Crónica de «Alarde de tonadilla» de Hugo Pérez de la Pica

Con el fin de preservar las artes y oficios tradicionales, a partir de 1950, el gobierno de Japón empezó a nombrar a ciertas personas o grupos que eran «portadores de bienes culturales intangibles importantes» como tesoros humanos, situándolos de esta manera al mismo nivel que los lugares de gran valor cultural que son designados como tesoros nacionales.

Por estos lares, sin embargo, nos conformamos con tener una final «española» en la Champions League…

alarde 3
«Tres morillas» zéjel de transmisión oral fronteriza © Laura Torrado

Preservar su acervo cultural debería ser un objetivo de todas las sociedades pues, solo desde el respeto a las manifestaciones artísticas del pasado podremos construir un discurso vigoroso y fresco pero consecuente con la tradición en la que nos hemos desarrollado. Hay poca o ninguna ganancia en la ruptura y mucho provecho en la mirada curiosa al talento de los que nos precedieron.

Con Alarde de tonadilla, Hugo Pérez de la Pica, artista total y creador inclasificable, vuelve a realizar una labor de contextualización de expresiones musicales tradicionales que, si no de un completo olvido, sí adolecen de un injusto desprestigio debido al uso y abuso que hizo el poder durante los 40 años de dictadura y al desinterés que ha mostrado la sociedad en los cuarenta años que llevamos de democracia.

La variada y rica canción tradicional española, que tanto gustaba a Federico García Lorca, ha desaparecido casi completamente de nuestro horizonte cultural. Su hija díscola y groserona, la copla, con todas las taras de las que adolece un arte vulgarizado, es la única expresión que de tarde en tarde se cuela en un Talent Show televisivo donde, presentada entre la actuación de un mimo aficionado y un equilibrista novato, solo sirve para confirmar el prejuicio y convencernos de que que el olvido que soporta es a la vez justo y necesario.

TonadillaEn el discreto y encantador Teatro Tribueñe, Pérez de la Pica, quien consiguió la proeza de mantener siete años en cartel su fascinante Por los ojos de Raquel Meller nos invita ahora a sumergirnos en un mundo delicioso y fino de ritmos y géneros servidos en la hermosa sucesión con la que se ordenan las flores de la guirnalda: farruca, seguidilla, canción aragonesa, fandango, pasodoble, jota, bulería, vals, zapateado, chotis y hasta canción tradicional sefardíNo la puso su madreo el antiquísimo zéjel de temática erótica y de tradición oral fronteriza de las Tres morillas pieza que armonizaría y grabaría Lorca junto a La Argentinita en su álbum de 1931 Canciones Populares Antiguas.

 POR LOS OJOS DE HUGO PÉREZ 

El montaje es sobre todo una experiencia de inmersión en un universo de belleza extinta a la que el taumaturgo Pérez de la Pica resucita en su frescura gracias al aliento de su artística mirada. La puesta en escena, que trasciende de largo lo puramente musical, epata desde que se alza el telón y nos encontramos con el primer «cuadro».  Y es que la tonadilla pasada «por los ojos de Hugo Pérez de la Pica» se convierte en un lienzo barroco de vivos colores, de arreboles de luz de luna impresos en trajes exuberantes y deliciosas danzas de majos seductores y pícaros. Todo organizado con el hilo conductor de la poesía de métrica libre y regusto popular del autor y director de montaje.

Alarde de tonadilla es un trabajo delicioso empapado de arte que, a pesar de la riqueza escénica, está imbuido con el encanto de una función de compañía de teatro ambulante y, como en tal, hay diferente niveles de ejecución. En ese sentido destaco la presencia escénica y la gracia de Badia Albayati, la voz vintage de Helena Amado y la pujanza del baile de Raquel Valencia.

Como cualquier propuesta artística hay que enfrentarla con la mente y corazón abiertos. Propongo que se dejen de lado los prejuicios y que, para encontrar este oro viejo enterrado, nos entreguemos a escuchar con actitud curiosa el hálito de un pasado musical y literario que fascinó a tantos grandes de nuestra cultura.

