Crónica de «La isla púrpura» de José Padilla

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Hace tiempo que considero que un rasgo definitorio del trabajo teatral de José Padilla es su versatilidad, mejor dicho, su facilidad para entender las claves de los diferentes géneros, lo que le permite transitar entre ellos con contrastada solvencia. En efecto, Padilla se muestra hábil en el drama: «En el cielo de mi boca», «Haz clic aquí»; cómodo en el thriller «Sagrado Corazón, 45»; eficaz en la comedia negra «Los cuatro de Dusseldorf» o capaz en la dramedia musical «Amarradas». Además, ha realizado magníficas versiones de textos clásicos como el «Enrique VIII» de Shakespeare, que se estrenó en The Globe Theatre  o  «La importancia de llamarse Ernesto».

En esta ocasión el autor y director canario afincado en Madrid adapta de manera muy libre un texto del autor ucraniano Mijaíl Bulgákov, «La isla púrpura», estrenada el 11 de diciembre de 1928 en el Teatro de Cámara de Moscú, es una comedia sobre el teatro durante la dictadura del proletariado, sobre la censura y sobre la vida soviética en general que sorprendentemente y, a pesar de hacerPadilla 1 referencias en clave de sátira a personajes e instituciones de la época (se considera que el personaje Savva Lukich es un trasunto muy reconocible del Vladimir Blume miembro destacado del Comité Central del Repertorio, uno de los organismos censores que en el texto se ridiculiza con el pomposo título de «Registrador de adaptabilidad viabilidad y adecuación para las letras dramáticas», consiguió ser estrenada permaneciendo en cartel hasta el verano de 1929 cuando caería, junto con toda la obra del autor, en el ostracismo.

En cierto modo, es normal que el régimen soviético respondiera de una forma tan radical contra aquél que, a través de la sátira, negaba la existencia de esa moral nueva que proclamaba con infantil optimismo la propaganda comunista. El anatema contra Bulgákov fue tan potente que incluso, a pesar de su rehabilitación que comenzó en la era de Nikita Jrushchov, ha sido imposible hasta el año 2015 que la ciudad en la que vivió, Moscú, pudiera honrarlo con una estatua.

Además de por la feroz crítica al régimen y por la lucha contra la censura, «La Isla Púrpura» estructuralmente resulta muy interesante por ser un magnífico ejemplo del uso del teatro dentro del teatro.

El texto no sería traducido al español hasta el año 1973 y nunca había sido estrenado en España hasta ahora que llega en esta versión personalísima de Padilla.

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Fotografía: Pedro Gato

La adaptación

El elemento del teatro dentro del teatro al que antes hacía referencia, cobra en esta adaptación una estructura de matrioskas porque, a los dos planos del texto original –la compañía que ensaya a principios del siglo XX y el de la isla imaginada–, se añade un tercer plano, el de la compañía que en la época actual ensaya, a su vez, los otro dos planos citados.

En este sentido, Padilla planea el problema de la censura como una lacra que nunca desaparece sino que se desarrolla y adapta a cada contexto histórico. En la España de hoy en día, bajo un régimen formalmente democrático, no hay lugar para comités censores y, sin embargo, existen mecanismos más sutiles que funcionan en cierto modo como elementos de control. Por un lado, existe esa suerte de censura previa que todo autor puede sentirse tentado de hacer si cree que su proyecto no va a ser bien recibido por los responsables de la programación de los teatros. Pero también se da una estrategia mucho más pérfida que consiste en ahogar económicamente al sector de forma que la actividad teatral quede reducida a las propuestas comerciales y por lo tanto ideologicamente más inofensivas. Condenar a la precariedad al teatro serio, convertirlo en una actividad semiprofesional no remunerada es una forma de censura. Aplastarlo con impuestos abusivos, haciendo caso omiso de la enorme riqueza cultural que aporta a la sociedad, es una forma de censura y eso lo saben muy bien algunos de los responsables políticos que hemos sufrido en los últimos años.

Además, al igual que en el texto de Bulgákov se hace referencia no sólo a personajes reales de su tiempo, sino también a situaciones contemporáneas, en la versión de Padilla, muchos de los conflictos que se desarrollan a partir del acto 2º evocan situaciones muy reales y reconocibles por el público familiarizado con los entresijos y las miserias de la creación teatral. También hay que señalar que Padilla huye de una visión simplificada de la situación de la escena hoy en día. De hecho examina la realidad en toda su complejidad exponiendo los intereses cruzados de muchos de los diferentes elementos de esta industria.

[Para aquellos que quieran profundizar más en la problemática a la que la obra hace referencia les recomiendo que lean dos artículos de Andrew Haydon que traduje este verano: «Teatro y privatización» y «Teatro y libre mercado»].

