Crónica de «Muda» de Pablo Messiez

Muda

‎Muda‬, para mí, es la confirmación de que el teatro de Pablo Messiez debería clasificarse como un subgénero propio llamado el «Teatro del consuelo» porque en sus propuestas no hay ni rastro de personajes, lo que el espectador ve en escena son «Personas«, seres cargados de humanidad que, como en esas láminas de libros de medicina, se nos presentan sin piel para que podamos ver lo que hay en su interior. Cuando siendo más joven veía esas ilustraciones siempre me producían fascinación porque hallaba sorprendente que mi anatomía interna fuera tan colorida y complicada y estuviera compuesta de tantas piezas extrañas ensambladas en mis oquedades en ese organizado desorden con el que se apilan los trastos viejos en un desván.

Messiez me hace sentir así de extraño, como si observara un dibujo de algo ajeno que sorprendente está hecho de cosas que también reconozco en mí. Veo los sentimientos de sus criaturas con la curiosa mirada de un estudiante de medicina y de bajito en la cabeza me voy oyendo decir medio excitado: ¡Ese soy yo!, ¡ese es también mi dolor!: Soy ese que sigue buscando un afecto que le falta, soy ese al que le cuesta abandonarse al sueño si está solo, soy el que a veces encuentra inútiles las palabras, soy el que casi siempre no puede parar de hablar, soy el que intenta dar apoyo y el que necesita tanto ser apoyado, yo también soy el herido.

El teatro de Messiez -parafraseo aquí a uno de sus personajes-, es como ciertas canciones, que son capaces de trasmitir lo que uno quiere expresar pero haciéndolo de una manera mucho más hermosa.

Con respecto a sus actores quiero aquí ser muy comedido e invocar a la prudencia por no parecer un mitómano desequilibrado. Diré simplemente que cumplen a la perfección la tarea que les ha sido asignada: dejarse abducir por los seres buenos y anhelantes que ha imaginado el autor. Me los creo y me conmueven desde el minuto uno, hablan mi mismo idioma emocional y son, por tanto, también un poco de mí mismo.

Si tenéis la oportunidad de ver esta propuesta no la perdáis. Os aseguro que os vais a reír, os vais a emocionar y, sobre todo, vais a salir consolados y quién sabe si también acrecentados y perfeccionados en vuestra humanidad.

Dramaturgia: Pablo Messiez
Director: Pablo Messiez
Reparto: Fernanda Orazi, Marianela Pensado, Óscar Velado
Diseño de iluminación: Paloma Parra

Crónica de «Cabaret de Caricia y Puntapié» sobre Boris Vian

cabaret

Vuelve a Madrid el exitoso montaje de la Compañía aragonesa Gato Negro y 9 de 9 teatro con dirección de Alberto Castrillo Ferrer que, desde su estreno en esta ciudad en el Teatro Arenal en 2009, ha hecho un largo y provechoso recorrido por la geografía española y argentina.

La divertida propuesta es un recorrido por varias canciones del icónico compositor, escritor y dramaturgo francés de entreguerras Boris Vian que se irán sucediendo con la excusa de la accidentada defensa de una hilarante tesis doctoral sobre el triángulo letal “Amor, Violencia y Vecindario (AVV)”.

Incontables cambios de vestuario y caracterización para un total de dieciséis personajes encarnados magníficamente por Carmen Barrantes y Jorge Usón. Así, les veremos transformarse en unos sangrientos carniceros franceses; en una pareja de argentinos algo peculiares; en un profesor insigne con una desquiciada y colérica asistente letona, ¡no rusa! – divertidísima-; un belicoso chico de rellano; un inventor loco (Barrantes travestida); abuela marchosa (Usón travestido); chica ligera de cascos; pijo empedernido y fea de escalera, entre otros disparatados y encantadores personajes.

Un guión muy divertido de acción trepidante y de humor inteligente y transgresor. Canciones bien interpretadas en lo que es un verdadero tour de force para los actores que apenas tienen unos segundos entre cambio y cambio de personaje.

Quizá el único momento en que baja un poco el trepidante nivel de la obra sea durante los minutos de descuento que los creadores del montaje han incluido después el penúltimo número que acaba en pico, con ambos actores dándose de puntapiés y puñetazos al ritmo de la música mientras el público no puede parar de reír. Después de una explosión de aplausos y de tener a todo el patio de butacas arriba se añade un número que debía haber sido una traca final y que, sin embargo, resulta un poco como de transición y hace que la ovación final sea un poco más calmada de lo que podría haber sido si este número no fuese el que cerrase el show.

Una propuesta más que conveniente para este mes de diciembre en el que el cuerpo pide risas y diversión cuando uno ya va teniendo cuerpo de fin de semana y quiere empezarlo riendo y pasando un rato muy ameno y divertido. Testimonio de la acertada fórmula utilizada en este montaje es que fue merecedor del Premio Max 2010 al Mejor espectáculo de Teatro Musical.

Compañía: Gato Negro
Dramaturgia: Textos a partir de un trabajo de improvisaciones del equipo artístico
Reparto: Carmen Barrantes y Jorge Usón
Dirección: Alberto Castrillo Ferrer
Escenografía: Manolo Pellicer
Vestuario: Marie-Laure Bernard
Iluminación: Carlos Samaniego «Sama»
Música: Miguel Ángel Remiro
Maquillaje y caracterización: Ana Bruned
Caricaturas: José Luis Cano
Diseño gráfico: Manuel Vicente
Fotógrafía: Marta Marco
Arreglos vocales: Raquel Agudo
Teatro Alfil del 9 al 21 de diciembre
Entradas aquí

Crónica de «El Fantástico Francis Hardy Curandero» de Brian Friel

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Vista desde el aire, la destartalada furgoneta que avanza trabajosamente por los sinuosos caminos de Gales, Escocia y, finalmente, Irlanda, se asemejaría mucho a uno de esos insectos que, forzosamente solitarios, caminan, con gran determinación, hacia ninguna parte. Uno de esos bichitos que, a pesar de la ínfima condición de su existencia, comparten la tozuda resolución de los que, contra todo pronóstico, han decidido sobrevivir.

Si acercamos la mirada podremos descubrir el contenido del ruinoso carricoche, las tripas del escarabajo: Tres seres humanos de corazones corroídos por el desencanto. Un desencanto persistente como la incesante lluvia que ha oxidado la chapa del vehículo en el viajan. Heridos de corrosión pero conformados a completar el inútil itinerario por pueblos apenas recordados pero cuyos sonoros nombres quedarán grabados componiendo las estrofas de una inquietante letanía funeral.

He aquí el primero de los muchos aciertos de la obra de Brian Friel que se presenta, en una versión afinadísima, en el querido Teatro Guindalera. Los personajes están construidos como seres humanos completos, me refiero a completos en su complejidad y en sus contradicciones. Porque, mucho más allá de la manida idea de la racionalidad como rasgo definitorio de nuestra especie, la condición humana se podría, muy bien, definir por nuestra capacidad infinita de resultar contradictorios; por ese permanente estado de vulnerabilidad que tan infructuosamente tratamos de ocultar y, sobre todo, por el insuperable potencial para decepcionar y sentirnos decepcionados al que estamos condenados.

La biografía de Francis, Grace y Teddy, esta profusamente sembrada de decepciones recibidas e infligidas. Son, por lo tanto, tres verdaderos especímenes humanos.

Y luego está la memoria. Uno de los pilares de este lúcido texto es la reflexión sobre esa función cerebral, que erróneamente percibimos como un registro fiable de lo acontecido, cuando en realidad es más un proceso mental que transforma y versiona lo ocurrido, es decir, que inventa el pasado.

En este texto de Friel podemos advertir que, en realidad, la memoria es una estrategia cerebral para poder soportar el peso de nuestros errores. Inconscientemente olvidamos -censuramos- el daño que hemos causado; tergiversamos los acontecimientos para poder juzgarnos a nosotros mismos de una manera benévola, para poder soportarnos, para sobrellevar la enorme carga del mal -involuntario solo a veces- que hemos infligido.

