Septiembre 2012 / agosto 2013. Un año de teatro. Miguel Pérez Valiente para Pastiche

Septiembre 2012/ agosto 2013. Un año de teatro. Miguel Pérez Valiente*

Artículo publicado el 5 de octubre de 2013 en el número 7 de  la revista Pastiche 

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Pastiche nº 7

 

La intención de escribir unas líneas sobre el curso teatral recién concluido obedece mucho más a un deseo de dejar testimonio de una experiencia en el plano personal que al propósito de elaborar un exhaustivo catálogo de las obras representadas en Madrid desde septiembre 2012 hasta finales de agosto pasado. Este recorrido no persigue hacer un sesudo tratado teatral ni un inventario de virtudes y calidades de la cartelera entre septiembre de 2012 y este pasado agosto. Se trata, más bien, de fijar en el papel algunas emociones, reflexiones y sucintas consideraciones, muy personales, ergo subjetivas, con el deseo de celebrar lo que ha sido, con todo el componente heroico que la precaria coyuntura económica conlleva, un muy provechoso año de teatro en la ciudad de Madrid. Asimismo este artículo rinde homenaje a esas salas y creadores que asumiendo no poco riesgo personal siguen por la gracia de su esfuerzo inundándonos de entusiasmo hacia la expresión escénica. Gracias a ellos que nos abren puertas mentales y nos reinfectan de ese transformador virus del teatro.

Faltarán en estas notas muchas de las obras que han despuntado ya que ni el espacio, necesariamente limitado, de este artículo lo permite, ni el autor de este compendio conoce toda la extensa oferta que se ha presentado en la ciudad durante este periodo ni pretende crear ningún tipo de jerarquía en método de exposición, por lo tanto, intentar elaborar un listado meticuloso y jerárquico sobrepasaría ampliamente el objetivo de esta reseña. El único criterio que interferirá con la libérrima potestad de la memoria, y esto sólo en contadas ocasiones, será el ánimo de destacar aquellos trabajos de notable calidad que por cualesquiera que sean los motivos entienda el autor que no han tenido toda la difusión que a sus méritos correspondía.

Madrid es Off

El curso recién terminado ha visto la absoluta consolidación del circuito Off madrileño. Por el número de salas abiertas, que a pesar de algún doloroso cierre, se ha visto incrementado en términos absolutos; por la variedad y la calidad de la oferta y, sobre todo, por la valentía, el empeño y la vocación de gestores, programadores, compañías, actores, directores, dramaturgos, etc., el Off se ha establecido como un verdadero motor de la vida cultural de la ciudad. Su dinamismo, su flexibilidad, la frescura de sus propuestas y la capacidad para atraer a talentos emergentes e integrarlos junto a valores ya consagrados supone un enorme valor añadido a la oferta de la escena madrileña.

A la cabeza de las salas alternativas se encuentra, en mi opinión, La Casa de la Portera verdadero buque insignia de este fenómeno y espacio imprescindible para entender qué es lo que se está cociendo en Madrid a nivel teatral. En apenas un año de existencia y con sólo dos temporadas a su espalda ha demostrado una especial lucidez a la hora de programar, consiguiendo atraer hacia su proyecto, en tan breve espacio de tiempo, a una pléyade de artistas como Paco Bezerra, Luis Luque, Carlos Be, Miguel Albadalejo, José Padilla, Francesco Carril, Denise Despeyroux o Rubén Ochandiano entre muchos otros, que evidencia la vitalidad creativa que, a pesar de todo, se está generando en los últimos años en nuestro país.