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Fotografía: Pedro Gato

El montaje

A pesar de que esta larga introducción pueda hacer pensar que el montaje va a resultar sesudo y muy pesado ideológicamente, lo cierto que gran parte de la obra discurre por los delirantes caminos de la sátira. Así, todo el primer acto sirve a los actores para explotar hasta las últimas consecuencias su registro cómico y hay que decir que elPadilla 2 resultado no puede ser más desternillante. El monumental trabajo de Juan Vinuesa, Manolo Caro y Montse Díez en este primer acto es de una precisión y un magisterio apabullante.

Padilla ha asumido un gran riesgo al frenar en deco todo ese ritmo frenético en con la entrada de Germán Torres (y con él los conflictos del siglo XXI) en escena al final de este primer acto. Tras un momento de perplejidad y confusión, la obra hace un giro de 180 grados (en lo formal, no en lo temático) que hace que el espectador se vea confrontado con una realidad más cercana, menos teatral y, por lo tanto, más difícil de digerir en el patio de butacas: la sátira da lugar a un realismo en el que se desgranan intereses económicos y personales mostrándose una realidad compleja en la que no ha cabido la tentación de ofrecer la liviana versión reduccionista de los buenos y los malos.

En el tercer acto se retomará la representación de «La isla purpura» y con ella volverá el lenguaje satírico. La necesidad de cambiar el final de la obra para pasar el filtro del censor, fue un remedo de la coacción que sufrió el propio Bulgákov en 1926 con su obra «Los dias de los Turbín». Finalmente los desafíos que sufrieron y sufren los creadores de ambas épocas se superponen en un teatral diálogo que establecen los personajes de una y otra época.

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Fotografía: Pedro Gato

 

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Versión libre de La Isla Púrpura de Mijaíl Bulgákov.

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Fotografía: Pedro Gato

Producción Buxman Producciones, Ángel Verde Producciones y KamikazeProducciones.
en coproducción con Teatro Guimera de Santa Cruz de Tenerife
con la colaboración Teatro Palacio Valdés de Avilés
Dirección de Producción: Ángel Verde, Aitor Tejada, Jordi Buxó
Ayudantía de producción: Pablo Ramos Escola

Ficha Artística:

Dramaturgia y dirección: Jose Padilla
Ayudantía de dirección: Fran Guinot
Diseño Escenografía: Eduardo Moreno
Ayudantía de Escenografía: Lorena Puerto Rojo
Diseño de Luces: Pau Fullana
Diseño de vestuario: Sandra Espinosa
Ayudantía de vestuario: Isabel Valhondo
Diseño sonoro: Mariano García
Fotografía y vídeo: Pedro Gato

Elenco:
El primer personaje es el que corresponde al papel que representan en la compañía rusa que ensayaen el teatro moscovita a principios del siglo XX durante el régimen stalinista; el segundo al de la obra que se está ensayando; el tercero al que representan en la compañía española (en la actualidad).

Lucía Barrado (Srta. Metelkin/Sizi Buzi/Lucia),
Manolo Caro (Guenadi Panfílovich/Farra Tete/Manolo),
Nerea Moreno (SavvaLukich/Nerea),
Delia Vime (SavvaLukich/Nerea) Funciones de 13 y 14 de mayo (Sevilla)
Germán Torres (2º Dymogatski/Germán),
Juan Vinuesa (Vasili Artúrovich Dymogatski (Apodado Julio Verne)/Kiri Kuki/Juan),
Montse Díez (Liudmila Silvéstrovna Priajina/Lady Glenarvan/Montse)


Datos cronológicos


 

 

Crónica de «Los cuatro de Düsseldorf» de José Padilla

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La nueva propuesta del prolífico, y recién galardonado dramaturgo, José Padilla, –Premio El Ojo Crítico 2013-, nace de una residencia artística en la sala «El Sol de York», un espacio que ha decidido apostar por los nuevos talentos del teatro y por ser la cuna de montajes que se conviertan en referentes de la cartelera madrileña.

El resultado es una eficaz comedia, de muy buen ritmo que, a pesar del tono disparatado, no descuida completamente el ‘recado’, puesto que, sin perder el pellizco cómico, a través de la ironía, plantea ciertas cuestiones –sin cargar las tintas- que pueden ser objeto de reflexión para el espectador interesado en darle una vuelta más de tuerca al montaje.

La narración sigue un orden cronológico lineal que favorece la fluidez del relato. Cuatro personajes estrambóticos, aunque también entrañables, resultan un cebo demasiado sugerente para no quedar inmediatamente enganchado a la disparatada trama.

Y es que el primer punto fuerte de «Los cuatro de Düsseldorf, [#Düssel4]» está precisamente en sus dramatis personae. Tres de estos personajes trabajan en la delegación española de la corporación alemana llamada irónicamente “Die Geschichte des Unternehmens” [La historia de la empresa]: Un inquietante bedel, interpretado por Juan Vinuesa; la grotesca chica de las fotocopias, llamada María (Helena Lanza) y el consejero delegado, el incapaz y siempre atribulado Amador (Mon Ceballos). El cuarteto se completa con la pareja sentimental del empresario, Rocio, una joven con serios problemas de dislexia y con cierto grado de indigencia emocional interpretada por Delia Vime.