Con galardón oficial o sin él, Hugo Pérez de la Pica, es un portador de bienes culturales intangibles. Un artista libre bendecido con iguales dosis de libertad y genio que debe ser objeto de atención de cualquier aficionado a las artes escénicas.

plantilla_img_fichaobra


FICHA ARTÍSTICA

alarde 5
© Laura Torrado

Candela Pérez
Raquel Valencia
Helena Amado
Badia Albayati
Alberto Arcos
Ana Peiró
José Luis Sanz


MÚSICA

Mikhail Studyonov (Pianista)
Tetyana Studyonova (Pianista )


FICHA TÉCNICA

Dirección y dramaturgia Hugo Pérez de la Pica
Dirección musical Mikhail Studynov
Coreografía Juan Mata / Raquel Valencia / Alberto Arcos / Hugo Pérez de la Pica
Escenografía Santiago Martínez Peral
Diseño de iluminación Hugo Pérez de la Pica / Miguel Pérez-Muñoz
Ayudante de dirección Antonio Sosa
Realización de vestuario Milagros Sánchez / Concha Morillas / Carmen Rodríguez de la Pica / Carmen Bravo
Asistente de producción Eloísa López
Diseño gráfico Paula Sánchez
Agradecimientos ArteFyL


DURACIÓN Y FUNCIONES

2 horas con una pausa

Domingos a las 19:00 desde el 2 de octubre.


LOGÍSTICA

Teatro Tribueñe
c/ Sancho Davila 31
Bus 12, Metro Ventas y Manuel Becerra

INFORMACIÓN Y RESERVAS: 91 242 77 27
Venta de entradas:
Entradas.com
Entradas ABC
La taquilla abre 1 hora antes de cada espectáculo

alarde 1

Crónica de «Pingüinas» de Fernando Arrabal

pinguinas cabecera
@Javier Naval

Diez moteras de tomo y lomo, (‘diez que cabalgan juntas’ que diría Almodóvar); diez gamberras preservadas en una edad estupenda organizando un anacronismo de agárrate y no te menees. Y es que, insolentes a Cronos, ha elegido cada una de las parientes de Cervantes la edad de su capricho –debe ser que cuando nos enfrentamos a la eternidad el tiempo resulta, ¡más que nunca!, relativo–. A tal respecto, Luisa, la hermana monja –Ana Torrent– que cada vez que abre la boca suelta una perla, sentencia: «El tiempo no tiene realidad ni equilibrada ni objetiva».

Diez que son muchas otras cosas más de lo que pretenden ser: arquetipos, modelos, discutidoras, bolleronas deslenguadas de rompe y rasga que a mí –con permiso de Arrabal y de Pérez de la Fuente– se me antojan mucho más ‘quijotAs’ que ‘cervantAs’.

Estás protomusas aceleradas que aguijonearán al público –desde el minuto uno– como un enjambre de avispas cabreadas ensaetando al respetable con un frenético ametrallar de proposiciones plagadas de escatología, astrofísica, mecánica cuántica, filosofía, alta teología, informática y referencias pop en el entorno web.

pinguinas cabecera
Pingüinas pánicas refocilándose en el acoso a Luisa de Belén la pingüina monja @Javier Naval

Pérez de la Fuente le hizo a Arrabal un encargo teatral para conmemorar el cuadringentésimo aniversario de la muerte de Cervantes. Sobre la presencia del Príncipe de los Ingenios en el texto resultante, –Pingüinas–, podríamos glosar al tabernero de ‘La vía láctea‘ de Buñuel que, cuando advertido de que las enseñanzas del párroco se muestran inútiles para convencer al escéptico gendarme sobre la presencia efectiva de Cristo en la hostia, con pragmatismo de hombre de mundo se deja de disquisiciones bizantinas y espeta: ‘Yo, desde luego, estoy convencido de que el cuerpo de Cristo está en la hostia, al igual que la liebre está en este paté‘ (mostrando a los contertulios una jugosa bandeja de liebre patetizada). Cervantes se muestra esquivo en Pingüinas…esquivo, pero omnímodo como la liebre estrujada en el paté.