Sin embargo, este vigoroso estallido Off está lejos de ser patrimonio de un solo espacio, muchas otras salas con enorme tenacidad, oficio y grandes dosis de intuición siguen ofreciendo interesantes y muy trabajadas programaciones: Cuarta Pared, Sala Triángulo, Kubik Fabrik, Sala Mirador, Lagrada, Teatro Pradillo, Off del Teatro Lara, Nudo Teatro, Teatro la Puerta Estrecha, Sala Montacargas, La Usina, Azarte, Sala Tarambana o las nuevas y pujantes incorporaciones como El Sol de York, Teatro del ArteSala Tú y Nave 73 junto con encantadores teatros “joya” como los Teatros Guindalera o Tribueñe; espacios dirigidos a favorecer la creación artística como Draft.inn o Nuevo teatro fronterizo y escuelas de artes escénicas con programación propia como Bulubú y Plot Point, entre otras. En el reverso de la moneda hay que lamentar el cierre de algunas salas como el Teatro Arenal, el Arlequín y, muy especialmente, el querido Garaje Lumière cuya aportación ha sido fundamental para este despegue del circuito Off.

Quizá uno de las consecuencias más interesantes del acercamiento que propicia la mayor flexibilidad de la escena Off ha sido un contacto cualitativamente mucho más rico con las audiencias y una sensibilización por parte de salas y programadores sobre la importancia de mantener vías de comunicación con el público. A través de las redes sociales, blogs o revistas en línea se han ido articulando grupos de aficionados que desean tener una mayor implicación en el fenómeno escénico. Se trata de superar la antigua distribución de roles en la que únicamente se esperaba del espectador que comprase su entrada y aplaudiese al finalizar la función mientras que toda la iniciativa quedaba en manos de programadores, creadores y teatros. Cada vez más programadores desean recibir el feedback de sus audiencias no sólo en términos de resultados de taquilla o mediante estáticos “encuentros con el público” al final de la función; han entendido la importancia de ganarse la complicidad de los espectadores involucrándoles en sus proyectos incluso durante el proceso creativo. En este sentido, resulta especialmente interesante la iniciativa de algunas salas y teatros de acoger a espectadores activos durante los ensayos o sesiones de trabajo, algo que no sólo sirve para satisfacer la curiosidad de los espectadores sino que también pueden aprovechar los creadores para pulsar las impresiones de la audiencia incluso desde un estadio embrionario del proyecto. Por otro lado, la gran cantidad de blogs donde aficionados al teatro ofrecen sus críticas teatrales de manera amateur completa, por su visión  fresca y posición menos comprometida, complementan el interesante enfoque de las críticas profesionales.

Especialmente en un momento en el que más y más creadores se vuelven hacia el público demandando apoyo financiero para sus proyectos a través de iniciativas de crowdfunding o micro-mecenazgo es cuando se hace evidente que la correspondencia entre público e industria teatral es un  activo que no debe ser pasado por alto.

¡Goya!, ¡Goya!, ¡Goya!

Quizá si este fuera otro país, si España no fuera, en esencia, el mismo laberinto de trincheras y desconfianza del que Goya tuvo que exilarse, el genio de Fuendetodos sería hoy en día un personaje imprescindible en nuestras tablas. La encrucijada histórica que le obligó a posar sus pisadas de gigante en el traqueteante y siempre inestable puente de madera que separa a las dos Españas y su imaginación prodigiosa fruto de la cual surgió un universo iconográfico emborrachado de desencanto y sabia locura, habrían sido un fértil caño de fresca inspiración al que recurrieran sedientos autores de todas las generaciones. Pero, como digo, esto es España y la Historia nos interesa lo justo. Nos atrae si podemos utilizarla en nuestro argumentario político,  si la podemos arrojar a nuestro oponente como si de una bomba de racimo se tratara en el fragor del debate.  Pero su figura se salva de la manipulación por su extraordinaria dimensión que impide que pueda ser enarbolado como bandera de contiendas actuales. Goya es demasiado grande para ser encajonado dentro de los ínfimos compartimentos sobre los que se construyen las ideologías. Por eso ha sido extraordinariamente feliz que en este curso teatral hayamos tenido en Madrid no uno sino dos estupendos trabajos teatrales sobre la figura del genio:

En enero llegó al CBA, Sala Fernando de Rojas: El sueño de la razón de Antonio Buero Vallejo. Montaje dirigido por Paco Macià con Juan Meseguer en el papel de Goya. Completaban el reparto Eloísa Azorín, César Oliva, Toni Medina, Manuel Menarguez, Vicente Rodado y Verónica Bermúdez. Un montaje de la Compañía Ferroviaria de Artes Escénicas de una belleza plástica sorprendente que llegó a Madrid con incomprensible sigilo, lo que, según mi opinión, no favoreció que cosechase todo el éxito ni tuviera la potente repercusión que merecía. La encrucijada vital de Goya en las últimas semanas de tribulación antes de su salida de España se plasmarían en su Pinturas Negras que en esta producción adquieren la categoría de verdaderas visiones o ensoñaciones proféticas de un futuro incierto lleno de amenazas y peligros.

Una de las últimas obras que pudimos ver representadas en el lamentablemente desaparecido Garaje Lumière fue Lucientes, ¿sois almas en pena o sois hijos de puta? de la compañía La Intemerata Una propuesta llena de vigor y  contenido de Pilar Almansa con vibrante dirección de Rakel Camacho en la que se revisan, en clave actual, algunos de los elementos definitorios del capricho goyesco y del fértil e inquietante imaginario del genio.

Providencial inspiración

A Nuestra Señora de las nubes, de Arístides Vargas con dirección de Lino Ferreira, llegué de una forma algo casual. De hecho, fui a Matadero -en uno de cuyos espacios estaba programando Kubik Fabrik durante las obras que tuvieron lugar en su sede- con la intención de asistir a otra función que se representaba en el recinto. Al darme cuenta de que ese día se presentaba la última función de Nuestra Señora hice un cambio de planes sin más motivo que el de seguir el mandato de uno de esos raros pálpitos que, de improviso, nos inclinan hacia una hermosura que intuimos pero de la que no tenemos ninguna certeza.  Y así fue como el disfrute fue mayor porque en esta afortunada ocasión la belleza de un texto impregnado de poesía y la eficaz interpretación fueron aliadas de la sorpresa de un descubrimiento inesperado.

En este montaje de El Óbolo Producciones, dos exiliados -Inma Nieto y Julio Cortázar-  intentan reconstruir la desvaída memoria de su pueblo, aunque ésta, como precioso paño agostado de tiempo y distancia, se halla deshilachada de su urdimbre. En el proceso de recomposición del tejido emocional de los desubicados aparecen variados y carismáticos personajes construyendo un espacio mágico en el espectador, que ignora cuánto hay de realidad y cuánto hay de recuerdo procesado. La exigencia para los intérpretes es máxima y es de ley manifestar que tanto Inma como Julio pasan la prueba sobrados de talento e inspiración.

El ocaso de los buenos

Una de las propuestas más interesantes de la XIII Edición del Festival Escena Contemporánea fue la que nos trajo la compañía valenciana El Pont Flotant, un trabajo coral de título Algunas personas buenas que pudimos ver en el Teatro Lagrada. La obra está planteada como un extenso flash forward que nos trasladará al tiempo de la vejez de los propios miembros de la compañía teatral, a saber, Àlex Cantó, Joan Collado, Jesús Muñoz y Pau Pons.

En la edad del desarraigo vital, desasistidos de fuerzas y cuando la certeza del inminente derrumbe cristaliza en una desconfianza que como un extenso queloide se instala bajo la ajada piel, estos ancianos, cuyo universo se ha reducido a las cuatro paredes de un bar tan desvencijado como sus olvidados proyectos de juventud, se inflaman de un último y acuciante deseo de dar a esta sociedad enferma un último trabajo que tal vez les redima de todas sus deserciones. Los espectadores podrán acompañarles en el proceso de creación de su canto de cisne. Este último viaje permitirá a los actores realizar un prodigioso despliegue de recursos interpretativos y demostrar su absoluto control del teatro físico. Reflexiones, teñidas de melancolía, sobre la incoherencia entre nuestro discurso y nuestras acciones, sobre el efecto devastador del paso del tiempo sólo levemente mitigado mediante grandes dosis de ironía y humor y sobre la necesidad de sobreponerse a las propias convicciones para poder seguir existiendo. Despojados de discursos y banderas, de proyectos e ideales, emergen, en la fragilidad de un tiempo que se acaba, cuatro personas buenas.