Si el texto es interesante en su propósito, su estructura no es menos elaborada y original. Organizado en cuatro monólogos en los que cada uno de los personajes tendrá la oportunidad de contarnos su versión de los hechos. Cada monólogo, además, se plantea en un espacio y un momento del tiempo diferentes por lo que no solo tendremos la visión personal del narrador sino también la perspectiva que da la distancia espacio-temporal.

El histriónico Frank Hardy interpretado por Bruno Lastra adopta acertadamente la agresiva y afectada verborrea del predicador ambulante. Hardy apenas consigue liberarse por unos instantes del personaje de barraca que ha inventado para embaucar a los otros y para creerse a sí mismo, pero cuando, apenas por unos instantes, escapa del yugo de su propia mentira, cuando, finalmente, puede quitarse la careta de charlatán, queda al descubierto la tremenda debilidad de un hombre enfermo de angustia vital ante las gigantescas dudas que le provoca la improbabilidad de su talento.

Vemos primero a la Grace del ocaso -interpretada con brutal sensibilidad por María Pastor-, y el vendaval de palabras del ágil texto nos impacta como un enjambre de avispas que, irritadas, se estrellan contra nuestra piel. Cada palabra un aguijón, cada frase una herida y la laceración más dolorosa tiene un nombre, Kinlochbervie.

Grace está lejos de ser “la buena de la película” pero, ¿cómo podríamos no dedicar una mirada compasiva a una mujer que tiene la certidumbre de haber sido únicamente “una ficción, sólo una ficción más” para el hombre al que amaba tan profundamente?

Más adelante, se nos dará la oportunidad de conocer también a la Grace luminosa en el fantástico monólogo de Teddy interpretado por un Felipe Andrés, realmente abducido por el encantador personaje. El necesario desahogo cómico llega de la mano de este gran actor junto con la interesante reflexión que plantea el autor sobre las relaciones entre el talento y la inteligencia. Este oportuno rodeo de la trama principal nos prepara para nuevos momentos de gran intensidad emocional que llegan cuando Teddy cumple con su deber de personaje y nos relata su versión de lo ocurrido. Es en este momento cuando lo que antes era furioso ataque de avispero se convierte en metralla que atraviesa la carne mientras una etérea aparición, cubierta con un vestido rojo, entona la sublime balada irlandesa “All those endearing young charms” en el pub Ballybeg: «…y canta de una forma muy sencilla y dulce, como si no estuviera interpretando la canción, sino como, si de alguna forma, surgiera de su boca por sí sola” como narra Teddy en el que quizá sea el momento más abrumadoramente hermoso de la función.

La última intervención se debe a Frank Hardy que en un intenso epílogo culminará el ritual de El Curandero.

Por la inteligencia y originalidad del poético texto, por la sobresaliente interpretación, por la sensibilidad de la puesta en escena, por la perfecta dirección de Juan Pastor y por lo necesario que hoy, más que nunca, es el buen teatro, recomiendo esta función desde el absoluto convencimiento de que no decepcionará a ningún espectador sensible.

Reparto y equipo técnico:
Frank: Bruno Lastra
Grace: María Pastor
Teddy: Felipe Andrés
Traducción: Manuel Benito
Producción y ambientación: Teresa Valentín-Gamazo
Iluminación y Espacio escénico: Juan Pastor
Dirección: Juan Pastor

Contacto:
Teatro Guindalera
C/ Martínez Izquierdo, 20
28028 Madrid
Metro Diego de León (salida Azcona)
Bus 12 y 48
Tel. 91 361 55 21
http://www.teatroguindalera.com
info@teatroguindalera.com

Crónica de «Málaga» de Lukas Bärfuss

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Málaga, estrenada en Suiza, patria del autor, en 2010, es la primera obra teatral del novelista, dramaturgo y productor Lukas Bärfuss que llega a los escenarios españoles. Desde su estreno el 9 de marzo de 2012, en Avilés, la obra ha girado por varias ciudades de nuestra geografía hasta llegar al recientemente inaugurado “Teatro del Arte” (c/San Cosme y San Damián,3), un nuevo espacio escénico, que comenzó su andadura hace poco más de dos meses, una sala que ha prometido huir de las propuestas teatrales más convencionales.

Bärfuss, llega a Madrid precedido por el interés que ha despertado en la crítica europea y americana su mirada despiadada hacia el mundo de la pareja.

En Málaga un episodio anecdótico en la vida doméstica de unos padres separados, servirá al autor para analizar algunas de las claves que son comunes a muchas de las parejas actuales. Se pondrá de manifiesto el más que difícil equilibrio entre compromiso, responsabilidad y el deseo de alcanzar cuotas suficientes de libertad personal, además, de la dificultad de cumplir esa exigente tarea, tan de nuestro tiempo, que es la autorrealización.

El autor presenta a unos personajes a los que ha examinado inmisericordemente con la pericia de un diligente juez instructor. Hace una descripción minuciosa de sus circunstancias, mostrando con descarnada crudeza sus motivaciones, sus prioridades, sus debilidades y sus tretas para culpabilizar al otro, en un entorno donde el chantaje emocional es la mejor estrategia para evitar asumir la propia responsabilidad. Sin embargo, deja que sea el espectador el que dicte la sentencia absolutoria o el que finalmente los condene por sus actos y omisiones.

Para facilitar esta implicación del espectador en la valoración moral del conflicto que plantea la obra el final es abierto. En mi opinión, es un recurso acertado que, a pesar de que pueda dejar con cierta sensación de coitus interruptus, nos conmina a sacar nuestras propias conclusiones, a reflexionar sobre la culpa, la responsabilidad y el egoísmo en el entorno de la pareja y de la familia. Y también, quiero pensar, que nos incita a valorar cuánto de Vera y de Michael existe en nuestras propias existencias.

El elenco está formado por Ana Wagener en el papel de Vera, Roberto Enríquez como Michael y Críspulo Cabezas como Alex y la dirección es de Aitana Galán.

Ana Wagener, a la que pudimos ver recientemente en La Anarquista en el Teatro Español resulta en esta propuesta mucho más convincente que en el montaje de la obra de Mamet. Está especialmente acertada en la segunda parte, justo cuando el giro dramático de la trama hace que las exigencias del papel sean mayores. Roberto Enríquez, que ya había compartido escenario con Ana Wagener en 19:30 de Patxi Amezcua, está totalmente acertado en todos los registros: irónico, agresivo, conciliador, chantajedor, comprensivo, cínico, despegado, moralista, egoista, etc. Una interpretación casi siempre contenida, pero riquísima de matices, que no flaquea en ningún momento, solvente de principio a fin. Realmente apetece que este actor, tan indispensable hoy en día en cine y televisión, se prodigue mucho más en teatro.

Críspulo Cabezas como el inestable Álex completa este afortunado reparto. Su personaje, que camina por la delgada línea que separa la insolencia juvenil del trastorno adaptativo, es un tipo cuyo universo mental nos intriga aunque también intuyamos cierta amenaza de qué es lo que podemos encontrar en su interior. En la construcción del personaje se ha huido del perfil de joven marginal que Críspulo ha bordado en otras ocasiones, lo que da mayor riqueza a este trabajo. El personaje resulta muy verosímil a pesar de que, por edad, el actor está ya un poco distante de la pretendida adolescencia de Álex.

Por supuesto, no se escapa al espectador que esta maquinaria interpretativa funciona correctamente gracias a la acertada dirección de Aitana Galán que, en su propuesta, ha sabido transmitir la mirada analítica de Bärfuss aderezada con breves momentos de intensa emotividad.

Una función muy recomendable por el placer de descubrir un autor inédito en nuestros teatros, también por disfrutar de la excelente interpretación de tres grandes actores con una muy acertada dirección y, por último, por la oportunidad de conocer una sala que nos promete muchas satisfacciones escénicas.