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Roger en una de sus suplantaciones

Carlos, el bedel, -él prefiere definirse como ‘custodio de documentos’ (un apelativo que ya, de por sí, es toda una declaración de intenciones)-, es el personaje alrededor del cual orbitan los demás, como si de un malévolo director de orquesta se tratara. Él es el catalizador que pone en marcha el desarrollo de la acción y es también el desencadenante del viaje a Düsseldorf (una ocurrencia de Amador, en clave de huida hacia delante, que tendrá desastrosas consecuencias para sus intereses). Es un personaje complejo que bebe de varios caracteres muy fijados en la retina del espectador. En un primer momento muestra un perfil cuasi quijotesco (propone una filosofía impregnada de un idealismo de prêt-à-porter llamada “Sincerismo”), pero , al mismo tiempo, se muestra muy pagado de sí mismo -a pesar de su aspecto cómico y desaliñado-, por lo que también evoca al necio Sir John Falstaff. A medida que se desarrolla la trama se evidencia su estrategia hipócrita (utiliza la extorsión al mismo tiempo que aboga por esa patraña del “sincerismo”); además, hace gala de unas formas siempre bruscas y un tono amenazante, amén de una gran querencia por el lenguaje innecesariamente obsceno con especial predilección por el mundo genital, lo que le hace evolucionar hacia una especie de Ignatius J. Reilly andaluz, para, finalmente, cuando las motivaciones de su comportamiento han salido ya a la luz, encontrarnos ante un alter ego humano del hilarante Roger Smith, el alienígena egoísta, falsario y malhablado de «American Dad».

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La conjura de los necios

Para que un absoluto cretino consiga elevarse sobre el resto y tomar el control es necesario que los que le rodean hayan puesto al descubierto alguna debilidad que el estúpido, desde su necedad, pueda utilizar como arma arrojadiza. Por un lado, el ordenanza consigue manipular algo tan blindado como una corporación empresarial, precisamente porque tiene conocimiento de lo que más asusta a una empresa privada, la verdad. Asimismo, podrá manipular a las masas porque conoce el desesperado anhelo de éstas por las explicaciones sencillas y las soluciones fáciles. Precisamente el ariete con el que se ganan las voluntades los telepredicadores y los políticos, es decir, los charlatanes.

El feliz matrimonio entre el atractivo personaje creado por Padilla y la delirante interpretación de Vinuesa es, sin lugar a dudas, el plato fuerte de esta propuesta. Vinuesa se muestra grotesco, grosero, inquietante y siempre excesivo. Incluso en los momentos de silencio o escucha hay, en su mirada, la expectación animalesca del que tiene un propósito y una presa a la que no va a dejar escapar, Vamos, una delicia para el espectador que durante la obra se balancea entre dos emociones, el estupor y la carcajada.

Pero Juan Vinuesa no está, en absoluto, mal acompañado en esta función. Mon Ceballos, que no para de trabajar (recientemente Vacaciones en la Inopia, Liturgia de un asesinato, etc.), es un campeón de plexiglás de esos que acaban siendo los principales responsables de su desgracia ya que, experto en decisiones ilógicas, cada que decide algo se sumerge un poco más en las arenas movedizas que le ha preparado el conserje. Divertidísimas, también, Delia Vime, una desequilibrada histrionisa con sorpresa final, y Helena Lanza cuyo personaje de aspecto desastrado protagoniza alguno de los golpes más divertidos de la función.

José Padilla, no necesita demostrar ya nada, pero este trabajo sí sirve para subrayar, una vez más, la versatilidad de su talento y la variedad de lenguajes en los que se siente cómodo. Le hemos visto manejar con acierto el registro más dramático en «En el cielo de tu boca»; enmendarle la plana al mismísimo Shakespeare en su fabulosa versión de la anodina «Enrique VIII», estrenada con gran éxito en el emblemático The Globe de Londres; construir con maestría un thriller psicológico en la sobrecogedora «Sagrado Corazón 45» o en el divertimento musical que supuso «Amarradas», además, de la reciente propuesta de teatro social titulada «Haz clic aquí» que cosechó un gran éxito en el Teatro María Guerrero del Centro Dramático Nacional.

Dramaturgia y Dirección: José Padilla

Ayudantía de Dirección: Fran Guinot

Elenco: Helena Lanza, Delia Vime, Mon Ceballos y Juan Vinuesa

Música: Jesús Hernández

Iluminación: Roberto Rojas

Diseño Gráfico: Alberto Marijuan

La obra estará en cartel en el teatro Arlequín Gran Vía todos los viernes de junio de 2014