemingway».
Pero, para ser franco, algunos escritores simplemente no pueden evitar que sus personajes digan lo que realmente piensan (y como bien saben ustedes el negocio cinematográfico no es precisamente el más honrado). Y, Dios los bendiga, esos textos se vuelven guiones y, hasta en ocasiones, esos guiones son llevados a la gran pantalla.
Y ninguno de sus personajes dice lo que realmente está pensando. Incluso en la famosa escena de Alec Baldwin en Glengarry Glen Ross [NT.: Éxito a cualquier precio], el tema no son los cuchillos para carne.
Y no es solo la motivación del personaje de Alec Baldwin (anónimo, excepto por un apodo no apropiado para el entorno laboral [N.T.: Cuando un empleado le pregunta su nombre él responde: “Fuck you”]) la que provoca ese inolvidable monólogo. La motivación superficial podría ser su apoyo a Mitch y Murray, los jefes de la inmobiliaria para quienes está haciendo el favor de encender un fuego bajo un inútil y poco eficiente equipo de ventas.
(Nota: en el caso de que nunca hayan tenido el placer de escuchar la alegre arenga de abajo, y se encuentran en su oficina debo advertirles que dependiendo en donde trabajen un vídeo así puede resultar completamente inapropiado).
Y aun así, y odio tener que decirlo –porque normalmente salgo corriendo despavorido de la habitación cuando alguien viene a pegar ese tipo de charla–, pero es más complicado que eso. Los personajes no comen solo porque estén motivados. En cualquier día tomado al azar nos vemos a merced de las flechas y las lanzas con que la avasalladora fortuna acosó al príncipe shakesperiano, desde el despertador que no suena a la falta de agua caliente en la ducha; desde el tren que perdemos al atasco del tráfico; el dolor de cabeza, la pareja habladora, etc. Lo que decimos y hacemos la mayoría de las veces no es solo diametralmente opuesto a la suma de lo que nos ha pasado a lo largo del día sino que, irónicamente y por extensión es opuesto a nuestras propias vidas. Cósmico, ¿no?
En esos pocos minutos, el personaje de Baldwin, quien ha conducido hasta allí en un coche de 80.000 dólares para echar la bronca al equipo de ventas. En realidad no va allí a sermonearles; ni siquiera está allí para arengar a esos perdedores. A los ojos de ese vendedor anónimo, él está allí en una «misión de misericordia». En cierto modo, quiere sinceramente ayudar a esos hombres, quienes, cada uno en su propia manera, están obsoletos o sobreviven como pueden. Él les mira desde lo alto del Monte Olimpo, aquí, en una noche lluviosa para darles un poco de «amor con mano dura». Y cada uno de los personajes de esa oficina es el producto de los días y los años que les han llevado hasta ese momento, aunque Mamet comentó, en una excelente entrevista con The Paris Review, que no le interesa nada más que la pregunta:
« ¿Tiene el personaje necesidad de transmitir esa información? Si la respuesta es no, entonces es mucho mejor eliminar dicha información, para no poner al público en la misma posición que en la que se encuentra el protagonista –trato de seguir esto como un principio irrenunciable–. Quiero decir, si no escribiera para el público, si no escribiera para que les resulte más fácil a los espectadores, entonces, ¿para quién coño lo haría? Y la forma de hacérselo más fácil es siguiendo estas reglas: cortar, crear un clímax, omitir la exposición, y avanzar siempre hacia el sencillo objetivo del protagonista. Son postulados muy estrictos, pero son, según mi opinión y experiencia lo que se lo hace más fácil al público».
Y más importante aún:
«La gente solo habla para conseguir algo. Si yo digo, ‘déjame decirte algunas cosas sobre mí’, tus defensas se disparan; te dices: ‘me pregunto qué quiere de mí’, porque nadie habla jamás a no ser que quiera conseguir un objetivo. Esta es la única razón por la que la gente abre su boca, en el escenario y fuera del escenario. Puede incluso que lleguen a usar un lenguaje que resulte esclarecedor, pero en el caso de que sea así, es por pura coincidencia, no nos engañemos, lo único que están intentado es conseguir un objetivo».