Reparto:
Vera: Ana Wagener
Michael: Roberto Enríquez
Álex: Críspulo Cabezas

Dirección:
Aitana Galán

Crónica de «Los Ojos» de Pablo Messiez

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En el marco del Ciclo dedicado a Pablo Messiez el Centro de Nuevos Creadores Sala Mirador repone la maravillosa «Los ojos» de Pablo Messiez.

El conmovedor texto del actor, autor y director argentino Pablo Messiez -inspirado en la Marianela de Galdos- golpea al espectador de tal forma que aún días después de asistir a la representación es posible que no haya desaparecido la turbación al igual que persiste durante semanas la sordera que provoca una explosión. Es un trabajo hermosamente poético en el que los seres humanos que lo habitan son retratados despellejados, individuos en carne viva sometidos a una inundación de emociones que afloran desde el interior con la voluntad desatada del torrente que surge entre las rocas. Resaltaría por un lado la belleza formal de cada párrafo y, por otro, la increíble pericia para desentrañar las emociones, no siempre nobles, a veces disparatadas, pero también muchas veces generosas, que anidan en el interior del corazón humano.

A la Nela de Marianela Pensado uno desea poder abrazarla, intentar -vanamente- consolarla con inverosímiles palabras de esperanza. Hay algo de animal tozudo y tierno en la maravillosa construcción de ese personaje -tan probable como desafortunado- que, con la cálida viscosidad del alquitrán caliente, se enrosca en el recuerdo sin que sea posible retirarlo.

 Óscar Velado y Violeta Pérez también extraordinarios en ese Pablo de ojos cerrados y en esa Chabuca sanadora tan contagiada de la melancolía de los más queridos personajes del realismo mágico.

Lo de Fernanda Orazi , revestida de Natalia, sólo puede ser calificado como injusto. ¿Qué otro adjetivo se le podría dar? Nos pasamos la vida intentando conmover a los demás, de hecho las más de las veces, nos conformamos con conseguir de los otros un poco de comprensión, ¿comprensión o compasión?, bueno, tal vez sean grados diferentes del mismo sentimiento. Nos pasamos la vida, digo, intentando ser capaces de apelar a la emoción del otro, y todo nuestro esfuerzo, en la mayoría de las ocasiones, apenas consigue arrancar un gesto protocolario, la mejor de las veces, un ensayado y frío signo de estéril aprobación o fugaz empatía.

Entonces, llega la Orazi encarnado a esa Natalia peregrina, y con esa mirada de chica traviesa te dice: «Aprende, pequeño, vas a ver cómo funciona esto del corazón» y compruebas con espanto que sus lágrimas fingidas son mucho más tristes que las más tristes de tus lágrimas nacidas en lo más herido de tu corazón. De hecho, uno se siente culpable por haber llorado alguna vez sin que fuese para compartir su pena de farsa teatral. Pero ¿cómo no creer esa tristeza? si ves que toda la sala responde a su lamento al unísono, con igual respetuosa congoja. ¿Cómo podríamos dudar que realmente se está apareciendo un santo en lo alto de una encina si todo el pueblo arrodillado en torno al árbol lo está viendo y casi tocando?

Su risa, que da lustre a esos ojos de oscuridad misteriosa, es justo la letal alegría embaucadora con la que has querido reírte delante del ser amado consciente de que esas carcajadas funcionaran mejor que el mejor filtro de enamorados. Toda la sala se ríe, y tú con ellos ríes igualmente, aunque lo haces con la dócil servidumbre del que acepta ser hipnotizado.

El desquicie mental de Natalia resulta una locura elegante, digna de ser preservada en los libros de historia, el magnético desequilibrio de un héroe clásico, el paradigma en el que se compararan las locuras de todos los notables.

Por supuesto, la seductora no está sola, la fórmula del hechizo que está usando se la ha dado Messiez con un texto lleno de misiles lanzados al centro regulador de nuestras emociones. A veces, durante la representación, se sienten deseos  de levantarse y denunciar a gritos: «¡Lo que estás diciendo es un sentimiento que me has robado!, ¡es un sentimiento MÍO!». Pero es incluso más desconcertante cuando al trasmitirte una emoción, que estás seguro no haber experimentado jamás, por arte de su buen oficio y del potente conjuro del mago Messiez, descubres que ese sentimiento ha estado siempre escondido en tu corazón y sólo ahora, cuando ella te lo ha arrebatado para sí, te das cuenta de su existencia, justo para poder lamentar su pérdida.

Lo de Fernanda Orazi es injusto, en fin, porque dar tanto poder a uno solo para conmover, para hacer soñar, para inundar de desesperanza, mientras a tantos nos ha sido negado incluso una pequeña fracción de esa magia no puede ser razón de justicia.

Por supuesto, acabado el ensueño, sólo procede, humildes, dar las gracias, a Pablo Messiez y a todo este equipo por habernos hecho sentir. Sentir que estamos vivos, sentir que nuestras lágrimas, nuestras risas, y nuestro anhelo de ser amados son también las lágrimas, risas y anhelos antiguos de los que estuvieron antes, las lágrimas, las risas y los anhelos frescos de los que están aquí, en Tucumán e incluso en Moscú y las lágrimas, risas y anhelos de aquellos que llorarán, reirán y anhelarán ser amados cuando nosotros ya no estemos. Gracias, de nuevo, por hacernos sentir.

El único pero, en mi opinión, de este montaje imprescindible es que las propuesta de Pablo Messiez que siempre en lo actoral y lo textual son impecables, adolecen de cierta dejadez en lo escenográfico, un aspecto que Messiez trata siempre con excesiva sobriedad. Una presentación más cuidada de elementos técnicos como escenografía, iluminación y vestuario añadirían atractivo formal a este emocionante trabajo.

FICHA ARTÍSTICA

Inspirada en la novela ‘Marianela’, de Benito Pérez Galdós.

Dirección: Pablo Messiez

Intérpretes: Fernanda Orazi, Marianela Pensado, Violeta Pérez y Óscar Velado.

Centro de Nuevos Creadores. Sala Mirador

Del 7 al 18 de mayo

Jueves, viernes y sábado 20 horas; domingo 19:30h.

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Crónica de «Donde mira un ruiseñor cuando cruje una rama»

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Donde mira el ruiseñor cuando cruje una rama” es una morada llena de estancias que cada espectador tendrá que recorrer según sus medios, su inclinación y sus méritos. En este viaje cada uno elegirá su camino a través de ese rico palacio cargado de símbolos atrapados en sus muros de ámbar como pequeños animalitos congelados dentro de una inerte gema dorada. Pero, para empezar esta visita, hay que despojarse de prejuicios y abrirse a la belleza. Desnudarnos como lo hacemos en una cala apartada para ofrecer nuestra piel al sol, ajenos a toda otra emoción que no sea la amable brisa y el tozudo recitar de las olas. En efecto, hay que abrirse a la belleza que encierra esta casa cuajada de candados cuajados de perlas barrocas, de brocados y de hachones de refulgentes llamas litúrgicas.

Habiéndose resuelto y completada la purificación podemos empezar el viaje iniciático: podremos optar por emborracharnos de la sólida belleza de las imágenes, de la melódica cadencia de las voces, del profundo sentido simbólico del texto, del ritmo hermosamente disminuido de la acción dramática cuya velocidad contenida se equipara con esa ilusión de vuelo suspendido que experimentamos en los sueños, vuelo cansado de libélula trasnochadora; podremos disfrutar del entrañable homenaje a la fe popular o de la rotunda calidad plástica de la iluminación, una absoluta protagonista en esta función llena de luceros; podremos perdernos en la acertadísima selección musical, o bien, podemos optar, si somos desmedidos en nuestro anhelo de belleza, por inundarnos de todo a la vez lanzándonos confiados al dulce yugo del disfrute místico.

Como la experiencia sólo puede ser personal, puedo hablar de las puertas que yo abrí, de los umbrales que traspasé:

Seguí la mirada compasiva de hielo amable de un arcángel y entré en una estancia atiborrada de azucenas, allí no cantaba el tímido ruiseñor pero vi un cielo extravagantemente lleno de palomas blancas, o tal vez blancas rosas lanzadas desde los balcones, que volaban sobre un trono que acunaba una Virgen Reina, donde la asamblea congregada exaltaba un misterio a medio camino entre la función teatral y el arrebato religioso.