El laberinto de la memoria

La producciones propias del Teatro Guindalera ofrecen unos estándares de calidad tanto a nivel de elección de textos como a nivel  interpretativo tan extraordinariamente altos que hacen que, desde cualquier punto de vista, esta querida sala madrileña sea imprescindible para cualquiera que viva en la capital o se acerque a ésta con la loable intención de ver buen teatro.

La gema que nos han ofrecido esta temporada El Fantástico Francis Hardy curandero es un hermosísimo texto de Brian Friel que fue presentado con la delicada y preciosista dirección de Juan Pastor y las memorables interpretaciones de Bruno Lastra, María Pastor y Felipe Andrés. Un montaje estructurado en cuatro brillantes monólogos en los que tres personajes narran, sin correspondencia cronológica, los mismos sucesos. Además de la dislocación espacio-temporal, cada personaje contará su versión de los hechos desde el condicionamiento de su propia herida. Francis Hardy se debatirá en la duda sobre la posibilidad de su don sanador; Grace dará testimonio de su profunda decepción por el siempre vacilante afecto de Hardy y Teddy, en una asombrosa escena, resolverá alguna de las claves de la pareja al mismo tiempo que hará una afiladísima reflexión sobre los vínculos entre el talento y la inteligencia.

Acudí a esta función en tres ocasiones y en todas ellas salí conmocionado porque el texto incita a la reflexión sobre unas cuestiones de enorme calado vital como la posibilidad del amor, la utilidad del talento o la ilimitada capacidad para decepcionar que tenemos los seres humanos.  Sería un extraordinario regalo volver a ver este montaje que aún tiene mucho que ofrecer.

Por otro lado, muy pronto podremos disfrutar del nuevo montaje de esta sala, Duet for one de Tom Kempinski. Una obra inspirada en la vida de Jacqueline du Pré con dirección de Juan Pastor.

Tratado sobre la destrucción de la belleza

Dentro de la programación de la trigésima edición del Festival de Otoño a Primavera pudimos disfrutar en Teatros del Canal de la propuesta de la autora, directora y actriz, Angélica Liddell, Ping Pang Qiu una producción de Iaquinandi S.L. en coproducción con Comédie de Valence, Centre dramatique national Drôme, Ardèche y Festival Temporada Alta 2012. Una maravillosa reflexión en clave documental sobre la destrucción de la expresión artística en aras de la consecución de objetivos políticos y doctrinarios. Un tema especialmente interesante para un país como el nuestro donde la imposición de la ideología ha sido siempre un asunto más acuciante que la preservación de las creaciones artísticas y culturales acumuladas durante siglos.

A través de una exposición profundamente poética Angélica Liddell relata la sistemática destrucción de la milenaria cultura china durante la era de oscuridad histórica que irónicamente vino a llamarse “Revolución Cultural”. Este infame episodio sirve a la autora de excusa para reflexionar sobre la fragilidad de la creación artística: Destruir un texto sublime se puede hacer con un gesto tan sencillo como lanzar un libro al fuego.

Asimismo durante el montaje aflorarán algunos de los fantasmas y fetiches de la difícilmente clasificable creadora a la que afortunadamente podremos volver a ver en Madrid -una vez más en Teatros del Canal- en la XXXI Edición del Festival de Otoño a Primavera con su nuevo trabajo, Todo el cielo sobre la tierra.

