Crónica de «Mi pequeño poni» de Paco Bezerra

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Reo de disidencia

La edad adulta es el periodo de la vida que pasamos intentando superar los traumas de la niñez

El patio del colegio es un entorno aparentemente lúdico y seguro en donde muchos niños conocen por primera vez la amarga experiencia de no encajar; donde muchos, por primera vez, se enfrentan a la soledad o descubren el miedo a la agresión verbal o física. En ese aparentemente inocuo recinto de hormigón ser diferente no es un valor en alza ya que las personalidades en formación se desarrollan buscando el apoyo radicular en la gran tiranía del concepto «normalidad».

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La espoleta que activó la pulsión creadora de Paco Bezerra (1978) fue una noticia sobre un caso acontecido en los Estados Unidos: Gryson Bruce, un niño de 9 años de Carolina Norte que en 2014 sufrió acoso por apartarse del supuesto modelo heteronormativo imperante en el microcosmos escolar (entre alumnos y profesores por igual). Parece ser que algunos entendieron que el muchacho desafiaba el statu quo del colegio al llevar una colorida mochila de la serie My Little Pony. Hasta ahí todo básicamente normal, los infantes encuentran siempre un motivo para encontrar un chivo expiatorio: gafas, sobrepeso, orejas grandes, etc. En este caso el asunto cobró un cariz mucho más importante porque la dirección del colegio, lejos de aprovechar ese conflicto para educar en valores a los niños, tomo partido por los acusadores y exigió a los padres que Greyson no volviera a acudir a clase pertrechado con un objeto tan provocador.texto 1

El conflicto que presenta la dramaturgia está de triste actualidad también en España. La visión con que lo aborda Bezerra interesa porque se aparta del esquema simplificado de los buenos y los malos apostando por presentar los múltiples factores que afectan a este problema: prejuicios, miedos, sobreprotección, temor a no encajar, hipocresía y decepción.  Al ritmo quizá un poco ralentizado de la parte expositiva (da la impresión de que algunos diálogos han sido estirados más de lo que convendría), viene una segunda parte que realmente resulta absorbente y motivadora. Para entender completamente la atmósfera y la intención del final creo que es aconsejable conocer un poco sobre los valores y la filosofía que impregna la serie «Mi pequeño Pony». La niñez solo acaba con la muerte, por lo tanto no procede renunciar a encontrar en la realidad algo de la fantasía que gobierna el mundo de los dibujos animados.

El montaje

El viaje que realizarán los personajes, la madre, IreneMaría Adánez–  y el padre JavierRoberto Enríquez–, les situará en diferentes planos éticos y morales, sus motivaciones, no siempre comprensibles desde la comodidad del patio de butacas, serán argumentadas provocando un interesante ejercicio de reflexión. Nunca los conflictos vitales se pueden expresar en blanco y negro, la experiencia humana está constreñida en un complejo entramado tridimensional donde abundan las diferentes gamas del gris por lo que los juicios sumarísimos casi nunca son pertinentes.

El duelo dialéctico de gran carga emocional, que a veces recuerda a Mamet, requiere un trabajo interpretativo exigente volcado en la credibilidad y en el ritmo. A Roberto Enríquez, un actor privilegiado para el teatro, al que yo no veía desde la potente «Málaga» de Lukas Bärfuss (otro estupendo texto que aborda conflictos en el seno de la familia). En esta ocasión, Enríquez vuelve a manejarse con esa verdad y precisión habitual en él. Del trabajo de María Adánez se podrá decir con acierto que es uno de los más ricos en matices que ha realizado en su carrera. Ambos han tenido la suerte de estar dirigidos por un director en el que se mezcla la mirada humanista con la exigencia técnica, Luis Luque. El habitual colaborador de Paco Bezerra, deja su impronta en la huida del artificio y una honestidad del trabajo actoral que siempre conmueve al espectador. Además de su contribución en la dirección, Luque –y los propios actores– han colaborado activamente con Bezerra en la génesis del texto teatral.

Otro elemento absolutamente destacable del montaje es el trabajo de vídeo-creación a cargo de Álvaro Luna. Si ya disfrutamos muchísimo del magnífico resultado de su anterior colaboración con Paco Bezerra, «El señor Ye ama a los dragones» (8 candidaturas a los premios MAX), el trabajo que realiza aquí es incluso más memorable: emotivo, mágico, onírico, imprescindible sin resultar invasivo, etc. Realmente un elemento capital en esta producción.

Todos los demás aspectos artísticos y técnicos: escenografía de Monica Borromello; música de Luis Miguel Cobo; iluminación de Juan Gómez-Cornejo y vestuario de Almudena Rodríguez a un nivel exquisito que hace que la factura de la producción sea intachable.