Abriendo otra puerta me encontré con mi abuela octogenaria que, enredada ya en esa edad en la que los mayores vuelven a ser niños, rezaba de rodillas junto a su cama con infantil devoción, larga melena de cabello blanco extendida en sus hombros, pidiendo humilde retener la protección que se retira entre las rendijas de la vejez como el aire caldeado se escapa de la habitación por las viejas ventanas de un caserón destartalado del peso de demasiados inviernos. Volví a verla ya atrapada en la misteriosa no realidad del alzhéimer acunando un olvidado niño muerto, resucitado a su memoria por irónica gracia de la devastadora enfermedad que le hacía olvidar todo lo demás. El pequeño fantasma le decía con su propia voz “Madre, me voy con la Virgen” y entendí entonces el consuelo que suponía para la legión de mis transabuelas que perdíeron hijos, ¡tantas!, tener fe en que el infante muerto, arrancado de sus brazos, disfrutaría a la postre de otra madre más excelsa. Mentiras probablemente, pero de esas mentiras valiosas que nos ayudan a sobrevivir.

¡Qué tiene que ver la clerecía, la jerarquía o los dicasterios y los dogmas con el potente efecto consolador de la luminosa leyenda de una niña santa coronada por un huevo de avestruz!

Abrí una estancia de candado de manteca y vi a ángeles y arcángeles pintados en época colonial con sus excesos de telas, plumas y brocados de oro y platas, hebillas de marfil y carey que fascinaban a los mestizos y sobre los que esos pueblos construyeron una riquísima estética simbólica desde Antigua a Lima, desde Guadalupe a la hermana Habana. Y pensé en nuestro patrimonio común, tantas veces olvidado, en la tradición compartida de ángeles y diablos del uno y otro lado del atlántico. Uno de esos alados me dijo “El círculo no se acaba aquí” y me señaló una puerta en cuyo profundidad sin miedo me vertí.

Un teatro japonés, una obra , unas máscaras que se asemejaban tanto a las facciones estáticas de los personajes de “Donde mira el ruiseñor”. Una expresión cultural nacida también del pueblo, contemporánea con los autos sacramentales españoles, donde también los códigos y los gestos han sido fuertemente convencionalizados y el movimiento se ha amordazado en pos de la expresividad de la misma manera que se hizo aquí. Tan lejano y tan igual. Sublime belleza universal.

Vi en otra alcoba un quásar de cegadora belleza, el objeto más extraño del universo acunado en un pesebre, jugando con el espacio-tiempo, imprimiendo sus destellos de luz radiante en la abrumada tez de padres y ángeles a su alrededor congregados. El milagro de la redención la conclusión y el cierre de las profecías que una vez completadas se retiran a su Walhalla.

Por último, vagué por la habitación de los sonidos que llegaron atrapados en ampollas de sangre bendita de los mártires, las besé y sentí el sabor de aires de Zaragoza, de Centroeuropa, del corazón de Sevilla, de los villancicos populares de las tierras de España y también, por supuesto, del mundo del Este. Me supo a fiesta de pueblo, a drama rural y a esperanza, mucha esperanza.

Maravillosa y particularísima función, difícil de explicar incluso si se tuviera el don de la palabra. Interpretaciones sólidas, miradas de demoledora belleza, vestuario excesivo como conviene, iluminación inspiradísima y música a la altura del mundo de los santos. Dramaturgia y dirección de un iluminado del siglo XXI, Hugo Pérez Rodríguez de la Pica que nos invita a un ejercicio estético de alto nivel.

Crónica de «Deseo» de Miguel del Arco

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¿Por qué lo llaman “Deseo” cuando quieren decir “Miedo”?
Escrita por Miguel del Arco en 2003 Deseo solo ha podido llegar a los escenarios una década más tarde.

Ni que decir tiene que el nuevo proyecto del laureado Miguel del Arco venía precedido de mucha expectación. Particularmente me interesaba saber cómo sería la aproximación de Del Arco a este tema tan antiguo como subjetivo que esa fuerza vital llamada deseo.

Con un reparto de probada solvencia (Emma Suárez, Luis Merlo, Gonzalo de Castro y Belén López), Miguel del Arco nos presenta a unos personajes cuyo universo emocional, por unas u otras razones, se encuentra profundamente desestabilizado. Cuatro personalidades, cuatro momentos existenciales, cuatro vidas insatisfechas. Pero, ¿acaso no es ese el modus operandi del deseo? ¿No es su primera estrategia clavarnos el aguijón de la insatisfacción?

A través de unos diálogos muy fluidos, no exentos de buenas dosis de humor, vamos conociendo a los cuatro personajes. El armazón cómico, sin embargo, no nos puede despistar, bajo esa pequeña capa de desenfado se esconden profundas simas de inseguridad y decepción.

Y ahí surge la duda. Independientemente de cuál tomemos de las tres acepciones que recoge la RAE para término Deseo me pregunto en qué medida la pulsión que mueve a estos personajes es realmente el deseo o si, por el contrario, es el miedo. Miedo a no ser ya capaz de despertar atracción, en el caso de Manu; miedo a que nuestra relación de pareja no esté tan sólidamente asentada como pensamos, en el caso de Ana; miedo a no ser jamás querida, en el caso de Paula y miedo a quedarse solo en el caso de Teo.

Vivimos en una sociedad en la que se nos impone la obligatoriedad de triunfar. Triunfar en lo profesional, en lo económico, en lo social y, por supuesto, en lo sentimental. En todos estos campos esta exigencia provoca estrés y competitividad. Por ejemplo, a nivel sentimental esto hace que siempre tengamos que estar escaneándonos para comprobar si las opciones que hemos tomado son las más exitosas: Si tenemos pareja nos atormenta pensar que tal vez podríamos haber encontrado algo mejor; si no la tenemos, aunque estemos felices con nuestra soltería, no deja de preocuparnos que ésta sea interpretada por los demás como un fracaso. La neurosis llega al punto de que es fácil envidiar la vida de los demás, el comprometido envidia las oportunidades de aventura del soltero, el soltero la estabilidad del emparejado. Es decir, tememos siempre haber fallado en nuestras elecciones sean estas las que hayan sido.

Ana considera que su relación tiene una calidad más que aceptable pero basta una insinuación de Paula para que salten todas las alarmas. Es esta inseguridad, este miedo -no el deseo- lo que le hará embarcase en el peligroso juego de poner a prueba su relación. Paula, por su parte, presume de su promiscuidad sexual con una insistencia tal que evidencia la necesidad que tiene de reafirmarse en su elección. Denosta las relaciones estables, como la de Ana, igual que la zorra, dicho sin intención peyorativa, desprecia las uvas ¿No es esto también miedo a que su estilo de vida no sea la opción triunfadora? Lo que ha movido a Manu y Teo ha podido ser deseo erótico pero, también, miedo a la monotonía, a no ser capaces de seducir, miedo a envejecer; necesidad, por tanto, de reafirmarse más que atracción sexual o deseo de conquistar.

En fin, supongo que estas dos pulsiones, miedo y deseo, tienen unas relaciones mucho más intrincadas de lo que podría parecer en un primer momento.

Una vez puestos sobre la mesa los antecedentes de cada uno de los personajes la trama comienza a desarrollarse apoyada en unas interpretaciones muy convincentes, mención especial a Gonzalo de Castro y a Luis Merlo. La atención del espectador permanece ocupada con los ágiles diálogos aunque algunas situaciones no resultan especialmente originales y, en algún caso como, por ejemplo, las argucias de Paula se rozan peligrosamente los planteamientos de la comedia de enredo. Para compensar el desliz tenemos escenas de gran interés, como, por ejemplo, la primera cena en la casa de campo en la que, como si de un eco de Pinter se tratase, los personajes, tras una supuesta capa de cordialidad y afecto, experimentan verdaderos cataclismos interiores.

