Artículo «Enseñanzas de David Mamet» por Justin Morrow

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¿Qué enseñanzas se pueden sacar de David Mamet sobre cómo incorporar subtexto al guion?

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Traducción Miguel Pérez Valiente

El desconocido cineasta «indie» Alfred Hitchcock dijo en una ocasión una frase memorable: «Un drama es como la vida real pero sin las partes aburridas».

El hecho es que, en las películas, el trabajo del guionista es básicamente contar una historia en imágenes. Y para demostrar esta afirmación, voy a centrarme una de las películas con diálogos más jugosos de los últimos tiempos. Me refiero a la adaptación cinematográfica que hizo David Mamet de su obra teatral homónima de 1984, la ganadora de un premio Pulitzer, Glengarry Glen Ross [NT.: Éxito a cualquier precio].

Por lo tanto, completando la frase de Hitchcock se podría decir que: en las películas, al igual que ocurre en el buen drama, nadie dice lo que quiere decir, o, exponiéndolo de una forma menos taxativa, en el drama se habla con al menos la misma ambigüedad con la que habla la gente común y corriente. Porque, tal y como pasa en la vida real, el diálogo (o la conversación, depende de en qué plano de la realidad estés viviendo) se encuentra en su totalidad en el subtexto, allí están las motivaciones ocultas y los mecanismos secretos que impulsan nuestras interacciones.


«Si un escritor de prosa sabe con precisión sobre qué está escribiendo, puede omitir cosas que conoce, y el lector, si el escritor está escribiendo con suficiente verdad, tendrá una percepción tan clara de esas cosas omitidas como si el autor las hubiese verbalizado.

La dignidad con la que avanza un iceberg se debe a que solo un octava parte de su ser se encuentra emergida. –Ernest Hemingway».


Pero, para ser franco, algunos escritores simplemente no pueden evitar que sus personajes digan lo que realmente piensan (y como bien saben ustedes el negocio cinematográfico no es precisamente el más honrado). Y, Dios los  bendiga, esos textos se vuelven guiones y, hasta en ocasiones, esos guiones son llevados a la gran pantalla.

Y ninguno de sus personajes dice lo que realmente está pensando. Incluso en la famosa escena de Alec Baldwin en Glengarry Glen Ross [NT.: Éxito a cualquier precio], el tema no son los cuchillos para carne.

Y no es solo la motivación del personaje de Alec Baldwin (anónimo, excepto por un apodo no apropiado para el entorno laboral [N.T.: Cuando un empleado le pregunta su nombre él responde: “Fuck you”]) la que provoca ese inolvidable monólogo. La motivación superficial podría ser su apoyo a Mitch y Murray, los jefes de la inmobiliaria para quienes está haciendo el favor de encender un fuego bajo un inútil y poco eficiente equipo de ventas.

(Nota: en el caso de que nunca hayan tenido el placer de escuchar la alegre arenga de abajo, y se encuentran en su oficina debo advertirles que dependiendo en donde trabajen un vídeo así puede resultar completamente inapropiado).

Y aun así, y odio tener que decirlo –porque normalmente salgo corriendo despavorido de la habitación cuando alguien viene a pegar ese tipo de charla–, pero es más complicado que eso. Los personajes no comen solo porque estén motivados. En cualquier día tomado al azar nos vemos a merced de las flechas y las lanzas con que la avasalladora fortuna acosó al príncipe shakesperiano, desde el despertador que no suena a la falta de agua caliente en la ducha; desde el tren que perdemos al atasco del tráfico; el dolor de cabeza, la pareja habladora, etc. Lo que decimos y hacemos la mayoría de las veces no es solo diametralmente opuesto a la suma de lo que nos ha pasado a lo largo del día sino que, irónicamente y por extensión es opuesto a nuestras propias vidas. Cósmico, ¿no?