Por sus obras los conoceréis‘ (Mateo 7:16)
Si bien las referencias meramente biográficas no son muy abundantes en el montaje –aunque haberlas haylas–, el autor está muy presente en las alusiones a sus obras, en las menciones a sus personajes y en las idealizadas intenciones que las Pingüinas atribuyen a ‘Miho’ (apelativo familiar con el que nombran al excelso pariente). Destacado ejemplo de lo primero es la repetición en las Pingüinas de la mistificación que sufren Don Quijote y su escudero en el episodio de la burla de los duques. Las Pingüinas serán tentadas a una aventura espacial, a un viaje celeste en una ‘cosmonave’ (metáfora de la internet) tan amañada y falsa como el caballo de madera Clavileño el Alígero en el que fueron zarandeados –a un palmo del suelo– el hidalgo y su escudero. Arrabal aquí deliciosamente irónico propone que el engaño del viaje a la Luna lo ha organizado la televisión, lo dirige la Directora de programación, alias ‘la Dolorida’ y se perpetra a través de internet. Los dos medios de comunicación más emblemáticos del siglo XXI, tienen, por lo tanto, el mismo poder atontolinador que los libros de caballería que turbaron el raciocionio del caballero. Y si Don Quijote terminó confundiendo su vida con aquellas fantasías que leía en los libros de caballería, las pingüinas también padecen similar tesitura. Luisa reprende a Torreblanca «…lo mezclas todo. Confundes tu vida y la tele con…»

clavileño
Gustave Doré. Don Quijote y Sancho Panza cruzando el firmamento a lomos de Clavileño.

Don Quijote y Sancho son de nuevo fielmente evocados en el diálogo que, sobre el abuso de los dichos, mantienen Luisa y Torreblanca. La analogía es tan grande que casi procede la exposición sinóptica:

En El Quijote:

–.Don Quijote a Sancho: «¡O maldito seas de Dios, Sancho! dijo a esta sazón Don Quijote. Sesenta mil Sataneses te lleven a ti y a tus refranes; una hora ha que los estás ensartando y dándome con cada uno tragos de tormenta … Dime: ¿Dónde los hallas, ignorante; o cómo los aplicas, mentecato? Que para decir yo uno y aplicarle bien, sudo y trabajo como si cavase».

En Pingüinas:

–.Luisa a Torreblanca: «¡No más ‘dichos’! Muchas veces te he aconsejado que no seas tan pródiga con tus jodidos dichos –que me soliviantas–… Que te vas de la mano al decir tus requejodidos, –perdón–, dichos. Pero me parece que contigo es predicar en el desierto. Y castígame mi madre, y yo trómpogelas».

Otras referencias, –las más sugerentes– no son ni mucho menos tan directas. Algunas le son servidas al espectador tan desestructuradas y retorcidas que es delicia jugar a desentrañarlas. ¡Qué buen teatro el que espolea al espectador!

Tal vez el teatro nunca podrá evadirse completamente de lo obvio, Fry ya dio la clave en el duodécimo episodio de la primera temporada de Futurama titulado ‘Cuando los extraterrestres atacan‘: «Las cosas ingeniosas hacen que el público se sienta estúpido y las cosas inesperadas le dan miedo».

Por eso en nuestra cartelera teatral vemos a tantos personajes sacados directamente del telediario, mostrados groseramente reconocibles, huérfanos de la generosidad de un autor que desee elevarlos con el lustre de una pátina artística. Hay autores –incluso salas– empeñados en ofertar esos montajes sobre lo exasperadamente inmediato. Esas propuestas no persiguen ni un dialogo con el espectador, ni tampoco pretenden sugerir preguntas, tristemente se conforman con mostrarle al público lo que ya conoce o insistirle en lo que ya cree. No es –creo yo–  teatro valiente, el que a tan poco se atreve. Es teatro acomodaticio, mortecino, prescindible.

Es, precisamente, en el descoloque que provoca el estilo enigmático y desaforado de Arrabal en donde reside, para mí, el tesoro de su estilo. Como trae muy a cuento Luisa: «El misterio de la creación es creíble porque no es racional. En latin: ‘credo quia confusum‘: creo en él porque es confuso». ¿No sería precisamente este el más apropiado e incontestable lema de este montaje?

Las reflexiones del autor abarcan muchos campos. Por ejemplo, Arrabal le da un buen repaso a la teología cuyos principios pone en boca de Luisa de Belén, la única de las pingüinas cristiana –la única obscenamente determinista– (las demás son pánicas y tal vez por eso hacen gala de una sexualidad exacerbada que se dirige especialmente hacia la monja de cuyas creencias al mismo tiempo se mofan): «Necesitamos un principio regulador con el rigor matemático de la confusión», dice Luisa; «Dios ha creado todas las cosas con una razón determinada»;  «No existe el azar ni la casualidad»; «…hay fuerzas maléficas alrededor nuestro». Y frente a las proposiciones de la teología cristiana, la demoledora reflexión de Constanza: «Tu Dios es como la fama: un trozo de nada que el creyente agarra al vuelo sin saber por qué».