Los tintes cómicos de los primeros minutos de la obra van dando paso a tonalidades cada vez más sombrías que concluirán con trazos violentamente oscuros.

La escenografía es correcta aunque a veces se ha abusado de las opciones que da el mecanismo giratorio que permite presentar cada uno de los espacios. No faltan escenas de gran belleza, como esa en que Teo y Paula tienen un encuentro sexual mientras que en el otro dormitorio Ana, abatida, sentada en su cama, proyecta una imagen que, ayudada por una más que adecuada iluminación, evoca la poética desolación de algunos lienzos de Edward Hopper.

Creo que sería un ejercicio inútil comparar este trabajo con otros de Miguel del Arco. Cada obra tiene su momento, su teatro, su público y su mensaje.

En cualquier caso un producto teatral de muy buena hechura, que ha reunido a mucho talento de nuestra escena y que merece nuestra atención.

Dirección y Dramaturgia: Miguel del Arco
Ayudante de dirección: Aitor Tejada

Reparto: Emma Suarez (Ana), Luis Merlo (Teo), Gonzalo de Castro (Manu) y Belén López (Paula)

Producción: Nicolás Belmonte, Carlos J. Larrañaga
Escenografía: Eduardo Moreno
Iluminación: Juanjo Llorens
Vestuario: Ana López
Sonido: Sandra Vicente
Música: Arnau Vila

Teatro Cofidis Alcázar
Del 18 de enero al 28 de febrero de 2013

Crónica de «El Lindo don Diego» de Agustín Moreto

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EL LINDO DON DIEGO de Agustín Moreto Compañía Nacional de Teatro Clásico

“Una vez no es suficiente”

Don Diego es básicamente un cretino cuya insufrible afectación y egolatría sacan de quicio a los personajes que le tienen que sufrir. Incapaz de la más mínima empatía con los que le rodean vive ensimismado y tan satisfecho por unos supuestos méritos, que sólo él es capaz de reconocer, que apenas le queda tiempo para entender la realidad que le rodea. Es cierto que es un inhábil social y un petimetre pero para verlo desde el patio de butacas el tipo resulta divertidísimo.

En el siglo XXI, sin duda, lo habríamos considerado un freak, Por definición un freak compensa su incapacidad de relacionarse, su falta de inteligencia emocional, con la afición a alguna actividad a la que se entrega con obsesiva intensidad, como los juegos de rol, la estética gótica o el gusto incontrolable la reparación radios viejas. Sí, los freaks, nos desconciertan pero también nos resultan irresistiblemente interesantes en sus manías y obsesiones. La obsesión de Don Lindo es Don Lindo. Probablemente rechazado por todos desde la niñez, Don Lindo se ha ido cerrando sobre sí mismo, con la testarudez de un bicho bola que se siente amenazado. Patológicamente ensimismado ha puesto toda su voluntad, y sólo Dios sabe hasta qué punto estos personajes son tozudos y esforzados en sus manías.

El grotesco Don Lindo no sólo se ve a sí mismo como el arquetipo de la elegancia, sino que, en su ilimitada soberbia, considera que los demás no son solo más feos sino también mucho más necios. Este fantoche ridículamente pagado de sí mismo es la versión barroca de Mr. Bean. Al igual que ocurría con el repelente personaje inglés el mundo de Don Lindo tan lleno de mezquindades resulta hilarante porque, contra todo pronóstico, siempre es capaz de superarse en su imbecilidad.

El Lindo Don Diego” que presenta la Compañía Nacional de Teatro Clásico es un montaje deliciosamente acertado. La versión de la obra, realizada por Joaquín Hinojosa, nos permite disfrutar de todo el potencial cómico del texto de Moreto una vez aliviado de la carga que puedan suponer aquellos pasajes reiterativos o de significado demasiado arcano para el espectador actual.

Además, la diligente dirección de Carles Alfaro, hace que el montaje funcione maravillosamente. Actores a los que uno no imaginaba haciendo teatro en verso están naturales, creíbles y hasta sobresalientes.  El Don Diego de Edu Soto es un regalo para el espectador. Prácticamente cada frase provoca una carcajada, cada gesto una sonrisa. Las miradas de incredulidad y estupor de Don Diego al observar lo que él considera el desatino de los otros son, de verdad, para guardar en la retina.

Si a eso le añadimos un buen ajuste para decir el verso y darle todo el sentido al texto, tenemos una fórmula de éxito.

El resto de elenco funciona con la misma eficacia, destacando el Mosquito de Carlos Chamarro, otro personaje muy redondo y el Don Juan de Javivi Gil Valle.

La escenografía muy sencilla pero muy evocadora nos permite centrarnos en el texto y la interpretación estando el montaje libre de artificios innecesarios.

Otro acierto ha sido el vestuario, anacrónico para todos los personajes excepto para Don Diego dándole un extra bonus de freakismo y excentricidad. Es un verdadero árbol de Navidad sobre el escenario que camina con la patética afectación de una estrella del balón vestida de gala.

Texto, dirección, interpretación, escenografía y vestuario, todo se conjura para acrecentar nuestro disfrute y, por eso, creo que no será suficiente con ver al Lindo una sola vez.

 

Versión: Joaquín Hinojosa.

Dirección: Carles Alfaro

Reparto:

Don Diego: Edu Soto

Don Tello: Javivi Gil Valle

Don Juan: Raúl Prieto

Don Mendo: Cristóbal Suárez

Doña Inés: Rebeca Valls

Doña Leonor: Natalia Hernández

Mosquito: Carlos Chamarro

Beatriz: Vicenta Ndongo

Criado: Óscar de la Fuente

Equipo:
Asesor de verso: Vicente Fuentes

Composición y dirección musical: Pablo Salinas

Iluminación: Pedro Yagüe

Vestuario: María Araujo

Escenografía: Paco Azorín

Crónica de «The Hole»

The hole

Hace unos días tuve la suerte de volver a ver el show de «The Hole» este ambicioso proyecto que ha reunido tanto talento y que sigue cosechando un merecidísimo éxito en el Teatro Caser Calderón.

Aunque no hacen falta excusas para repetir en un espectáculo tan divertido como The Hole en esta ocasión estaba el aliciente, y la curiosidad, de comprobar cómo iba al show con el nuevo presentador, Ángel Ruiz, quien desde el 25 de diciembre es el nuevo encargado de guiarnos en nuestro viaje al “agujero” como Maestro de Ceremonias. He tenido la suerte de ver este espectáculo conducido por La Terremoto y también por Alex O’Dogherty, y los dos habían puesto el listón realmente alto.

La experiencia ha sido, una vez más, emocionante y Ángel está canalla, gamberro y muy divertido. El show sigue gozando de una estupenda salud, sigue siendo un espectáculo divertidísimo, vibrante y lleno de vida.

El hecho de que The Hole vaya a tener una versión en Las Vegas -la capital mundial del entretenimiento- da una idea del altísimo nivel que tiene este show. Pero, por una vez, no hace falta esperar a que una gran producción de este tipo agote su gira mundial hasta llegar a Madrid o conformarnos con ver reportajes en televisión soñando con algún día poder viajar a la otra parte del mundo para verlo. The Hole está aquí al lado y, sí, nos vamos a sentir como en casa, porque estos chicos se lo han montado de una forma que parece que hayan preparado la fiesta especialmente para ti. Te hacen sentir parte del espectáculo, te convierten por unas horas en protagonista y cómplice de este espectáculo maravilloso.

The Hole es toda una experiencia por muchas cosas: por la transformación que han hecho en el Teatro Caser Calderón para convertirlo en un atractivo club donde puedes ver el show mientras tomas un mojito o una copa de champagne o, ¡incluso cenar!; por la amabilidad de todo el personal, camareros, artistas, etc. que le dan un gran valor añadido a la experiencia; por la belleza de la escenografía y la iluminación; por el cuidadísimo vestuario; por la calidad de los números, por el delirante guión que hace que apenas puedas parar de reír y, sí, también por los cuerpazos que te harán sentir como si de improviso hubiera vuelto el mes de agosto y estuvieras en la playa de tus sueños. ¡No te querrás ir!

