Muda, para mí, es la confirmación de que el teatro de Pablo Messiez debería clasificarse como un subgénero propio llamado el «Teatro del consuelo» porque en sus propuestas no hay ni rastro de personajes, lo que el espectador ve en escena son «Personas«, seres cargados de humanidad que, como en esas láminas de libros de medicina, se nos presentan sin piel para que podamos ver lo que hay en su interior. Cuando siendo más joven veía esas ilustraciones siempre me producían fascinación porque hallaba sorprendente que mi anatomía interna fuera tan colorida y complicada y estuviera compuesta de tantas piezas extrañas ensambladas en mis oquedades en ese organizado desorden con el que se apilan los trastos viejos en un desván.
Messiez me hace sentir así de extraño, como si observara un dibujo de algo ajeno que sorprendente está hecho de cosas que también reconozco en mí. Veo los sentimientos de sus criaturas con la curiosa mirada de un estudiante de medicina y de bajito en la cabeza me voy oyendo decir medio excitado: ¡Ese soy yo!, ¡ese es también mi dolor!: Soy ese que sigue buscando un afecto que le falta, soy ese al que le cuesta abandonarse al sueño si está solo, soy el que a veces encuentra inútiles las palabras, soy el que casi siempre no puede parar de hablar, soy el que intenta dar apoyo y el que necesita tanto ser apoyado, yo también soy el herido.
El teatro de Messiez -parafraseo aquí a uno de sus personajes-, es como ciertas canciones, que son capaces de trasmitir lo que uno quiere expresar pero haciéndolo de una manera mucho más hermosa.
Con respecto a sus actores quiero aquí ser muy comedido e invocar a la prudencia por no parecer un mitómano desequilibrado. Diré simplemente que cumplen a la perfección la tarea que les ha sido asignada: dejarse abducir por los seres buenos y anhelantes que ha imaginado el autor. Me los creo y me conmueven desde el minuto uno, hablan mi mismo idioma emocional y son, por tanto, también un poco de mí mismo.
Si tenéis la oportunidad de ver esta propuesta no la perdáis. Os aseguro que os vais a reír, os vais a emocionar y, sobre todo, vais a salir consolados y quién sabe si también acrecentados y perfeccionados en vuestra humanidad.
Dramaturgia: Pablo Messiez
Director: Pablo Messiez
Reparto: Fernanda Orazi, Marianela Pensado, Óscar Velado
Diseño de iluminación: Paloma Parra
El conmovedor texto del actor, autor y director argentino Pablo Messiez -inspirado en la Marianela de Galdos- golpea al espectador de tal forma que aún días después de asistir a la representación es posible que no haya desaparecido la turbación al igual que persiste durante semanas la sordera que provoca una explosión. Es un trabajo hermosamente poético en el que los seres humanos que lo habitan son retratados despellejados, individuos en carne viva sometidos a una inundación de emociones que afloran desde el interior con la voluntad desatada del torrente que surge entre las rocas. Resaltaría por un lado la belleza formal de cada párrafo y, por otro, la increíble pericia para desentrañar las emociones, no siempre nobles, a veces disparatadas, pero también muchas veces generosas, que anidan en el interior del corazón humano.
A la Nela de Marianela Pensado uno desea poder abrazarla, intentar -vanamente- consolarla con inverosímiles palabras de esperanza. Hay algo de animal tozudo y tierno en la maravillosa construcción de ese personaje -tan probable como desafortunado- que, con la cálida viscosidad del alquitrán caliente, se enrosca en el recuerdo sin que sea posible retirarlo.
Óscar Velado y Violeta Pérez también extraordinarios en ese Pablo de ojos cerrados y en esa Chabuca sanadora tan contagiada de la melancolía de los más queridos personajes del realismo mágico.
Lo de Fernanda Orazi , revestida de Natalia, sólo puede ser calificado como injusto. ¿Qué otro adjetivo se le podría dar? Nos pasamos la vida intentando conmover a los demás, de hecho las más de las veces, nos conformamos con conseguir de los otros un poco de comprensión, ¿comprensión o compasión?, bueno, tal vez sean grados diferentes del mismo sentimiento. Nos pasamos la vida, digo, intentando ser capaces de apelar a la emoción del otro, y todo nuestro esfuerzo, en la mayoría de las ocasiones, apenas consigue arrancar un gesto protocolario, la mejor de las veces, un ensayado y frío signo de estéril aprobación o fugaz empatía.