Es este Arrabal lúcido y sobrado de inteligencia el que constantemente se entrega a la autoimpuesta servidumbre de desolemnizarse (lo pánico, a pesar de su vigor descontrolado, se somete sumiso al humor). A cada idea elevada le siguen, como por penitencia, tres o cuatro tacos o dos chascarrillos ye-ye. Las palabrotas son tan abundantes que hay que aguzar el oído para escuchar algo más allá del ruido de fondo de los improperios.

Pero no son todo exabruptos y salidas de tono en este texto teatral tan excelente. El lirismo irrumpe con intensidad en muchos momentos: En las apariciones de Miho –Miguel Cazorla– su voz ininteligible recuerda a la afasia que padecen los muertos queridos cuando nos visitan en el sueño. Especialmente en la que asumiendo la función de dios tutelar de las pingüinas les advierte de la falacia del viaje a la Luna. Hermosa es también la identificación de Miho con la libertad. Son innumerables las veces que en  el texto se relaciona el concepto de libertad con Miguel de Cervantes, ¡notable homenaje al de Alcalá de Henares! Resulta también muy entrañable el tabú con en que Arrabal –que no es ya un chaval– trata el tema de las muerte. Las Pingüinas hablan eufemísticamente de «ocultarse» y cuando una de ellas deslenguada dice «morí» recibe la recriminación inmediata de las otras. Posiblemente este pudor a darle nombre de muerte a lo que no es sino muerte hable más de los propios miedos de Arrabal que de los de Cervantes y su familia quienes, al fin y al cabo, ya hace siglos que emprendieron el sombrío viaje..

madre
@Javier Naval

Dos escenas deslumbran por su belleza. Dos escenas superlativas cuyo extremo lirismo ha puesto a prueba el talento de todo el equipo para llevarlas a buen puerto.
La primera es la escena del cautiverio de Miho con un maravilloso soliloquio de la madre, Leonor, (magistralmente encarnada por Lara Grube) frente a la jaula en donde languidece su hijo, un momento en el que se suspende toda la confusión pánica y el texto fluye centrado en expandir la hermosura con un patetismo a la altura del Stabat mater:

«Sueño con volverte a ver libre y abrazarte…
con besos reventando melancolía
con besos bizarros como el garbo

con besos salpicados de lágrimas e hipos..
…con besos ministrados por el arrebato…
…con besos enredados en la pericia»

A nivel de dirección la escena está maravillosamente montada con todas las pingüinas en fila acompañando y, a la vez, sujetando a la madre que expresa un dolor inconmensurable.

giróvagas
@Javier Navaal

La segunda escena memorable es la que se resuelve tras la revelación del propio Miho sobre el engaño del viaje a la Luna. Es en ese momento de madurez cuando las pingüinas están ya listas para hacer la danza giróvaga, esa que les abrirá el ojo del corazón con el que podrán, verdaderamente, entender la obra de Miho. Estéticamente, este pentecostés pánico, es un momento extraordinario que el espectador, ya a estas alturas algo abrumado por la incesante algarabía de las pendencieras pingüinas, recibe con achaque de meditación.
Una vez acabada la ceremonia de elevación aparece por última vez Miho para proclamar un manifiesto (que transmitirá Isabel, la hija natural y médium de su padre –Sara Moraleda–) sobre la motivación de la naturaleza creadora del ser humano:

«No vivimos al mundo para ser más ricas
ni más influyentes
ni más famosAs,
sino para confortarnos y confortar
con palabras
de poesía,
de libertad,
de tolerancia,
de ciencia
y de amor
»

Pingüinas de Fernando Arrabal y dirección de Juan Carlos Pérez de la Fuentes será probablemente la mejor producción española que veamos en teatros municipales –tal vez en todos los teatros públicos– esta temporada.  Una propuesta tan por encima de todo lo que solemos ver, tan rica en mensaje, en espectáculo y en talento que, sin duda, pasará a ser un montaje de referencia cuya estela, como la propia luz de Arrabal, seguirá brillando cuando de otros muchos solo quede una merecida oscuridad.