Con respecto a los números hay que destacar los vozarrones de los “Mayordomos” (Adríán García, Alberto Aliaga, Alejandro Forriols y Julián Fontalvo) que, además, interpretan unas selecciones genialmente adaptadas que hacen que uno no pueda parar de moverse en la butaca.

Estéticamente mi número favorito sigue siendo el momento Almon (Julio Bellido) con Super Gold (Donet Collazo), es una pieza con mucha magia y de gran belleza estética. Oír cantar a Almon mientras que Super Gold hace unas acrobacias brutales es verdaderamente algo que se graba en el oído y en la retina.

Pero es que cuando Vinilla Von Bismark o/y el Pony loco (Nacho Sánchez) pisan el escenario provocan una marea de suspiros (de admiración y deseo) y cuando Viviana Camino (Gynoid) hace su número (realmente original y sexy) da la impresión de que se va a necesitar un reanimador cardiaco en la sala.

Las Supernenas, Arancha Fernández y Laura C. Morcillo, tampoco hacen bajar el ritmo de los latidos, ¡para nada! Imposible no asombrase al ver como vuelan estas chicas.

El momento “palco” de Ángel Ruiz es desternillante. El fabuloso guión de Secun de la Rosa funciona muy bien durante toda la función.

No hay que ir a ver The Hole sólo porque sea un espectáculo canalla y divertido, hay que verlo porque es un tratamiento terapéutico contra la crisis, la cuesta de enero, el frío del invierno y todos los problemas del día a día. Cuando salgáis del Teatro Caser Calderón lo haréis con una gran sonrisa en la boca y una sensación de haber desconectado de todos los problemas, y eso, tal y como están las cosas, es impagable

Crónica de «La Realidad» de Denise Despeyroux

 

la realidad

La Realidad” es un proyecto fruto de la colaboración entre la dramaturga uruguaya, Denise Despeyroux y la actriz y directora argentina Fernanda Orazi, ambas, para fortuna de nuestro panorama escénico, afincadas en España hace muchos años.

Lo primero que llama la atención de esta propuesta es la originalidad del montaje: Dos hermanas gemelas, ambas interpretadas por una potentísima Orazi, se comunican a través de Skype. A una, Andrómeda, la tenemos en escena y a la otra,Luz, la vemos en la pantalla donde se reproduce la videoconferencia. Una se encuentra, tanto en lo físico como en lo mental y emocional, en las antípodas de la otra. Últimamente sus conversaciones a distancia son frecuentes, están preparando algo…

En los escasos minutos que uno tarda en meterse en la trama es inevitable preguntarse por las dificultades que habrá supuesto para la actriz y para la directora no sólo interpretar a los dos personajes sino estar en escena al mismo tiempo con ambos; conseguir que el diálogo entre la actriz de carne y hueso y la actriz grabada fluya con naturalidad, que las réplicas estén siempre ajustadas y hacer, en fin, que toda la maquinaria funcione con precisión. Por supuesto, este “más difícil todavía” se puede hacer con una actriz de la capacidad de Fernanda Orazi, a otros creadores, que se sientan tentados de semejante aventura, les podríamos hacer la advertencia televisiva: “Esta representación es potencialmente peligrosa y está hecha por especialistas, no intenten reproducirla en sus obras”.

Con respecto al texto hay que decir que resulta interesante, muchas veces se vuelve muy divertido y, a en no pocas ocasiones, alcanza momentos de gran belleza lírica. En contrapartida algunos de los interrogantes del planteamiento original de la obra quedan inconclusos lo que provoca un poco de frustración en el espectador.

Quizá, en la construcción de los personajes se haya hecho un mayor hincapié en favorecer que estos tengan la oportunidad de expresarse mediante frases hermosas, conmovedoras reflexiones o divertidas ocurrencias, que en intentar explicar el porqué del desenlace. Esa exigencia de lucimiento expresivo hace que en algún momento los personajes de las hermanas adolezcan de cierta falta de coherencia.

Por otro lado, la reflexión sobre la realidad, que planteaba el montaje, el análisis de la forma en que cada uno la gestionamos o el estudio sobre cómo podemos imitar a alguien por dentro, queda bastante diluida, por lo que al final de la función nos preguntamos ¿Cuál era el mensaje? ¿Hemos llegado realmente a donde nos ha prometía este intrigante planteamiento?

Los personajes que no aparecen pero que son mencionados por las hermanas han sido dibujados con pinceladas de trazo grueso ya que prácticamente lo único que conocemos de ellos son sus encantadoras extravagancias. Las anécdotas sobre ellos son muy divertidas y funcionan realmente bien, siendo uno de los mayores alicientes de esta propuesta. De hecho, estos personajes apenas nombrados resultan tan atractivos que la información que de ellos recibimos se antoja demasiado sucinta para poder imaginarlos en su exótica complejidad y, aun menos, para conseguir entender el origen de los conflictos que se presentan durante la obra que han provocado que una hermana se haya mudado a la otra parte del mundo y que la otra se sienta infravalorada.

Con respecto a las hermanas tampoco presentan, a lo largo de la función, unas personalidades completamente estables. En un primer momento una de las ellas muestra rasgos marcadamente neuróticos mientras que, en oposición, la otra parece disfrutar de cierta estabilidad, pero, al avanzar la trama, se rompen estos esquemas sin que se entienda totalmente el origen de esta evolución más allá de, quizá, para permitirles desplegar su capacidad de enunciar frases chocantes a la una -muy divertida la narración de la experiencias psicotrópico-hinduistas de Luz– y sentencias de gran belleza a la otra “amar, como se ama a los muertos”. Las opciones para el lucimiento de la actriz son muchas y, para disfrute del público, Orazi las aprovecha todas.

La obra, según ha comentado la autora, fue escrita con gran rapidez para presentarla en la primera edición del Festival FRINGE (2012) de Madrid pero posiblemente volvamos a ver a esta peculiar familia en un futuro proyecto de Denise Despeyroux que podría llevar el sugerente título de “Los dramáticos orígenes de las galaxias espirales” -de nuevo una frase contundente llena de lirismo-. Tal vez entonces podamos saciar nuestras ansias de conocer más sobre la vida de las hermanas y la de su familia.

En resumen, un propuesta muy interesante que gustará a todos los que disfrutan de una buena interpretación, de hecho esta es una interpretación sobresaliente, y que encantará a todo ese público que conecta especialmente con los códigos del teatro de las emociones, el diálogo fluido y el humor inteligente.

Reparto:
Fernanda Orazi

Dirección:
Denise Despeyroux

Vídeo:
Bokeh Artes Audiovisuales

En septiembre 2013 en la Sala Triangulo de Madrid

Crónica de «Barrocamiento» de Fernando Sansegundo

barrocamiento-cartel

Barrocamiento con dramaturgia y dirección de Fernando Sansegundo, autor también de la versión teatral de La Avería de Friedrich Dürrenmatt -finalista en los premios MAX-, a quién desde la temporada pasada pudimos ver interpretando al Clotaldo de La vida es sueño y que recientemente nos regaló un magnífico Tristán en La verdad sospechosa  de la Compañía Nacional de Teatro Clásico ambas con dirección de Helena Pimenta.

La obra que nos presenta Sansegundo es realmente interesante porque en ella, por suerte de encantamiento (los artificios literarios no dejan de ser otra cosa que encantamientos), son traídas de nuevo a la vida, durante apenas unas horas, tres de nuestras más interesantes figuras literarias de todos los tiempos: Tres mujeres con experiencias vitales extraordinarias que generaron una producción artística que se ganó los más expresivos elogios de los mejores autores de su época entre otros de, por ejemplo, Lope de Vega.

Este encumbramiento intelectual en un tiempo en el que se presumía que a la mujer ni le tocaban ni le convenían las empresas intelectuales, por supuesto, también les trajo no pocos quebraderos de cabeza.