En esos pocos minutos, el personaje de Baldwin, quien ha conducido hasta allí en un coche de 80.000 dólares  para echar la bronca al equipo de ventas. En realidad no va allí a sermonearles; ni siquiera está allí para arengar a esos perdedores. A los ojos de ese vendedor anónimo, él está allí en una «misión de misericordia». En cierto modo, quiere sinceramente ayudar a esos hombres, quienes, cada uno en su propia manera, están obsoletos o sobreviven  como pueden. Él les mira desde lo alto del Monte Olimpo, aquí, en una noche lluviosa para darles un poco de «amor con mano dura». Y cada uno de los personajes de esa oficina es el producto de los días y los años que les han llevado hasta ese momento, aunque Mamet comentó, en una excelente entrevista con The Paris Review, que no le interesa nada más que la pregunta:

  • « ¿Tiene el personaje necesidad de transmitir esa información? Si la respuesta es no, entonces es mucho mejor eliminar dicha información, para no poner al público en la misma posición que en la que se encuentra el protagonista –trato de seguir esto como un principio irrenunciable–. Quiero decir, si no escribiera para el público, si no escribiera para que les resulte más fácil a los espectadores, entonces, ¿para quién coño lo haría? Y la forma de hacérselo más fácil es siguiendo estas reglas: cortar, crear un clímax, omitir la exposición, y avanzar siempre hacia el sencillo objetivo del protagonista. Son postulados muy estrictos, pero son, según mi opinión y experiencia lo que se lo hace más fácil al público».

Y más importante aún:

  • «La gente solo habla para conseguir algo. Si yo digo, ‘déjame decirte algunas cosas sobre mí’, tus defensas se disparan; te dices: ‘me pregunto qué quiere de mí’, porque nadie habla jamás a no ser que quiera conseguir un objetivo. Esta es la única razón por la que la gente abre su boca, en el escenario y fuera del escenario. Puede incluso que lleguen a usar un lenguaje que resulte esclarecedor, pero en el caso de que sea así, es por pura coincidencia, no nos engañemos, lo único que están intentado es conseguir un objetivo».

Puede que os digáis, «vale, eso está muy bien, pero ¿cómo me puede ayudar a mí?». Y al hacer eso, estáis demostrando su –y por extensión, mi– teoría: todas las acciones se toman para conseguir un objetivo. Algunas reglas generales por cortesía del Sr. Mamet.

    • Lo importante no es lo que el personaje diga si no lo que hace: «Un personaje puede jurar y perjurar que es ‘un hombre honesto’, pero serán sus acciones las que le definan».
    • Nunca hay que olvidarse del público: «Y la mejor forma de tenerlo presente es siguiendo estos principios: cortar, crear un clima, omitir la exposición, y siempre progresar hacia el objetivo final del protagonista».
    • Que el diálogo hable por sí mismo: «Las acotaciones de dirección, a no ser que sean absolutamente esenciales para entender la acción que ocurre en escena, por ejemplo: él sale, ella le dispara, rara vez son respetadas ya que es seguro que los actores y el director van a hacer algo diferente a lo que indica la acotación.

Y algunas otras reglas (no de Mamet, pero muy válidas), sacadas de un gran artículo sobre esta película en el Script Shadow.

    • No hay que hablar a no ser que sea absolutamente necesario – «Sin lugar a dudas uno de los más grandes errores más frecuentes en autores noveles son personajes cuya única motivación para hablar es el estar dentro de la escena. Si los personajes hablan solo porque un escritor les está haciendo hablar, la escena resultante será monstruosamente aburrida».
    • Mentir es Bueno (¡para el drama!) – El diálogo resulta más interesante cuando alguien está mintiendo. ¿Por qué? Porque hay una vocación natural de los lectores para intentar averiguar si la otra parte se va a dar cuenta o no. Glengarry es un gran festival de las mentiras. Shelley miente a todos los líderes sobre cómo «ganaron» el concurso. Roma (Pacino) se pasa toda la película mintiendo a sus clientes potenciales. Ross (Ed Harris) y Aaronow (Alan Arking) mienten sobre atracar ese lugar. Cuando un personaje oculta algo el diálogo siempre adquiere mucha más chispa.