En la Sala Fernando Arrabal de Las Naves del Español (Matadero)

Del 23 de abril al 14 de junio de 2015


FICHA

Dirección

Juan Carlos Pérez de la Fuente

Reparto

María Hervás  /   Torreblanca (la abuela)
Ana Torrent  /  Luisa de Belén (la hermana monja)
Marta Poveda  /  Constanza (la sobrina carnal)
Lara Grube  /  Leonor (la madre)
Ana Vayón  / María (la tía paterna)
María Besant  /  Andrea (la hermana mayor)
Lola Baldrich  /  Magdalena (la hermana menor)
Alexandra Calvo / Martina (la prima paterna)
Badia Albayati  / Catalina (la esposa)
Sara Moraleda  / Isabel (la “hija natural”)
Miguel Cazorla   / Miho (“¿quién cómo Dios? o incluso ¿quién cómo Pan?”)
Pedro Tena Voz en off

Dirección de escena Juan Carlos Pérez de la Fuente
Movimiento Escénico y Coreografía Marta Carrasco
Diseño Escenografía Emilio Valenzuela
Diseño de Vestuario Almudena Rodríguez Huertas
Diseño de Luces José Manuel Guerra
Composición Musical y Espacio Sonoro Luis Miguel Cobo
Diseño Audiovisuales Joan Rodón y Emilio Valenzuela
Ayudante Dirección Pilar Valenciano
Ayudante de escenografía Alessio Meloni
Ayudante de vestuario Liza Bassi
Asistente de Dirección Pablo Martínez
Asistente de Gestión Artística Cristina Bertol
Asesoramiento Acrobático Escuela de Circo Carampa
Fotografía y diseño de cartel Chema Conesa

Crónica de «Por los ojos de Raquel Meller» de Hugo Pérez de la Pica

por-los-ojos-de-raquel-meller-15332

Por los ojos de Raquel Meller” Fantasía musical de Hugo Pérez.

Lo primero, la luz: Un sutil envolverse en un aura del pasado que inunda la hermosa puesta en escena. Un claroscuro como un preciso destello que apela a nuestra mirada que mansa se dirige hacia el centro de emoción.

Después, de inmediato, se repara en el color (que no deja de ser más que luz aprehendida por nuestros ojos): El derrumbe de una ladera de flores vertidas sobre el escenario a los pies de la genial artista. Los incontables vestidos, como enormes corolas, junto al exceso de los maquillajes y la miríada de ornamentos componen un óleo expresionista atiborrado de tonalidades donde se ha plasmado el encanto perdido de teatros de antaño.

La mirada sensible: Manteletas, botonaduras, borlas, flecos, madroños, cintas de seda y mantillas, canciones de modistillas, encajes y bordaduras.

Un túnel del tiempo, un catalejo, bien cargado de futuro, apuntando hacia el pasado; una mirada curiosa impregnada de nostalgia que desvela una hermosura ya retirada a su escondrijo, como el ave delicada que espantada se refugia en la espesura del bosque.

No es esta una belleza sugerida, sino más bien un sentirse arrollado por un tren colmado de delicias, un inundarse en perfume de cestos de violeteras. Una propuesta de un preciosismo artesanal, que ya nos es desconocido y ajeno, que sólo podría haber sido recuperado por un artista dotado de una imaginación inabarcable. Hugo Pérez se ha sumergido en manantiales recoletos, en fuentes olvidadas y nos ha servido un agua de verde musgo y fría piedra que de verdad refresca el paladar abotargado por tanto trago clorado.

Además, la mirada inteligente, la mirada del humor. Y hay mucho humor en esta obra, y muy bien transportado por, entre otros, Rocío OsunaChelo OlivaresCarmen Rodríguez de la Pica y un icónico Iván Oriola que estoico y, siempre digno, se entrega dócil al yugo, a veces disparatado, del exigente dramaturgo-director, para mayor lucimiento del espectáculo.

La carcajada frecuente se convierte en explosión de interminable onda expansiva en momentos como la difícil, pero logradísima, escena de la película, que evoca fidedignamente el peculiar traqueteo-parpadeo del cinematógrafo de principios del siglo XX. La escena divertidísima del pasodoble “Valencia”, la delirante lectura de la elogiosa carta que Sarah Bernhardt dedica a Raquel Meller y el glorioso número de las lagarteranas.