Ellas crearon y siguen creando

Por supuesto, el gran bombazo a nivel de teatro clásico de la pasada temporada ha sido el sensacional montaje de la Compañía Nacional de Teatro Clásico La vida es sueño en versión de Juan Mayorga con dirección de la propia directora de la Compañía, Helena Pimenta, y con una impresionante Blanca Portillo en el papel de Segismundo. Poco se puede añadir a lo muchísimo que se ha dicho ya de este enorme montaje que desde el minuto uno gozó merecidamente de la más entusiasta respuesta del público. Además, a partir del 19 de marzo y hasta el 20 de abril de 2014 volverá a estar en cartel en el Teatro Pavón sede temporal de la Compañía Nacional de Teatro Clásico.

Es precisamente Fernando Sansegundo,  quien en la  La vida es sueño interpretó el papel de Clotaldo, el autor y director de un interesantísimo trabajo sobre tres creadoras en lengua española que fue otra de los regalos de la temporada. Barrocamiento aprovecha los habituales prodigios que se producen en la noche de ánimas para traer al presente a Sor Juana Inés de la Cruz, María de Zayas y Feliciana Enríquez oportunidad que las tres autoras  utilizan para hacer el panegírico de su vida y obra.  Un trabajo delicioso en el que se enredan a placer el verso de Sansegundo y el de las tres notables escritoras. Una propuesta necesaria, llena de lirismo y de humor inteligente que nos contagia del pálpito creador de estas mujeres que, no sin gran sacrificio personal pudieron sobreponerse a los dictámenes de una sociedad que las relegaba al matrimonio o a la vida consagrada.

La ordenadora de las palabras y el talento desbordado

Enlazando con lo que se comentaba al principio de este apartado sobre la figura de Goya y a la vista de la secular predilección que tenemos en esta nación para olvidar a nuestros ilustres, la obra El Diccionario de Manuel Calzada Pérez con dirección de Juan Carlos Plaza y rotunda interpretación de Vicky Peña en el papel de una de las intelectuales más desconocidas de nuestra historia reciente, María Moliner, fue una gratísima sorpresa y una enorme acierto de programación del Teatro de la Abadía que confió en un autor novel y en un texto inédito. Un texto de una calidad sobresaliente que no sólo rehabilita a María Moliner como la extraordinaria intelectual que fue -incluso si se hubiera quedado en el formato documentalista hubiera sido interesante-, pero lo extraordinario de esta dramaturgia es que, además, nos ofrece el semblante humano de la protagonista en el que descubrimos a un ser lleno de humor, de humildad y de fragilidad. Una mujer que también sufrió la discriminación por razón de su sexo siéndole negado, a pesar de su monumental trabajo, el ingreso en la Real Academia de la Lengua Española. Poco habían cambiado las cosas desde la época de las heroínas de Barrocamiento. Una función interesantísima de inesperado aprovechamiento tanto a nivel estético como intelectual. Una obra necesaria que afortunadamente será rescatada para la programación de la temporada que ahora empieza y que por lo tanto recomiendo encarecidamente.

Otro de los regalos que nos hizo el Teatro de la Abadía en esta temporada recién concluida fue la programación de dos trabajos de Miguel del Arco que, a pesar de tratarse de sendas reposiciones, han sido recibidos por el público con el entusiasmo de los estrenos. Por un lado El juicio a una zorra y por otro la portentosa Función por hacer. De nuevo hay poco que añadir a la abrumadora avalancha de elogios que recibió esta versión libre de del Arco de Seis personajes en busca de autor de Luigi Pirandello. Personalmente creo que La función por hacer es una máquina de crear afición teatral, una clase magistral de dirección de actores y, en fin, un trabajo épico que estará en los anales de la escena madrileña como uno de los más preclaros exponentes de la fuerza expresiva del género escénico. Miguel del Arco prepara en estos momentos su nuevo trabajo El misántropo que promete ser una de las grandes propuestas de la próxima temporada.