Y en último lugar, aunque en absoluto no menos importante:

  • ¡CONFLICTO! – «Lo he dicho antes y lo vuelvo a decir, una de las mejores formas de crear un buen diálogo es a través del conflicto. En casi todas las escenas de Glengarry Glen Ross [NT.: Éxito a cualquier precio] un personaje persigue un objetivo mientras el otro personaje busca otra cosa diferente».

Artículo «El previsible batacazo de Al Pacino» por Miguel Pérez Valiente

Mickey Ross
Al Pacino como Mickey Ross y Christopher Denham como Carson

Aunque el regreso a los escenarios de grandes actores siempre provoca expectación y simpatía, el incontestable carisma de Al Pacino (75 años) no ha sido suficiente para neutralizar las numerosas polémicas que están surgiendo con motivo de su nuevo trabajo en Broadway (como protagonista en la última obra de David Mamet «China Doll»). Y es que parece que este montaje ha nacido un poco gafado.


[El estreno en España de «Muñeca de porcelana» tendrá lugar el día 25 de febrero de 2016 en el Teatro Lope de Vega de Sevilla y estará protagonizada por José Sacristán y Javier Godino con dirección de Juan Carlos Rubio»].


David Mamet escribió este texto pensando en Al Pacino. Esta será lamamet cuarta colaboración de estos dos titanes de la escena. A pesar de que se programaron un número suficiente de pases previos (comenzaron el 21 de octubre de 2015) el estreno, previsto para el 19 de noviembre de 2015 en el Gerald Schoenfeld Theatre de Nueva York, tuvo que ser pospuesto, según un comunicado de los productores a la Associated Press, «para permitir al equipo creativo un tiempo extra de trabajo en la obra antes de su estreno mundial». La nueva fecha prevista para el estreno en Broadway es el 4 de diciembre.

Las primeras críticas que han salido de esas previas no son nada halagüeñas: Por un lado, ha trascendido que Al Pacino está teniendo bastantes problemas para aprender su papel, lo que ha obligado a los productores del montaje a echarle una mano con un «pinganillo» y con un equipo de hasta siete teleapuntadores estratégicamente situados en la sala. También se han filtrado encontronazos entre Pacino y la directora del montaje, Pam MacKinnon, del tipo «¡No soy tu jodido muñeco, Pam!» cuando la directora (galardonada en 2013 con un Tony por su trabajo en ¿Quién teme a Virgina Woolf?) intentaba darle unas indicaciones.

Con todo, lo peor  es que la respuesta del público tampoco ha sido buena: Michael Riedel, el crítico teatral del The New York Post la ha calificado como una «nueva obra horrible» o «Sin lugar a dudas, China Doll se puede definir, usando la terminología del propio Mamet, como un jodido desastre. Y nadie es más consciente de eso que Al Pacino». Con respecto a la reacción del público añade: «El éxodo en el intermedio es casi una estampida».

Parece ser que esta huida ha llegado incluso al autor, David Mamet, quien, tras asistir a dos ensayos de vestuario y la primera previa, huyo a California dejando a una apocada directora sin ánimo de enfrentarse a la leyenda.

Sea cual sea el resultado de este montaje, podría suponer un nuevo fracaso en Broadway de Mamet –ya debe ir por el séptimo–, tras el desastroso resultado de The Anarchist [La anarquista] retirada de la cartelera apenas una semana después del estreno. En cualquier caso, una mala crítica no tiene por qué augurar un fracaso en taquilla. En el 2012, el mismo equipo de producción y los mismos protagonistas, David Mamet como autor y Al Pacino como protagonista hicieron una muy buena taquilla con la reposición en Broadway de Glengarry Glen Ross [Éxito a cualquier precio], a pesar de las gélida acogida de la crítica.

Lo que está claro es que, Al Pacino será siempre uno de los imprescindibles, un actor de referencia. He traducido esta entrevista que le han hecho recientemente en la que habla de algunas claves de su carrera y muy especialmente del impacto en su vida artística que tuvieron los montajes de la legendaria compañía neoyorquina The Living Theatre.


