The Valley of Astonishment –El valle del asombro–, la propuesta que, dentro del Festival de Otoño a Primavera, se puede ver hasta el 26 de octubre de 2014 en Teatros del Canal. Texto y dirección de Peter Brook con producción del Théâtre des Bouffes du Nord, me ha dejado algo desconcertado…
Más allá de unas interpretaciones muy carismáticas a cargo de Kathryn Hunter, Marcello Magni y Jared McNeill, y de un punto de partida muy sugerente sobre el comportamiento de individuos con habilidades excepcionales debidas a un funcionamiento poco habitual de su cerebro, no existe un mensaje, o una reflexión que verdaderamente resulte estimulante para el espectador. Más bien es como si todos las aristas de un montaje potencialmente poliédrico se hubieran allanado sometiéndose a la anecdótica peculiaridad fisiológica de esos individuos –un planteamiento reduccionista que hubiéramos encontrado en cualquier «freak show» decimonónico o en la versión siglo XXI de este tipo de espectáculos, es decir, un documental del Discovery Channel– que contradice la anunciada investigación sobre el funcionamiento cerebral anunciada por el autor en varias entrevistas), dando la sensación de que, en realidad, no ha estado en su intención aprovechar ese jugoso enunciado para sacar conclusiones sobre el mundo de la percepción, la posibilidad volitiva del olvido, la insensibilidad del científico hacia el sujeto de su estudio o, por ejemplo, la reforzada dificultad vital a la que se enfrenta el diferente.
Arrastrado por la vibrante onda de excitación que recorría el patio de butacas emitida por un público absorto y entregado y por unas interpretaciones, como digo, afortunadísimas, reconozco que creí estar viendo algo realmente redondo hasta que, sin desearlo, comencé a sentir, a medida que avanzaba el trabajo, que el soufflé se desinflaba progresivamente hasta llegar al punto de «mayonesa cortada» cuando el personaje de la mujer abrumada por la persistencia marmórea de su memoria reclama la ‘posibilidad de olvidar si uno lo desea’. Pensé que con esa proposición la cosa tendría que ponerse interesante por fuerza, ese sí hubiera sido realmente un buen tema de reflexión para ofrecer al público: ¿Hasta qué punto existe la posibilidad de olvidar o en qué medida somos prisioneros del recuerdo? Pero, desafortunadamente, la trama evolucionó de nuevo a la mar en calma de la que había partido, quedando la pregunta lanzada al aire convertida en fugaz relámpago, reducida a, tan solo, una buena oportunidad perdida.
Para finalizar Brook recurre a los fuegos de artificio: A modo de pomposo epílogo de un texto que en realidad ni siquiera roza lo trascendente, un flautista oriental es llamado al centro de la escena para tocar una solemne melodía que rubricase con la debida pompa la supuesta proeza teatral antes de dar paso a los rabiosos aplausos de un auditorio sencillamente rendido y encantado ante un texto que lo poco que enseña no es más que materia muy trillada en documentales populares de divulgación científica.
Rescato, eso sí, además de las soberbias interpretaciones y la efectiva dirección, todos los aspectos técnicos del montaje que revestidos de una aparente sencillez funcionan magistralmente. Virtudes innegables de un trabajo que, en mi opinión, no justifican la feroz respuesta de un público ansioso por proclamar la excelencia (aunque ésta aparezca solo reflejada en la superficie de un charco).
Escrita y dirigida: Peter Brook y Marie-Hélène Estienne
Iluminación:Philippe Vialatte
Intérpretes:Kathryn Hunter, Marcello Magni, Jared McNeill
Músicos:Toni Raphaël Chambouvet & Toshi Tsuchitori
Yo estuve allí, y debo decir que es una obra que me ha impactado profundamente… más allá de la forma exterior de la historia, si estas atento, cada personaje te desvela como aproximarte realmente a tu mente, a tu cuerpo y a tu sentimiento… cada «loco» te lo decía con una claridad impecable. Una obra con un contenido espiritual y de autoconocimiento que son poco comunes en estos tiempos.
Me gustaMe gusta