Puede que os digáis, «vale, eso está muy bien, pero ¿cómo me puede ayudar a mí?». Y al hacer eso, estáis demostrando su –y por extensión, mi– teoría: todas las acciones se toman para conseguir un objetivo. Algunas reglas generales por cortesía del Sr. Mamet.
Lo importante no es lo que el personaje diga si no lo que hace: «Un personaje puede jurar y perjurar que es ‘un hombre honesto’, pero serán sus acciones las que le definan».
Nunca hay que olvidarse del público: «Y la mejor forma de tenerlo presente es siguiendo estos principios: cortar, crear un clima, omitir la exposición, y siempre progresar hacia el objetivo final del protagonista».
Que el diálogo hable por sí mismo: «Las acotaciones de dirección, a no ser que sean absolutamente esenciales para entender la acción que ocurre en escena, por ejemplo: él sale, ella le dispara, rara vez son respetadas ya que es seguro que los actores y el director van a hacer algo diferente a lo que indica la acotación.
Y algunas otras reglas (no de Mamet, pero muy válidas), sacadas de un gran artículo sobre esta película en el Script Shadow.
No hay que hablar a no ser que sea absolutamente necesario – «Sin lugar a dudas uno de los más grandes errores más frecuentes en autores noveles son personajes cuya única motivación para hablar es el estar dentro de la escena. Si los personajes hablan solo porque un escritor les está haciendo hablar, la escena resultante será monstruosamente aburrida».
Mentir es Bueno (¡para el drama!) – El diálogo resulta más interesante cuando alguien está mintiendo. ¿Por qué? Porque hay una vocación natural de los lectores para intentar averiguar si la otra parte se va a dar cuenta o no. Glengarry es un gran festival de las mentiras. Shelley miente a todos los líderes sobre cómo «ganaron» el concurso. Roma (Pacino) se pasa toda la película mintiendo a sus clientes potenciales. Ross (Ed Harris) y Aaronow (Alan Arking) mienten sobre atracar ese lugar. Cuando un personaje oculta algo el diálogo siempre adquiere mucha más chispa.
Y en último lugar, aunque en absoluto no menos importante:
¡CONFLICTO! – «Lo he dicho antes y lo vuelvo a decir, una de las mejores formas de crear un buen diálogo es a través del conflicto. En casi todas las escenas de Glengarry Glen Ross [NT.: Éxito a cualquier precio] un personaje persigue un objetivo mientras el otro personaje busca otra cosa diferente».
Al Pacino como Mickey Ross y Christopher Denham como Carson
Aunque el regreso a los escenarios de grandes actores siempre provoca expectación y simpatía, el incontestable carisma de Al Pacino (75 años) no ha sido suficiente para neutralizar las numerosas polémicas que están surgiendo con motivo de su nuevo trabajo en Broadway (como protagonista en la última obra de David Mamet «China Doll»). Y es que parece que este montaje ha nacido un poco gafado.
David Mamet escribió este texto pensando en Al Pacino. Esta será la cuarta colaboración de estos dos titanes de la escena. A pesar de que se programaron un número suficiente de pases previos (comenzaron el 21 de octubre de 2015) el estreno, previsto para el 19 de noviembre de 2015 en el Gerald Schoenfeld Theatre de Nueva York, tuvo que ser pospuesto, según un comunicado de los productores a la Associated Press, «para permitir al equipo creativo un tiempo extra de trabajo en la obra antes de su estreno mundial». La nueva fecha prevista para el estreno en Broadway es el 4 de diciembre.
Las primeras críticas que han salido de esas previas no son nada halagüeñas: Por un lado, ha trascendido que Al Pacino está teniendo bastantes problemas para aprender su papel, lo que ha obligado a los productores del montaje a echarle una mano con un «pinganillo» y con un equipo de hasta siete teleapuntadores estratégicamente situados en la sala. También se han filtrado encontronazos entre Pacino y la directora del montaje, Pam MacKinnon, del tipo «¡No soy tu jodido muñeco, Pam!» cuando la directora (galardonada en 2013 con un Tony por su trabajo en ¿Quién teme a Virgina Woolf?) intentaba darle unas indicaciones.