Un acontecimiento extraordinario

La adaptación que hizo Luis Luque del Diario de un loco de Nikolai Gógol, extraordinariamente interpretada por José Luis García-Pérez, fue, sin ningún lugar a duda, uno de los hitos de la temporada. La firmeza con la que Luque asió al inquietante personaje de Gógol trasladándolo  con brazo firme por el camino de la poesía desde el amenazante territorio de la esquizofrenia hasta los dominios de la vulnerable docilidad es el valor añadido que consiguió que este cuento desasosegante resplandeciera durante una representación que gracias al oficio del actor  estuvo cargada de intensidad emocional y matices líricos. La sencilla pero siempre evocadora escenografía completó el panorama de una función mágica cuyo regreso a los escenarios será entre el 18 de octubre y 17 de noviembre en Las Naves del Matadero.

El mandato de la ternura

Otro de los regalos de esta temporada ha sido la reposición de obra Muda de Pablo Messiez programada esta vez en el Sol de York. Messiez es sinónimo de emoción, de disparo al corazón, de belleza doméstica y poesía cercana. Cuando su lírica se combina con el nervio de artistas como Fernanda Orazi, Marianela Pensado y Óscar Velado surge un explosivo cóctel molotov que los actores no dudan en lanzar hacia el patio de butacas. Como espectador uno siente que la piel se somete al impacto de las palabras y deja paso franco hacia las entrañas que se encogen estremecidas. Obviamente cuando uno prueba esa droga quiere más por eso espero ansioso el estreno de su próximo trabajo Las Palabras que en madrid llegará a la Sala Cuarta Paredy el “Mes Messiez” programado en la Sala Mirador.

Memoria Histórica

Hace apenas unas semanas tuvimos la oportunidad de disfrutar en la sala Nave 73 del montaje de Alba Valldaura, La Iaia, memoria histórica un delicioso relato familiar e intimista donde la polivalente actriz encarna, entre otros personajes, a su propia abuela y le da la voz que ella ya no tiene para así narrar una serie de experiencias vitales, recuerdos y anécdotas cargadas de emoción, ironía y no poco sentido del humor. La artista catalana realiza un despliegue apabullante de recursos interpretativos y demuestra una precisión y un talento que merecen una cuidadosa consideración por parte de los programadores madrileños.

 

Artículo «Una española encolerizada, Angélica Liddell, llega al Festival de Avignon»

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Una española encolerizada, Angélica Liddell, llega al Festival de Avignon

LE MONDE | 12.07.2010 a las 16h31 • Actualizado el 08.07.2013 a las 10h41 |Por Brigitte Salino – Enviada especial en Avignon. Traducción Sara Luesma @ubuteada

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Una chica prodigiosa llega al Festival de Avignon: Angélica Liddell.Española, colérica, que había visitado Francia una única vez, Burdeos en 2008, presenta en el Cloître des Carmes La casa de la fuerza. Son cinco horas – un maratón, teniendo en cuenta que en el festival las representaciones este año son más bien cortas – de un trabajo llevado hasta la exasperación empujado por una necesidad rabiosa de comprender por qué todo va tan mal y el deseo de encontrar un poco de dulzura en este “puto caos” de vida y de mundo.

En este espectáculo, que debe afrontarse como el diario de a bordo de una hija de militar que nada a contracorriente, todo nace y habla de Angélica Liddell, que sonríe mucho pero de la que hay que desconfiar: “Cuando cierro la puerta de mi habitación o del teatro, aparece el monstruo.”

De niña escribía historias horribles, una suerte de melodramas en los que al final todo el mundo moría. Era una forma de amueblar, en los cuarteles a los que le llevó la profesión de su padre, su soledad de hija única. Hasta los siete años vivió en Figueres, ciudad natal de Salvador Dalí, al que vio pasear por las ramblas con su pequeño elefante.