China Doll [Muñeca de porcelana] es una obra sobre un millonario, su joven prometida y un jet privado. El hombre acaba de comprar un nuevo jet como regalo de bodas para su novia. Pretende retirarse parcialmente para disfrutar de la v ida. Cuando le está dando las últimas instrucciones a su joven asistente decide atender una última llamada telefónica…


Actualización después del estreno del 4 de diciembre 2015

  • Extractos de la crítica de Alexis Soloski para The Guardian

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«Fracasa el atormentado mano a mano de Mamet y Al Pacino»

El tradicional estilo de león quejumbroso de Al Pacino consigue atraer al público, a pesar de que el actor se ve obligado a repetir todos sus tics en esta mediocre entrega de Mamet para Broadway.

«Da igual lo que cobre, creo que es justo decir que Christopher Denham es el actor peor pagado de Broadway. Mr. Denham –un hombre joven a quien le deseo un sistema nervioso muy resistente– es uno de los dos actores del reparto de ‘China Doll’ de la flácida nueva obra de Mamet…

Y luego esta –pausa para un silencio ominoso– Al Pacino. Ahora, imaginen, por favor, algunos efectos de sonido tipo tizas chirriando en incontables pizarras, y el goteo incesante de un grifo mal cerrado. Pues a eso tiene que enfrentarse Mr. Denham noche tras noche».

Artículo «¿Cómo diferenciar una buena de una mala interpretación?» por Marcus Geduld

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Artículo original de Marcus Gedul publicado en Quora traducido al español por Miguel Pérez Valiente
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Philip Seymour Hoffman en «Capote». Click en la foto para ver el articulo original en inglés.

«¿Cómo se puede diferenciar la buena de la mala interpretación?» fue una pregunta que apareción en Quora. He aquí una de las respuestas mejor valoradas.

Si alguien les dice que hay claves objetivas, es que es un imbécil. Este es un tema gustos personales. Es cierto que hay tendencias, por ejemplo, a mucha gente le gustaba la forma de interpretar de Philip Seymour Hoffman. Pero, en el caso de que a ustedes no les gustase, no querría decir que estén equivocados, como mucho se podría decir que son excéntricos.

(Otra pregunta interesante que, como no ha sido planteada no la voy a contestar, sería ¿por qué hay tendencias o modas? Incluso si admitimos que Hoffman objetivamente no es un gran actor, ¿por qué le gusta a tanta gente? Por lo mismo, ¿por qué a tanta gente le gustan los Beatles, Shakespeare y Leonardo Da Vinci? Tal vez alguien se pregunte por qué hay tendencias generales en cuestiones de gusto.

Soy un director que ha estado trabajando con actores durante casi 30 años, y soy hijo de un historiador del cine. Voy a dar mi definición de buena interpretación. Pero quiero subrayar (por última vez)  que si yo digo que Pacino es genial y ustedes no piensan lo mismo, mi opinión no hace que yo tenga razón y que ustedes estén equivocados. Solo indica que tenemos gustos diferentes.

Para mí un actor es bueno sí:

  1. Me hace creer que está pasando por lo que quiera que sea que esté pasando su personaje.

Hablo, en un cierto modo, de algo físico («Verdaderamente le acaban de meter un tiro», «Verdaderamente está saltando de un tren en marcha») pero, sobre todo, es algo psicológico. («¡Está asustado de verdad!» «¡Está enamorado de verdad!» Si un actor lo «está fingiendo», entonces no está haciendo su trabajo (al menos en el sentido en el que yo considero el trabajo interpretativo).

  1. Consigue sorprenderme.

Este es el requisito más nebuloso, pero es importante. Excepto en aquellas partes pequeñas que se supone que no deben atraer la atención (por ejemplo, un empleado de banco abonando los cheques del protagonista), no es suficiente para un actor que simplemente parezca que lo que está haciendo es creíble. Resultar creíble es un requisito, pero a eso hay que añadirle que yo, como espectador, no sea capaz de predecir cada una de sus reacciones antes de que las realice.