Entonces, llega la Orazi encarnado a esa Natalia peregrina, y con esa mirada de chica traviesa te dice: «Aprende, pequeño, vas a ver cómo funciona esto del corazón» y compruebas con espanto que sus lágrimas fingidas son mucho más tristes que las más tristes de tus lágrimas nacidas en lo más herido de tu corazón. De hecho, uno se siente culpable por haber llorado alguna vez sin que fuese para compartir su pena de farsa teatral. Pero ¿cómo no creer esa tristeza? si ves que toda la sala responde a su lamento al unísono, con igual respetuosa congoja. ¿Cómo podríamos dudar que realmente se está apareciendo un santo en lo alto de una encina si todo el pueblo arrodillado en torno al árbol lo está viendo y casi tocando?
Su risa, que da lustre a esos ojos de oscuridad misteriosa, es justo la letal alegría embaucadora con la que has querido reírte delante del ser amado consciente de que esas carcajadas funcionaran mejor que el mejor filtro de enamorados. Toda la sala se ríe, y tú con ellos ríes igualmente, aunque lo haces con la dócil servidumbre del que acepta ser hipnotizado.
El desquicie mental de Natalia resulta una locura elegante, digna de ser preservada en los libros de historia, el magnético desequilibrio de un héroe clásico, el paradigma en el que se compararan las locuras de todos los notables.
Por supuesto, la seductora no está sola, la fórmula del hechizo que está usando se la ha dado Messiez con un texto lleno de misiles lanzados al centro regulador de nuestras emociones. A veces, durante la representación, se sienten deseos de levantarse y denunciar a gritos: «¡Lo que estás diciendo es un sentimiento que me has robado!, ¡es un sentimiento MÍO!». Pero es incluso más desconcertante cuando al trasmitirte una emoción, que estás seguro no haber experimentado jamás, por arte de su buen oficio y del potente conjuro del mago Messiez, descubres que ese sentimiento ha estado siempre escondido en tu corazón y sólo ahora, cuando ella te lo ha arrebatado para sí, te das cuenta de su existencia, justo para poder lamentar su pérdida.
Lo de Fernanda Orazi es injusto, en fin, porque dar tanto poder a uno solo para conmover, para hacer soñar, para inundar de desesperanza, mientras a tantos nos ha sido negado incluso una pequeña fracción de esa magia no puede ser razón de justicia.
Por supuesto, acabado el ensueño, sólo procede, humildes, dar las gracias, a Pablo Messiez y a todo este equipo por habernos hecho sentir. Sentir que estamos vivos, sentir que nuestras lágrimas, nuestras risas, y nuestro anhelo de ser amados son también las lágrimas, risas y anhelos antiguos de los que estuvieron antes, las lágrimas, las risas y los anhelos frescos de los que están aquí, en Tucumán e incluso en Moscú y las lágrimas, risas y anhelos de aquellos que llorarán, reirán y anhelarán ser amados cuando nosotros ya no estemos. Gracias, de nuevo, por hacernos sentir.
El único pero, en mi opinión, de este montaje imprescindible es que las propuesta de Pablo Messiez que siempre en lo actoral y lo textual son impecables, adolecen de cierta dejadez en lo escenográfico, un aspecto que Messiez trata siempre con excesiva sobriedad. Una presentación más cuidada de elementos técnicos como escenografía, iluminación y vestuario añadirían atractivo formal a este emocionante trabajo.
FICHA ARTÍSTICA
Inspirada en la novela ‘Marianela’, de Benito Pérez Galdós.
Dirección: Pablo Messiez
Intérpretes: Fernanda Orazi, Marianela Pensado, Violeta Pérez y Óscar Velado.
Centro de Nuevos Creadores. Sala Mirador
Del 7 al 18 de mayo
Jueves, viernes y sábado 20 horas; domingo 19:30h.