A ella le gusta recordar sobre todas las cosas que fue bautizada en la misma pila bautismal que él: ”Debió de pasar algo. Dalí se escarificaba. Yo también me escarifiqué para seducir a un hombre”, cuenta, precisando que “escarificarse no tiene nada de patológico. Es una mezcla de vivencia personal y opción estética.”

A propósito de opciones, Angélica Liddell empieza por enfrentarse a su padre que la ve como militar. Ella ingresa entonces en la escuela de arte dramático de Madrid. “Siempre voy a la contra. Tengo un motor de rebelión contra la autoridad.” En la escuela de arte dramático renegaba de los profesores en virtud de un principio: “La satisfacción no produce nada, salvo en la vida cotidiana.” Una vida más bien violenta en los años ochenta: Angélica Liddell pertenece a la generación de la Movida, ese movimiento de loca libertad en España.

Pero participa como espectadora. “Tenía 18 años, pero era como si tuviera 15. En mi cabeza era una niña. No toqué las drogas, tenía demasiado miedo. Veía mucha muerte a mi alrededor consecuencia de la heroína o del SIDA en gente muy joven y bella.”

Durante aquellos años Angélica Liddell visitó una vez Avignon “porque era un mito, como la Virgen de Lourdes”. Evitaba lo “in” porque era “demasiado caro”, pero se fabricó un pase de prensa falso que le permitió acceder al “off”. Claro que entonces ya tenía claro el tipo de teatro que quería hacer: marginal.

Desde entonces ha firmado más de veinte piezas y otros tantos espectáculos en el seno de su compañía, Atra Bilis, creada en 1993 y con sede en Madrid. Hizo falta tiempo para que se le reconociera: durante seis años trabajó en un parque de atracciones para ganar dinero. Pero su línea no ha cambiado: aún hoy reivindica el aislamiento y el individualismo, y dice además no conocer lo que se presenta en el Festival aparte de su espectáculo.

Los que se queden hasta el final de La casa de la fuerza verán al hombre más fuerte de España, cuarto en el ranking mundial. Un coloso (1’93 metros, 170 kilos) que levanta y voltea un Ford Fiesta. Es una de las sorpresas de este espectáculo revelador en esta edición de Avignon, en la que la performance se impone al teatro y en la que el cuerpo guía a la cabeza.

En el caso de Angélica Liddell, el cuerpo sirve de sumidero a la imposibilidad de amar que atraviesa el principio de la representación: todo ese farragoso narcisismo pasa con el Via Crucis de la violencia. Mentalmente más vale amarrarse cuando se es espectador. Sin embargo, algo nos retiene, algo que procede de la pena (N.T. en el original chagrin) esa bella palabra francesa que otras lenguas no tienen y envidian.

Cinco horas no se resumen pero sabed que en ellas habitan a la vez Las tres hermanas de Chejov, la omnipresencia de Glenn Gould y del Cum Dederit del Nisi Dominus, de Vivaldi, cantado en escena por una violonchelista, pero también los aires cálidos de un mariachi (Orquesta Solís) venido de México, como esas tres mujeres del estado de Chihuahua que cuentan la violencia cotidiana, violaciones, torturas y asesinatos.

La casa de la fuerza se alarga, el círculo narcisista se pierde en círculo del mundo y, al final, aparece la esperanza de la dulzura. Con todo destruido, Angélica Liddell llega para poner un poco de orden en el caos. Respiramos y toda la compañía baila música techno durante los saludos. La suavidad con que se balancea el coloso, Juan Carlos Heredia, es entonces impresionante.