Podemos considerar, por ejemplo, en las muchas formas en las que una mujer podría reaccionar si su novio le dice que quiere romper. Hay muchas maneras creíbles, muchas maneras de reaccionar que serían consistentes con el comportamiento humano, y no, por ejemplo, con el comportamiento extraño e  increíble que podríamos esperar de un extraterrestre.

Podría derrumbarse y llorar; podría reír histéricamente; podría arrojarle un vaso de agua a la cara; se podría quedar completamente pasmada sin mostrar ninguna reacción…

El trabajo de un actor es comprender la extensión del espectro de las reacciones humanas y las profundidades de sus propias capacidades. Deben ser capaces de extraer de ese pozo y de sorprendernos. De otra manera su interpretación resultará aburrida y predecible.

Hay muchas maneras en las que un actor puede sorprender. Gary Oldman y Johnny  Depp nos sorprenden por su capacidad de abordar de una forma creíble muchos y muy diferentes personajes. Jack Nicholson sorprende al ser… sorprendente. Aunque no tiene la capacidad camaleónica de Oldman o Depp, nunca sabes qué es lo próximo que va a hacer. Pero, haga lo que haga, siempre está basado en la realidad psicológica. Nunca resulta falso.

Christopher Walken, Glenn Close, Al Pacino, y muchos otros sorprenden por el halo de peligro que les rodea. Resulta amenazante tenerlos cerca porque uno siente que podrían atacarte o estallar en cualquier momento. Son bombas de relojería.

Y, por supuesto, muchos actores cómicos (por ejemplo, Julia Louis-Dreyfus) nos sorprenden en todo tipo de comportamientos extravagantes y desternillantes. Por ejemplo, observen a Katherine Hepburn y Cary Grant in «Bringing Up Baby» [NT: La fiera de mi niña]. ¡Absolutamente sorprendentes y completamente creíbles!

Otro gran ejemplo de interpretación sorpresiva, que nunca resulta fingida, es el trajo de Diane Keaton en «Annie Hall».

  1. Es vulnerable.

Los grandes actores comparten con el público partes de ellos que la mayoría de la gente mantiene oculta. Están siempre desnudos. (Algunos se muestra literalmente desnudos pero me estoy refiriendo a la desnudez emocional).  Los malos actores están en guardia.  No quieren mostrar su lado desagradable, malvado, mezquino, celoso, etc.

Hay muchos ejemplos de actores  que aparecen desnudos en el scenario o frente a la pantalla. Mi favorita es Rosalind Russell en la película «Picnic». Alquílenla  si no la han visto aún. Interpreta a una  profesora de colegio de mediana edad que está en riesgo de envejecer y morir sola. Hay una escena desgarradora en la que le ruega a un hombre que se case con ella. Llega a arrodillarse delante de él. Deja de lado toda traza de dignidad y estalla mostrando su yo más herido, asustado y dolorido.

Existen las mismas zonas de miedo y dolor dentro de todos nosotros –esas son precisamente las partes que nos esforzamos  por esconder–. Pagamos un alto precio por ocultar esas  debilidades y uno de los grandes regalos que puede ofrecer un actor es sacrificar su dignidad por nosotros. Ellos se exponen para que nosotros no necesitemos hacerlo. Son como Cristo muriendo por nuestros pecados.

Esto enlaza con algo que escribí más arriba: resulta siempre sorprendente cuando los actores se muestran expuestos y desnudos. Y si no resulta real entonces no sirve. De hecho, es muy difícil de fingir este tipo de desnudez emocional. Si alguna vez tienen la impresión de que un actor está mostrando una parte secreta de sí mismo es que probablemente lo está haciendo.

Ejemplos (en mi opinion) son Julianne Moore y Bryan Cranston. Si pueden, alquilen alguna vez también «The Browning Version» [NT:La versión de Browning]. La original [NT:  Estrenada en 1951, dirigida por Anthony Asquith], (no el remake). Observen a Michael Redgrave. Se desnuda completamente y exprime todo su dolor.