La emoción, Quizá uno de los grandes aciertos de la propuesta es que no se trata de una biografía historicista de la Meller, que, por muy necesaria que ésta sea, hubiera limitado el interés a un público nostálgico de su arte. Muy al contrario “Por los ojos de Raquel Meller” es un recorrido por el imaginario escénico de este país en el que se tratan universales recurrentes como el éxito, el olvido, el amor y el desamor, el fracaso, la frustración, la envidia, etc. Conceptos que son entendidos por públicos sensibles de cualquier edad e inclinación artística. La carga emocional está también muy b ien repartida entre los personajes, aunque hay que destacar a la Raquel Meller del ocaso interpretada magistralmente por Irina Kouberskaya quien también es la responsable de un emotivo homenaje a Charlot.

Y la música: La música es el hilván que da coherencia y sentido a los diferentes paños que componen este rico espectáculo. Mikhail Studyonov, encargado de la dirección musical, ha sido el complemento perfecto a la fecunda creatividad visual de Hugo Pérez. En esta función al piano estuvo, siempre vibrante, Tatiana Studyanova. En cuanto a las golondrinas precursoras hay que ponderar el heroico trabajo de Maribel Per que deslumbra con un estudiado registro lleno de matices pretéritos, un timbre vintage acertadísimo, la afinación siempre correcta e inexistentes signos de agotamiento vocal a pesar del notable esfuerzo al que se ve sometida la protagonista. Per se alza como uno de los pilares en los que se sostiene el éxito prolongadísimo de este montaje que ya lleva siete años en cartel.

También hay que destacar la gracia picarona de la atractiva Badia Albayatiposeedora de una belleza vocal que corona todos sus demás virtudes interpretativas.

El gigante: Hugo Pérez tiene la capacidad, la inspiración, la sensibilidad, la inteligencia y el ojo abierto para captar y desvelar la belleza escondida; la humildad para mirar hacia atrás buscando la genialidad de los que nos precedieron; el ánimo para abordar empresas ambiciosas y la inusual valentía para ir contracorriente. Bajo la pátina arcaizante y folclórica de su propuesta hay una gran modernidad y una necesaria reivindicación de lenguajes incomprensiblemente olvidados. Por haber sido capaz de encontrar su estilo, por su arte no contaminado, por su generosa aportación a la cultura, por todo ello, Hugo Pérez es imprescindible y los que hemos tenido la suerte de descubrir su trabajo no somos otra cosa que bienaventurados.

En septiembre 2013 este espectáculo podrá verse, en gran formato en el Teatro REINA VICTORIA de Madrid

Dirección musical: Mikhail Studyonov
Compañía: Tribueñe
Autoría: Hugo Pérez
Dirección: Hugo Pérez

Reparto:
Maribel Per: Raquel Meller
Irina Kouberskaya: Raquel Meller (mayor), Bella Niebla, Charlot
Rocío Osuna: Tina Meller, Jerónima Salomé de Cabestreros…
Badia Albayati: Mariquita, Stra. Zumaya, Vicetiple…
Carmen Rodríguez de la Pica: Isabel López, madre de la artista, Eugenia de Montijo
Chelo Vivares: Sra. Roser, Jacarandina, Sarah Bernhardt…
Iván Oriola: Enrique Gómez Carrillo, Álvaro Retana…
Interpretación musical: Tatiana Studyanova Pianista

Crónica de «Donde mira un ruiseñor cuando cruje una rama»

ruseñor
Donde mira el ruiseñor cuando cruje una rama” es una morada llena de estancias que cada espectador tendrá que recorrer según sus medios, su inclinación y sus méritos. En este viaje cada uno elegirá su camino a través de ese rico palacio cargado de símbolos atrapados en sus muros de ámbar como pequeños animalitos congelados dentro de una inerte gema dorada. Pero, para empezar esta visita, hay que despojarse de prejuicios y abrirse a la belleza. Desnudarnos como lo hacemos en una cala apartada para ofrecer nuestra piel al sol, ajenos a toda otra emoción que no sea la amable brisa y el tozudo recitar de las olas. En efecto, hay que abrirse a la belleza que encierra esta casa cuajada de candados cuajados de perlas barrocas, de brocados y de hachones de refulgentes llamas litúrgicas.

Habiéndose resuelto y completada la purificación podemos empezar el viaje iniciático: podremos optar por emborracharnos de la sólida belleza de las imágenes, de la melódica cadencia de las voces, del profundo sentido simbólico del texto, del ritmo hermosamente disminuido de la acción dramática cuya velocidad contenida se equipara con esa ilusión de vuelo suspendido que experimentamos en los sueños, vuelo cansado de libélula trasnochadora; podremos disfrutar del entrañable homenaje a la fe popular o de la rotunda calidad plástica de la iluminación, una absoluta protagonista en esta función llena de luceros; podremos perdernos en la acertadísima selección musical, o bien, podemos optar, si somos desmedidos en nuestro anhelo de belleza, por inundarnos de todo a la vez lanzándonos confiados al dulce yugo del disfrute místico.