Artículo «Angélica Liddell, rabia indómita»

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Angélica Liddell, rabia indómita

LE MONDE | 08.07.2013 a  las 10h42 • Actualizado el 08.07.2013 a las  11h42  Por Fabienne Darge (Avignon, Enviado Especial) Traducido al español por Sara Luesma @ubuteada)

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Después de la primera representación de Todo el cielo sobre la tierra (El síndrome de Wendy) el sábado 6 de julio, el público se quedó paralizado durante largos segundos y dio una acogida entusiasta a la nueva y muy esperada creación de Angélica Liddell –una acogida en la que se sentía a la vez la estupefacción y la admiración ante el espectáculo al que se acababa de asistir y las preguntas de fondo que podía suscitar. La artista española (a la vez autora, directora e intérprete), uno de los grandes descubrimientos del Festival en 2010 con su impactante pieza La casa de la fuerza, está presente en el Festival de Avignon con dos espectáculos. El viernes 5 de julio abrió el Festival con Ping Pang Qiu, una primera obra que es como un duplicado pero a la inversa de la segunda: más extravagante (pero también más lúdica) en la forma y en la manera de tomar el escenario, y más sostenida en el propósito.

Leer también: un retrato de Angélica Liddell (publicado por Le Monde fechado el 13 de julio de 2010)

 AMAR UN PAÍS A FALTA DE AMAR A ALGUIEN

En ambos espectáculos, Angélica Liddell, de 47 años, hija de militar franquista que no deja de gritar y escupir su repulsión y su rabia frente a esta “cloaca imposible de limpiar” que es el mundo, parte del mismo punto, es decir, de ella misma. Angélica, irremediablemente desollada viva y sufriente, se fue a China dispuesta a aprender el idioma y con la tentación de amar un país a falta de amar a alguien.

En Ping Pang Qiu, este amor imposible por el Imperio Medio da lugar a una pieza casi documental. Angélica Liddell tuvo la genial idea de comenzar a partir de un episodio histórico un poco olvidado, el de la “Diplomacia del ping-pong”, que vio como a comienzos de los años setenta las relaciones entre China y Estados Unidos se templaban gracias al envío de campeones de tenis de mesa americanos a la República Popular China. Esto sucedía mientras China condenaba oficialmente los bombardeos americanos en Vietnam.

Lo que interesa aquí es la manera absolutamente personal, a veces ingenua – pero que hace de la ingenuidad un resorte -, que tiene la artista de enfrentarse a un asunto político, en particular a los estragos de la Revolución Cultural china hasta las filas de ciertos intelectuales parisinos. Y la afirmación de su singularidad radical frente a todas las empresas que generan contenido en masa, blandiendo, en lugar del Libro rojo de Mao, El Libro de un hombre solo de Gao Xingjian.

Todo el cielo… es también un espectáculo de carácter distinto, mucho más problemático e incómodo, y del que no se sabe al final de la representación si se hace en el buen sentido del término. En cuanto al acomodo del escenario, es un éxito absoluto. La pieza, que comienza con una atmósfera oscura, mezcla con una libertad magnífica imágenes de una fuerza incontestable y momentos musicales tremendamente conmovedores dentro de una asumida estética kitsch– como en aquella serie de valses danzados por una pareja de ancianos chinos.

 ACTUACIÓN ALUCINANTE

Inundado por un poema sublime de William Wordsworth – Aunque nada pueda hacer/ volver la hora del esplendor en la hierba, /de la gloria en las flores,/no debemos afligirnos/porque la belleza subsiste siempre en el recuerdo./- Todo el cielo… es la variante íntima y poética de Ping Pang Qiu. Pero se cuestiona el espectáculo por la manera que tiene Liddell de mezclar su síndrome personal con la matanza de Utøya en julio de 2011 en Noruega. Un propósito poco claro que suscita una suerte de malestar.

No es menos cierto que Angélica Lidell, que ofrece una actuación alucinante durante algo más de una hora, vomitando su odio sobre todo hacia las madres – ¿qué cantante de rock sería capaz hoy de algo así?- es la descendiente de una serie de artistas españoles sacrílegos, profanadores, combatientes. Las preguntas que se hacen sobre su propia monstruosidad evocan de manera irresistible el título del célebre grabado de Goya: El sueño de la razón produce monstruos.