  1. Tiene buena escucha.

Es fascinante observar a los actores cuando no están hablando. Algunos están demasiado atrapados en su ego o en tecnicismos (por ejemplo, tratando de recordar su próxima frase) como para poner el foco en la persona con la que están actuando. Algunos, por  el contrario, parece que son capaces de registrar todo lo que escuchan. Se puede comprobar como lo que se dice les afecta físicamente, como si las palabras surgiesen como bofetones en sus mejillas. Observen a Claire Danes. Tiene una magnífica escucha.

  1. Su instrumento está bien «perfeccionado»

Con esto quiero indicar que sabe usar su voz y su cuerpo para construir el papel que está  interpretando. Esto no quiere decir que mida 1,80 m. y que tenga tableta de chocolate. James Gandolfini usa su cuerpo muy bien. Quiere decir que sabe cómo moverse y cómo hablar de una manera expresiva. Su voz o cuerpo no va a la contra o están acumulando tensión inapropiada para su personaje.

Un ejemplo negativo es Krisen Stewart. Es casi doloroso verla actuar. Da la impresión de que le gustaría estar en cualquier sitio que no fuera frente a una cámara. Es (o al menos lo parece) muy tímida.

En mi opinion, Hoffman era estupendo porque aunaba todas esas características. Era vocal y físicamente agraciado. No tenía un cuerpo 10 pero le sabía sacar partido. Si se le observa atentamente cuando no está hablando se nota como escucha atentamente a sus compañeros de reparto. Lo que estos decían le afectaba profundamente y lo que estos decían generaban en él reacciones que crecían orgánicamente.

Era profundamente vulnerable. Siempre. La vulnerabilidad era precisamente su marca de la casa. Se notaba que lo que uno recibía de él era auténtico y honesto. Era esa autenticidad –junto con su inteligencia y su astuto sentido del humor– lo que hacía que su trabajo resultase tan sorpresivo y fresco. Y ni una sola vez vi en él algo que resultase falso.

No odio a Tom Cruise de la manera en la que suele odiarlo la gente. Para mí resulta convincente la mayor parte del tiempo. Lo que pasa es que simplemente resulta poco interesante. Muy pocas veces consigue sorprenderme y no da la impresión de que escarbe dentro de sí mismo para buscar algo que resulte auténtico o vulnerable. Parece estar en guardia. El trabajo en el que vi que mostraba más vulnerabilidad fue «Eyes wide shut» en donde hizo un buen papel, pero sin que resultase brillante. Y este caso fue una excepción.

Hay que tener en cuenta que mucha gente (que no son ellos mismos actores, directores o aficionados obsesivos del cine) no tienen muy claro sobre cuál es la contribución real de los actores en una película. Esto en sí mismo no es importante. Para la mayoría de los espectadores no es necesario entender quién hace el qué durante la producción.

Mucha gente piensa que un actor es estupendo si les gusta su personaje. Pero eso normalmente tiene que ver más con la buena escritura del guion que con la buena interpretación. O también están los que piensan que un actor es bueno si éste consigue  ofrecer con algún elemento efectista, como ganar o perder mucho peso o interpretar convincentemente una minusvalía. Esto son acrobacias impactantes pero no son el núcleo de lo que un actor debe ser.

Si se me obligase a comparar a Dustin Hoffman en «Rain Man» con Dustin Hoffman en «Kramer vs. Kramer» diría que hizo un trabajo más interesante en la segunda. En «Rain Main» fue capaz de esconderse detrás de una serie de ardides interpretativos. En «Kramer contra Kramer» simplemente fue veraz.