Con todo, lo peor es que la respuesta del público tampoco ha sido buena: Michael Riedel, el crítico teatral del The New York Post la ha calificado como una «nueva obra horrible» o «Sin lugar a dudas, China Doll se puede definir, usando la terminología del propio Mamet, como un jodido desastre. Y nadie es más consciente de eso que Al Pacino». Con respecto a la reacción del público añade: «El éxodo en el intermedio es casi una estampida».
Parece ser que esta huida ha llegado incluso al autor, David Mamet, quien, tras asistir a dos ensayos de vestuario y la primera previa, huyo a California dejando a una apocada directora sin ánimo de enfrentarse a la leyenda.
Sea cual sea el resultado de este montaje, podría suponer un nuevo fracaso en Broadway de Mamet –ya debe ir por el séptimo–, tras el desastroso resultado de The Anarchist [La anarquista] retirada de la cartelera apenas una semana después del estreno. En cualquier caso, una mala crítica no tiene por qué augurar un fracaso en taquilla. En el 2012, el mismo equipo de producción y los mismos protagonistas, David Mamet como autor y Al Pacino como protagonista hicieron una muy buena taquilla con la reposición en Broadway de Glengarry Glen Ross [Éxito a cualquier precio], a pesar de las gélida acogida de la crítica.
Lo que está claro es que, Al Pacino será siempre uno de los imprescindibles, un actor de referencia. He traducido esta entrevista que le han hecho recientemente en la que habla de algunas claves de su carrera y muy especialmente del impacto en su vida artística que tuvieron los montajes de la legendaria compañía neoyorquina The Living Theatre.
China Doll [Muñeca de porcelana] es una obra sobre un millonario, su joven prometida y un jet privado. El hombre acaba de comprar un nuevo jet como regalo de bodas para su novia. Pretende retirarse parcialmente para disfrutar de la v ida. Cuando le está dando las últimas instrucciones a su joven asistente decide atender una última llamada telefónica…
Actualización después del estreno del 4 de diciembre 2015
Extractos de la crítica de Alexis Soloski para The Guardian
«Fracasa el atormentado mano a mano de Mamet y Al Pacino»
El tradicional estilo de león quejumbroso de Al Pacino consigue atraer al público, a pesar de que el actor se ve obligado a repetir todos sus tics en esta mediocre entrega de Mamet para Broadway.
«Da igual lo que cobre, creo que es justo decir que Christopher Denham es el actor peor pagado de Broadway. Mr. Denham –un hombre joven a quien le deseo un sistema nervioso muy resistente– es uno de los dos actores del reparto de ‘China Doll’ de la flácida nueva obra de Mamet…
Y luego esta –pausa para un silencio ominoso– Al Pacino. Ahora, imaginen, por favor, algunos efectos de sonido tipo tizas chirriando en incontables pizarras, y el goteo incesante de un grifo mal cerrado. Pues a eso tiene que enfrentarse Mr. Denham noche tras noche».
Joe Penhall escribió Naranja / Azul (Blue / Orange) en un periodo de tres semanas del año 1999. No es baladí el detalle de que esa actividad creativa coincidiese con la lectura dramatizada –dirigida por el propio Penhall– de la obra Acelera (Speed-the-Plow) de David Mamet. Estrenada en abril del año 2000 en uno de los espacios del National Theatre, el Cottesloe Theatre, gozó de una gran acogida; el montaje, que pronto llegaría al West End, cosechó varios premios en sus primeros meses de andadura. Apenas seis meses después de su estreno londinense, la compañía Escena Alternativa presentó en el Teatreneu la versión catalana del mismo, Blau / Taronja (traducción de Roger Peña Carulla y dirección de Jesús Diez) en lo que sería asimismo la premier internacional de la obra. En 2001 esa misma producción viajó al desaparecido Espai Moma de Valencia.
A pesar de haber sido escrita hace catorce años y de evocar una realidad algo lejana –la sociedad multirracial británica– la obra sigue siendo de rabiosa actualidad y, habida cuenta de que entre sus principales temas se encuentra la reflexión sobre el desmantelamiento del servicio público de Sanidad, puede afirmarse que la elección de este texto para el presente montaje es muy afortunada.