Ellas son Sor Juana Inés de la Cruz (deliciosamente interpretada por Alicia Lobo), María de Zayas y Sotomayor (Rocío Marín que dice el verso de forma natural y sentida) y Feliciana Enríquez de Guzmán (encarnada por Zaloa Zamarreño) la primera dramaturga en lengua castellana.

Gracias a esta resurrección felicísima podremos escuchar de boca de sus protagonistas, por medio del texto en verso creado por Sansegundo que, además de ser muy bello, está lleno de reflexiones muy atinadas, sus vicisitudes y sus anhelos junto con fragmentos especialmente afortunados de sus obras y, también, conoceremos la férrea voluntad que tuvieron, pese a todos los obstáculos, de recibir formación y así asombrar (y escandalizar) al mundo por la alta calidad de su producción literaria.

La puesta en escena es sencilla pero efectiva aunque en algún momento el crepitar de los legajos esparcidos por el suelo despiste un poco la atención del verso que generalmente está muy bien dicho.

Un entrañable vídeo-cameo de Blanca Portillo nos invitará a respetar el legado de estas esforzadas hembras que allanaron el camino a otras muchas que vinieron después con ganas de dejar su huella en la cultura española.

Después de haber recogido mucho éxito en otras salas vuelve ahora a la cartelera de Madrid al hall del Teatro Lara. La podremos ver los lunes lunes 14 y 28 de abril / 6 y 19 de mayo y  9 de junio

Crónica de «Purga» de Sofi Oksanen

Purga

En la saga Dune, las hermanas de la orden Bene Gesserit que sobreviven al “ritual de la Agonía” – la ingestión del Agua de la Vida – son elevadas a un estado superior de consciencia, en el que les son desveladas las “Otras Memorias”, es decir, la personalidad y los recuerdos de todas sus antepasadas femeninas. Sin embargo, también se les advierte de que una vez transformadas habrá un lugar “al que no podrán mirar”: el lugar en donde se encuentran las memorias de sus ancestros masculinos.

Esto no es Arrakis, estamos en España. No somos -al menos la mayoría- hermanas Bene Gesserit, pero muchos buscamos si no niveles superiores de consciencia al menos cierta apertura de mente, ensanchamiento de nuestro intelecto y en general mejores herramientas para entender el mundo que nos rodea. En nuestro caso en vez de beber “Agua de la Vida” – difícil de conseguir por estos lares –  usamos la literatura, el teatro, el cine y el arte en general para iluminarnos. Y sí, ¡ADEMÁS!, nos entretenemos,

Curiosamente, la mayoría de los españoles al igual que esas monjas de saga de ciencia ficción también tenemos “un lugar al que no podemos mirar”. Es un lugar cuya v visión nos provoca desasosiego. Ese lugar de aborrecimiento está donde quiera que habite un argumento que nos haga dudar de nuestras opiniones, especialmente aquellas más arraigadas, aquellas que hemos hecho más nuestras. Nada nos aterroriza más que algo nos haga dudar en esos temas en los que estamos seguros de estar del lado de la razón.

En la historia reciente de España vivimos uno de los episodios más dramáticos de todo nuestro pasado, la Guerra Civil. Este feroz enfrentamiento entre españoles dejó traumas que setenta años después siguen absolutamente vigentes. Esta herida hace imposible que podamos mirar allí donde se pone en su verdadero contexto lo que ocurrió. La versión de los buenos demócratas inmaculado  y los malos fascistas. verdaderos siths está tan absolutamente arraigada en muchos corazones y cabezas que sólo la idea de poner un poco de duda sobre este simplista enfoque nos aterroriza. Da igual cuántas películas veamos, a cuántas obras de teatro asistamos, solo aceptaremos procesar aquellos contenidos que confirmen lo que ya creemos y rechazaremos con pavor las que nos hagan dudar de que tal vez las cosas no sean exactamente como las hemos asimilado.

En mi opinión, el valor principal de un texto tan evocador como es “Purga”,  de la joven autora finlandesa Sofi Oksane, es que si somos suficientemente capaces de controlar el pánico y mirar de frente a su mensaje tal vez consigamos entender que lo que creemos que fue una guerra de malos contra buenos en realidad se trató de una guerra de malos contra malos. De totalitarios de un signo, los fascistas, contra totalitarios de otro signo, los comunistas. Es cierto que en medio había unos pocos demócratas de verdad, no de los que apoyaban a Stalin o Mussolini, pero esos estaban destinados a ser engullidos el bando totalitario que ganase. Para complicar las cosas también estaban los anarquistas, siempre dispuestos a llevar la contraria y a poner en un brete a cualquiera bando que se acercara a ellos. 

En realidad el choque de totalitarismos no fue algo privativo del caso español. De hecho fue un conflicto mundial. En algunos lugares ganaron los totalitaristas fascistas y en otros los totalitaristas comunistas. Por supuesto, esto determinó quiénes serían, en cada rincón de Europa, las victimas y quiénes los verdugos.

Viendo “Purga”  uno percibe hasta qué punto fue igual de desgraciado el destino para los que perdieron, fuese cual fuese su bando. En esta obra donde los malos son los comunistas rusos que invadieron y aplastaron a la República de Estonia. Es revelador comprobar como las tragedias de los estonios fueron tan parecidas a las desgracias que vivieron los republicanos españoles. Lo que aquí era el makis allí eran los hermanos del bosque. Las torturas que aquí organizaban las fuerzas de represión franquista allí las perpetraban los jefes comunistas. Las historias son las mismas: vidas destrozadas, delaciones entre familiares, persecución, odio irracional y deshumanización.

Obras como estas son realmente necesarias para que, por fin, podamos tener una visión global libre de estereotipos de lo que ocurrió en el siglo XX en el mundo y, sobre todo en el solar europeo,. Esta obra es ese lugar al que tenemos que mirar aunque nos de miedo hacerlo.

Una vez dicho que el texto es muy necesario, además hay que resaltar que está cargado de poesía y de dramatismo lorquiano. No deja de sorprender que desde el frío mundo del mar báltico encontremos un lenguaje de tragedia familiar que resulta muy parecido al de los grandes dramas del poeta granadino. El enfoque de “Purga” es muy acertado porque se aparta de las grandes escenas de la guerra para observar escrupulosamente sus devastadores efectos en la vida doméstica de una familia. No se habla de los miles de muertos en las batallas, datos que debido a su dimensión abrumadora nos resulta a veces difícil de asimilar, sin embargo,  donde se ha puesto el foco es en una pequeña casa de kuláks estonios a la que vamos a examinar sin ningún tipo de filtro y comprobaremos hasta que punto la guerra es la más desgraciada de las actividades humanas.

La obra tiene además elementos muy interesantes como su peculiar tratamiento del tiempo. Más que flashbacks lo que hay son inmersiones en los recuerdos de la protagonista, la atormentada Allide. Estos viajes a su pasado, a través de su memoria están bellamente evocados con una muy acertada iluminación (Victor Cadenas de Gea)  y escenografía (Deborah Macías González). También, la música y las voces en off están al servicio del texto.

El punto débil de esta producción es la interpretación que en algunos casos está bastante por debajo del nivel que sería necesario. Las caracterizaciones de los personajes tampoco sobresalen incluso alguna de ellas chirría un poco. Ambos aspectos deberían ser trabajados y limados con ayuda de la dirección (José Herrero).

En resumen, creo el estreno en España de una obra tan premiada a nivel internacional como esta es un motivo para congratularnos y agradecer a Vaivén Producciónes y a Ilmatar Teatro haber tenido el acierto y el valor a enfrentarse con un texto tan bello como difícil. Para todos aquellos que se sientan con ganas de “mirar a ese lugar que normalmente no podemos ni queremos ver” una obra realmente recomendable. Para el resto tenemos en cartel un montón de obras que siguen contándonos las mismas historias de siempre y que aunque nos las vendan como “reveladoras” sólo van dirigidas a confirmar las ideas que ya tenemos…¿Verdad, Juan Diego Botto?.