Algunas personas piensan que la interpretación es buena si la película les ha gustado. Keanu Reeves, en mi opinión es un actor desastroso –sobre todo porque es de escayola y falso–. A veces parece que decir su parte está leyéndola de los letreros de apoyo. Pero a ciertas personas les gusta porque piensan que las entregas de Matrix son buenas. Confunden las películas con el actor. Si otro actor hubiera estado en esos films, también habría complacido a esos espectadores. No es exactamente el actor (o no exclusivamente el actor) lo que les está gustando.  Pero como está haciendo  el papel protagonista se centran en él.

Por último, hay gente que confunde la vida personal de un actor con su trabajo. Tom Cruise es un buen ejemplo de esto. Es un miembro de alto nivel de la iglesia de la Cienciología, y a mucha gente no le gusta esa religión. No les gusta su forma de interpretar, al menos en parte, porque le consideran una persona desagradable. En cierto modo esta reacción podría ser un síntoma de que en efecto es un mal intérprete ya que no consigue hacer que el público olvide su vida privada mientras le están viendo actuar en sus películas, pero también es cierto que en algunos casos poco importaría lo bueno que fuese.

Actualmente mucha gente expresa reacciones apasionadas sobre el trabajo tanto de Woody Allen como de Mía Farrow. Reacciones que no tienen nada que ver con lo que están viendo en la pantalla. No quiero decir en absoluto que esa gente esté equivocada, o sea estúpida o esté loca. Simplemente digo que las reacciones que los actores provocan en los espectadores son complicadas y no suelen estar basadas al 100 % únicamente en sus interpretaciones.

ACTUALIZACIÓN: Un par de personas me han pedido que desarrolle mis afirmaciones sobre Keanu Reeves. Consideran que aunque suele ser inexpresivo esto es lo que pide su personaje en «The Matrix». Antes de nada tengo que admitir que solo vi la película una vez, cuando se estrenó, así que es posible que no recuerde bien. Es verdad que a veces un buen director puede hacer buen uso de malos actores.

Permítanme extender mi observaciones sobre Keanu a su interpretación más allá de en «The Matrix», aunque sigo teniendo mis reparos sobre su trabajo en esta película.

No es lo mismo interpretar a una persona poco expresiva que ser un actor ser de escayola. De hecho, interpretar a una persona reservada es muy difícil (porque exige actuar sin mostrar demasiado) y, por eso, los actores que lo consiguen son brillantes.

Pondría como ejemplo a Anthony Hopkins in «Remains of the Day» [NT: «Lo que queda del día». Tommy Lee Jones en muchos de sus personajes e incluso a Clint Eastwood en «Dirty Harry» [NT: «Harry el sucio». Esos actores consiguen transmitir que, aunque el personaje es aparentemente hierático, bajo la superficie hay mucha tribulación. Para mí Keanu transmite un actor que simplemente se pone frente a las cámaras y lee su texto. No creo  que debajo haya nada que no sean nervios. Si ustedes creen otra cosa, no hay problema. Recuerden, esto es subjetivo.

Habiendo hecho muchas audiciones de actores, estoy acostumbrado a escuchar a algunos que pueden tomar las frases de cualquier escritor y hacerlas sonar como si fueran sus propias palabras. Y también estoy familiarizado con actores menos experimentados (o con menos talento) que se muestran incómodos con palabras que no son las suyas propias.  Esos que suenan como si estuvieran recitando o leyendo algo. Suena guionizados.

Por ejemplo, escuchando a Keanu en el vídeo que se muestra más abajo, especialmente en el minuto 00:11 cuando dice «I have offended you with my ignorance, Count»  [NT: «Le he ofendido con mi ignorancia, conde», muchas de sus frase suenan leídas para mí. Es como si no hubiera conseguido sacarlas de la página y asimilarlas en su propia mente y cuerpo.

No sé si pueden percibir la diferencia entre Keanu, arriba, y Tommy Lee Jones, abajo.  Los dos son bastante impasibles. La diferencia para mí, es que Jones parece estar diciendo sus propias palabras, aunque están tan guionizadas como las que dice Reeves. Jones está más cómodo en su piel y es mucho más capaz de «poseer» sus líneas.

Lee el artículo original en Quora