PRÓXIMAS FUNCIONES

Del 17 de agosto al 16 de octubre de 2016 en el Teatro Bellas Artes

Entradas aquí  


ELENCORoberto-María

Irene: MARÍA ADÁNEZ
Javier: ROBERTO ENRÍQUEZ

EQUIPO ARTÍSTICO

Autor: PACO BEZERRA
Dirección: LUIS LUQUE
Escenografía: MONICA BOROMELLO
Iluminación: JUAN GÓMEZ-CORNEJO
Diseño de Videoescena: ÁLVARO LUNA
Música: LUIS MIGUEL COBO
Vestuario: ALMUDENA RODRÍGUEZ
Fotografía: LUIS MALIBRÁN
Diseño Gráfico: B ART
Ayudante de Videoescena: ELVIRA RUIZ ZURITA
Ayudante de Dirección: HUGO NIETO/ÁLVARO LIZARRONDO

EQUIPO TÉCNICO

Dirección Técnica: ANTONIO REGALADO
Electricidad: CELSO JOSÉ HERNANDO
Maquinaria/Regiduría: JOSÉ ENRIQUE HERNANDO
Sonido/Videoescena: JUAN JOSÉ CAÑADAS
Cosmética y Maquillaje: AVÈNE
Realización decorados: SCNICK MOVIL, S.A.
Transportes: MARTA CARRASCO
Sonido: ENEKO ÁLAMO
Maquinaria/Regiduría: ARTURO ATIENZA

EQUIPO DE PRODUCCIÓN

Gerencia: JOSÉ CASERO
Adjunto Producción: JOSÉ CASERO
Productor: CELESTINO ARANDA
PRODUCCIONES FARAUTE


 Dossier


Vídeo de la premier en el Teatro Cervantes de Alcalá de Henares

12 de febrero de 2016

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Haz clic en la foto para ver el vídeo de los aplausos en el estreno

Crónica de «Reikiavik» de Juan Mayorga

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[ACTUALIZADO EL 29 DE MARZO DE 2016]

FINALISTA PREMIOS MAX 2016

Mejor Espectáculo Teatral
Mejor Autoría Teatral
Mejor Dirección de Escena

La estructura en iceberg en la que generalmente se sirven las dramaturgias de Juan Mayorga –en la superficie un atractivo, aunque sencillo, elemento que propone una monumental experiencia reflexiva en la profundidad– adopta en Reikiavik un cariz sensiblemente más complejo pues coexisten en el escenario dos planos: el real (de verosimilitud comprometida) y el de la representación (que, por el contrario, evoca un hecho histórico), cada uno de ellos arrojando mucho combustible para la reflexión.

En el plano «real» dos personajes cuyos nombres evocan de manera nada casual sendas derrotas napoleónicas –Bailén (Daniel Albaladejo) yreikiavik 1 Waterloo (César Sarachu)– escenifican un torneo legendario de ajedrez en un rincón apartado del parque de una ciudad. Pese a lo que pueda parecer, no están jugando al ajedrez, sino que simulan jugar encarnando a  dos míticos campeones (el norteamericano Bobby Fischer y el soviético Borís Spassky) que disputaron el título mundial en Reikiavik en 1972  en lo que fue llamado el «Match del siglo». Ninguno de los dos «actores» conoce más allá de los rudimentos del juego del ajedrez, de hecho se limitan a recrear partidas que han aprendido de memoria gracias a un libro encontrado por azar. A través de este ritual de personificación los dos hombres, cuya vida se antoja asaz gris, consiguen evadirse de su realidad para ser alguien diferente, alguien que ellos perciben como mejor. Mayorga apunta aquí a esa ineludible necesidad que nos conmina a intentar ser otro, a ese bombardeo multimediático diario que recibimos desde la niñez para que nos convirtamos en los modelos «de éxito» que nos ofrece la televisión, las revistas o el cine. La monótona existencia de estos dos «perdedores de parque» se justifica y revalida no por su propia experiencia vital sino, muy al contrario, gracias a su capacidad de convertirse por un instante en otro, en este caso en campeones del mundo de ajedrez.

Reikiavik_foto1_SergioParraDe manera casual, si es que el azar tuviera cabida en este reducto ajardinado cuya verosimilitud se antoja tan improbable como el recodo del camino de Esperando a Godot, aparece un joven muchacho (Elena Rayos) al que Waterloo parece estar esperando y al que recibe con un concluyente «si estás aquí es que te has desviado».