Como la experiencia sólo puede ser personal, puedo hablar de las puertas que yo abrí, de los umbrales que traspasé:

Seguí la mirada compasiva de hielo amable de un arcángel y entré en una estancia atiborrada de azucenas, allí no cantaba el tímido ruiseñor pero vi un cielo extravagantemente lleno de palomas blancas, o tal vez blancas rosas lanzadas desde los balcones, que volaban sobre un trono que acunaba una Virgen Reina, donde la asamblea congregada exaltaba un misterio a medio camino entre la función teatral y el arrebato religioso.

Abriendo otra puerta me encontré con mi abuela octogenaria que, enredada ya en esa edad en la que los mayores vuelven a ser niños, rezaba de rodillas junto a su cama con infantil devoción, larga melena de cabello blanco extendida en sus hombros, pidiendo humilde retener la protección que se retira entre las rendijas de la vejez como el aire caldeado se escapa de la habitación por las viejas ventanas de un caserón destartalado del peso de demasiados inviernos. Volví a verla ya atrapada en la misteriosa no realidad del alzhéimer acunando un olvidado niño muerto, resucitado a su memoria por irónica gracia de la devastadora enfermedad que le hacía olvidar todo lo demás. El pequeño fantasma le decía con su propia voz “Madre, me voy con la Virgen” y entendí entonces el consuelo que suponía para la legión de mis transabuelas que perdíeron hijos, ¡tantas!, tener fe en que el infante muerto, arrancado de sus brazos, disfrutaría a la postre de otra madre más excelsa. Mentiras probablemente, pero de esas mentiras valiosas que nos ayudan a sobrevivir.

¡Qué tiene que ver la clerecía, la jerarquía o los dicasterios y los dogmas con el potente efecto consolador de la luminosa leyenda de una niña santa coronada por un huevo de avestruz!

Abrí una estancia de candado de manteca y vi a ángeles y arcángeles pintados en época colonial con sus excesos de telas, plumas y brocados de oro y platas, hebillas de marfil y carey que fascinaban a los mestizos y sobre los que esos pueblos construyeron una riquísima estética simbólica desde Antigua a Lima, desde Guadalupe a la hermana Habana. Y pensé en nuestro patrimonio común, tantas veces olvidado, en la tradición compartida de ángeles y diablos del uno y otro lado del atlántico. Uno de esos alados me dijo “El círculo no se acaba aquí” y me señaló una puerta en cuyo profundidad sin miedo me vertí.

Un teatro japonés, una obra , unas máscaras que se asemejaban tanto a las facciones estáticas de los personajes de “Donde mira el ruiseñor”. Una expresión cultural nacida también del pueblo, contemporánea con los autos sacramentales españoles, donde también los códigos y los gestos han sido fuertemente convencionalizados y el movimiento se ha amordazado en pos de la expresividad de la misma manera que se hizo aquí. Tan lejano y tan igual. Sublime belleza universal.

Vi en otra alcoba un quásar de cegadora belleza, el objeto más extraño del universo acunado en un pesebre, jugando con el espacio-tiempo, imprimiendo sus destellos de luz radiante en la abrumada tez de padres y ángeles a su alrededor congregados. El milagro de la redención la conclusión y el cierre de las profecías que una vez completadas se retiran a su Walhalla.

Por último, vagué por la habitación de los sonidos que llegaron atrapados en ampollas de sangre bendita de los mártires, las besé y sentí el sabor de aires de Zaragoza, de Centroeuropa, del corazón de Sevilla, de los villancicos populares de las tierras de España y también, por supuesto, del mundo del Este. Me supo a fiesta de pueblo, a drama rural y a esperanza, mucha esperanza.

Maravillosa y particularísima función, difícil de explicar incluso si se tuviera el don de la palabra. Interpretaciones sólidas, miradas de demoledora belleza, vestuario excesivo como conviene, iluminación inspiradísima y música a la altura del mundo de los santos. Dramaturgia y dirección de un iluminado del siglo XXI, Hugo Pérez Rodríguez de la Pica que nos invita a un ejercicio estético de alto nivel.