Argumento y Análisis
Tres personajes: Christopher (Janer Mena), un joven negro inadaptado social que, tras un altercado no aclarado para el espectador, ha estado recluido durante unas semanas en un centro de salud mental para su evaluación; Bruce (Bruno Lastra), el joven médico que lo trata, y Robert (Chete Lera), el pragmático jefe de servicio encargado de supervisar las decisiones de los demás miembros de su equipo y de administrar el presupuesto del Departamento. La discrepancia entre ambos facultativos sobre el diagnóstico del joven abre una brecha que convertirá la trama en un verdadero thriller argumental en el que ambos contrincantes utilizarán sus mejores armas –muchas veces manifiestamente torticeras– para defender sus posiciones. En dicha disputa aflorarán temas de calado como el racismo, el abandono del sistema público de Salud y la ambición personal descontrolada. Y a medida que se desarrolle la trama, el espectador comprenderá que, a pesar de la encendida argumentación, las motivaciones últimas de ambos médicos están bastante distantes del bienestar del enfermo. Por este alejamiento de lo que debía ser el objetivo irrenunciable de cualquier sanitario, y a pesar de que se trata de un texto profusamente sembrado de notas de humor, el espectador, identificado fácilmente con el enfermo, no puede dejar de experimentar cierto desasosiego al ir descubriendo las debilidades que condicionan el criterio de ambos profesionales.
El personaje de Christopher, el paciente, también resulta por sí mismo de gran interés, ya que en ningún momento queda claro el alcance de su problema mental: si se trata de un mero trastorno de adaptación, como sostiene Robert (lo que implicaría su alta médica inmediata y un tratamiento ambulante –ergo menos costes económicos y humanos–), o si el chaval sufre de un mal de diagnóstico tan escurridizo y de pronóstico tan incierto e inhabilitante como la esquizofrenia (un panorama que podría comprometer extraordinariamente los mermados recursos del departamento). Eso es algo que intencionadamente no queda aclarado del todo, por lo que el público tendrá que seguir con atención la evolución del enfermo, los síntomas que dice tener y, sobre todo, la interpretación que cada médico dará de esos síntomas. Y todo ello sin olvidar que los dos facultativos se encuentran mediatizados por prejuicios culturales, intereses bastardos, miedos vitales y desmedidas ambiciones personales y profesionales. Será pues una sugerente tarea para el espectador entresacar las trazas de realidad que pueda haber en el interior de esa maraña de medias verdades y discursos supuestamente progresistas y solidarios.
Resulta muy estimulante en el montaje el tipo de relación del autor con ambos contrincantes. Lejos de tomar partido por ninguno de ellos, Penhall les insufla un gran poder de convicción y una depurada habilidad argumental, de forma que –y retomo aquí la referencia a Mamet del comienzo– las simpatías cambian a medida que se desvela la verdadera naturaleza de los antagonistas. No se trata de un teatro de héroes y villanos, estos personajes no salen de un cuento. Son personas de carne y hueso con la enorme complejidad que eso implica. Tampoco es un teatro de respuestas; todo lo contrario, es un teatro de preguntas, o lo que es lo mismo, buen teatro.
El montaje del inquietante y sugestivo texto que se presentó en la sala Arte y Desmayo de Madrid está bien armado. El director Juanma Gómez ha sabido equilibrar convenientemente las fuerzas de los tres actores, para así hacer justicia a la estructura de triángulo equilátero con que se ha concebido el texto. Solo cabe felicitar al equipo por el redoblado esfuerzo que supone apostar por un texto de este nivel de exigencia y por la apuesta por la calidad.
Próximos pases:
El 23, 24 y 25 de octubre de 2015 en el Teatro Quintero de Sevilla.
Equipo artístico:
Robert: Chete Lera
Bruce: Bruno Lastra
Christopher: Janer Mena
Traducción: Bruno Lastra
Iluminación: Álvaro Gómez
Fotografía: Alicia González
Vestuario y Espacio Escénico: Cronopios y Arte&Desmayo
Producción ejecutiva y distribución: Sandra Avella – Rovima Producciones
Producción: Cronopios