Será precisamente este personaje de largos silencios y de mirada sensible y escrutadora (marca de la casa «Elena Rayos») el que, por un lado, favorecerá con sus preguntas el desarrollo narrativo y, por el otro, gracias a su empatía con el público –su desconcierto y escepticismo inicial ante la situación es muy similar al que siente el espectador–, activará el mecanismo de suspensión de la incredulidad, dotando de realidad a una escena que sin el muchacho hubiera resultado difícilmente creíble.

Waterloo y Bailén irán encarnando, uno tras otro, a todos los personajes de la trágica vida de los jugadores en lo que supone un verdadero despliegue de recursos interpretativos para los actores: desde Henry Kissinger a un barrendero, desde Larissa, la esposa de Borís, hasta el pastor-confidente de Fischer. En este sentido hay que señalar que en su segunda dirección Mayorga ha abandonado completamente la esclerosis de la que, a mi parecer, adoleció la dirección del maravilloso texto «La lengua en pedazos». La propuesta es ágil, divertida y coral (recuerda al Sanzol más inspirado y enérgico).

El espectador resulta doblemente intrigado por esta estructura de teatro dentro del teatro (recurso que ya utilizado por el autor en otras ocasiones, como, por ejemplo, en Himmelweg). Por un lado, surgen las preguntas sobre los personajes que transitan en el plano supuestamente real, los dos hombres que se encuentran en el parque para oficiar el ritual catártico de la representación. Simultáneamente, es imposible sustraerse a las visicitudes de los dos jugadores de ajedrez en aquella partida histórica.Reikiavik_foto4_SergioParra

La partida, por supuesto, es también una excusa para la reflexión sobre temas que son recurrentes en el teatro de Mayorga, el mundo soviético (Cartas de amor a Stalin, Famélica, etc.) y la Guerra Fría, las sociedades secretas, los límites de la libertad, la familia, etc.

En ambos planos, el supuestamente real y el representado, Mayorga propone un juego de dobles que en un primer momento aparecen como antagónicos pero que evolucionan hasta mostrar una curiosa simetría. Esta propuesta es una suerte de Doppelgänger: Bailen y Waterloo en un primer momento aparecen muy diferenciados por su fisionomía y apariencia externa, pero poco a poco se descubre que, al menos en el juego, son perfectamente intercambiables. Fischer es un neurótico maleducado, mientras Spassky se conduce con la prudencia y la cortesía de un caballero, pero a la postre solo el uno puede entender al otro, solo el uno es como el otro. Este esquema especular también se produce en el  ámbito de las ideas, los dos sistemas capitalismo y comunismo aparecen en un primer momento como proyectos políticos antagónicos y, sin embargo, ambos muestran una perfecta simetría en la forma en que manipulan y amenazan a sus respectivos jugadores.

reikiavik 2Un aspecto que provocó un debate interesante tras la función fue el hecho de que los dos personajes representaran la partida una y otra vez «con pequeñas variaciones». Mientras que mi amigo, Moisés Romero Coleto, quiso ver en esta propuesta un brindis del Mayorga filósofo a los postulados sobre la historia infinita de Hans Blumenberg, en el sentido de que aceptando que lo pasado no es un modelo de hechos cerrados y autofundados, la historia se puede narrar de forma infinita. Yo, por mi parte, quizá pensando en el Mayorga matemático quise ver en esta repetición de la partida de ajedrez de manera que siguiendo la mismas reglas ésta siempre fuese distinta la teoría del multiverso, siguiendo la estela de otras interesantes dramaturgias como «Mundos posibles» (1990) John Mighton o «Constelaciones» (2012) de Nick Payne.

Reikiavik es una dramaturgia estimulante que constata que el músculo creador de Juan Mayorga sigue absolutamente tensado y que continúa apostando por un teatro que provoque reflexión en los espectadores. La magnífica interpretación y la acertada dirección posiblemente harán de esta propuesta uno de los montajes más interesantes de esta temporada.


REIKIAVIK
Próximas funciones:
28 de septiembre a 30 de octubre de 2016

Horario: martes a sábado a las 19:00 horas y domingo a las 18:00 horas

CENTRO DRAMÁTICO NACIONAL Sala Francisco Nieva – Teatro Valle-Inclán
Plaza de Lavapiés s/n 28012 Madrid
Entradas aquí

TEXTO Y DIRECCIÓN Juan Mayorga

EQUIPO TÉCNICO
Escenografía y vestuario Alejandro Andújar
Iluminación Juan Gómez-Cornejo
Imagen Malou Bergman
Espacio sonoro Mariano García
Ayudante de dirección Clara Sanchís

REPARTO (por orden alfabético)
Bailén Daniel Albaladejo
Muchacho Elena Rayos
Waterloo César Sarachu

Producción Entrecajas Producciones Teatrales