Vaivén Producciones con en colaboración con Ilmatar Teatro

Crónica de «Un trozo invisible de este mundo»

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Ayer estuve viendo «Un trozo invisible de este mundo»” en Las Naves del Español, Matadero, Texto de Juan Diego Botto en lo que, si no estoy equivocado, es su cuarta creación teatral como dramaturgo.

Lo primero que me gustaría destacar es, una vez más, lo mucho que me gusta el espacio, Las Naves del Español en el Matadero en esta ocasión en la Sala 1. Espacio que si de por sí es profundamente evocador ayer estaba resultaba especialmente emotivo por la acertada escenografía, tan sencilla como impactante. ¿Qué puede ser más simbólico que una cinta transportadora de maletas en un entorno ciertamente frío y hasta hostil? Además, el montaje cuenta con una más que acertada iluminación y diseño del ambiente que apoyan con efectividad la intensidad de la interpretación.

El segundo aspecto que hace que recomiende  esta obra es la solidez de la interpretación de Juan Diego Botto que está más allá de cualquier tipo de alabanza. Resulta absolutamente creíble, hipnótico, honesto en la interpretación con un dominio absoluto del personaje. Realmente uno piensa que hay actores y luego está la gente como Botto para la que debería haber otro tipo de apelativo.

Supongo que en esta maravillosa creación de los personajes ha tenido mucho que ver el director Sergio Peris-Mencheta en lo que podría decir que ha sido un más que afortunado encuentro.

Astrid Jones, a otro nivel, pero dejando el pabellón aun muy alto, interpreta de forma muy digna los tristes avatares de una inmigrante subsahariana de hecho, en mi opinión, es ella quien consigue alcanzar el clímax emocional de la obra.

Dicho todo esto que espero que sea razón suficiente para que os animéis a ver este gran trabajo tengo que hacer algunos comentarios sobre el texto.

En mi opinión el texto que podría perfectamente llamarse «Una visión parcial del este mundo» es un compendio o más bien ideario recurrente, de la conocida retahíla de máximas de una forma muy de pensar fuertemente aposentada en el buenismo y en el progresismo de salón.

El texto, que es denso, reiterativo y desequilibrado trata sobre la desgracia de la emigración, sobre las dictaduras de derechas, (las de izquierda el autor no recuerda que existen), sobre los abusos de los fuertes (si son americanos u occidentales), lo milicos torturadores argentinos, etc. El único palo que uno esperaría que tocase en profundidad y que sin embargo apenas roza es el de la Guerra Civil española al que sólo se refiere para insultar la Transición a la democracia.

Ojo, muchas de las cosas que dice son ciertas, muchas de las injusticias que denuncia son absolutamente reales, el problema es que uno no puede dar una visión en conjunto de las cosas si solo cuenta parte de la película. Pongo un ejemplo. Uno de los personajes es un argentino inmigrante en España que curra en la construcción y que hace una, interpretativamente hablando, gloriosa llamada a su mujer que está en Buenos Aires. Esta llamada le da la oportunidad para comentar lo mal que van las cosas etc. Bueno, salvando la licencia de poner un ¡argentino currando en la construcción! (yo los he visto en cualquier tipo de profesión liberal, desde dentistas, psicólogos, echadores de cartas, masajistas, actores (muy buenos), diseñadores, etc. Pero, ¿es representativo un argentino de paleta?… Bueno, salvando esa licencia, el joven inmigrante cuenta a la mujer la precariedad del trabajo, la falta de papeles, la contratación ilegal, las colas diarias para pillar curro, etc. Hasta ahí todo cierto, todo denunciable, todo triste. El problema es que en ningún momento de la obra habla de aquel argentino que emigró y, oye, cosas absurdas del capitalismo, le fue bien o al menos le fue tan bien o mal como a cualquier otro español que consigue salir adelante sin caer en las simas de la indigencia. Botto, por ejemplo, no habla de su caso personal y familiar, del hecho de ser un profesional respetadísimo y de que su madre lo sea aún más. Y tantos otros que sin llegar a su nivel de éxito oye, van tirando.
Creo que si no se quiere caer en el maniqueísmo uno puede contar el caso triste, denunciar el abuso, por supuesto, pero también debe dar una visión real de las cosas. Precisamente porque las cosas van tan mal para bastantes que no hace falta dar una versión sesgada de la realidad para que nos preguntemos si hay que cambiar algo.

La parte la inmigrante subsahariana fue en mi opinión la más creíble, son los que peor lo tienen con mucho y, si bien Botto es poco comedido en contar las desgracias que sufre la desafortunada mujer: explotación laboral con impunidad de sus explotadores, enfermedad -sida tratado con cremas para el picor-, exclusión social, cárcel, etc., estas resultan creíbles a pesar que como digo lo ha planteado de una forma tan desmedida que resulta contraproducente. Como si para contar la historia de las penalidades de un judío en tiempos del holocausto nazi le hicieras pasar consecutivamente por todos los campos de concentración conocidos desde Mathausen a Treblinka pasando por Auschwitz y Dachau sin entender que con haber estado en uno solo de estos infiernos ya hay suficiente material para entender el mensaje de la monstruosa experiencia que debió ser eso. Botto usa descaradamente la fibra sensible, sin ningún tipo de autocontención, el único palo que le queda sin tocar es el del niño con leucemia con la cabeza afeitada pero supongo que era complicado meterlo en el argumento. Eso sí, tenemos el caso de la niña que juega con la muñeca y que muere de peritonitis porque los padres no la llevan al hospital por miedo a meterse en problemas….Eso, no lo negarán, es artillería pesada capaz de hacer brotar una lágrima del ojo de vidrio de un malvado.

Con respecto a la inmigración por supuesto se plantea con el pensamiento buenista de lo malas que son las fronteras, en ningún momento hay reflexión sobre qué ha ocurrido en lugares donde se han producido grandes flujos migratorios que no han podido ser regulados por producirse dentro de un país. Por ejemplo, la emigración desde el nordeste del Brasil a Rio y Sao Paulo y la creación de millones de favelas por la incapacidad de estos destinos de emigración de poder absorber de una forma adecuada esos flujos migratorios. El hecho de que países que consideramos en la vanguardia de los derechos humanos (países del norte de Europa, Australia, Suiza, tengan férreas medidas para regular –no para prohibir– la inmigración, no le provoca la más mínima reflexión).

Terminado el tema de la Mordor-emigración tenemos un capítulo sobre, ¿adivináis?, ¿alguna novedad? ¿alguna denuncia sobre el régimen actual de Corea del Norte?…Noooooo, ¡Deja a Corea del Norte y su dictador comunista, con esos no nos metemos!… Vamos a darle otra vuelta de tuerca a la dictadura militar argentina, las torturas en la Escuela de Mecánica y, bueno… Botto, por desgracia, tiene lamentables razones personales para tener fijación con ese tema. Pero es que cuando ya se ha tratado millones de veces en miles de películas y siempre con la misma visión resulta algo reiterativo. Igualito que cuando aquí en España cuando un “joven y prometedor cineasta” presenta su primer y “original” largometraje: basado en la Guerra Civil española, en el que compulsivamente repite absolutamente todos los clichés y estereotipos que se han descrito ya en el millón y medio de películas sobre este tema que los españoles hemos sufrido desde la llegada de la democracia. Son aportaciones a la cultura que siguen los patrones virales de ciertos contenidos repetitivos de redes sociales de internet. Es decir, «lo cuento para que me contéis entre los vuestros, lo digo, aunque mi aportación no ofrece ninguna novedad, para que veáis que yo también soy de los buenos».

La última parte sin duda es la peor, en ella el autor se pone filosófico-ideológico. Botto sube el nivel y comenta citas que odia “Más vale pájaro en mano que ciento volando” o la deplorable “Diez está igual de lejos de infinito que cero”. Sin entrar en mucho detalle le sirven para reivindicar el revanchismo, la bondad de heredar los odios de nuestros abuelos, la necesidad de no pasar página. Todo ello, por supuesto, sazonado con críticas a los grandes monstruos del siglo XX, a saber ¡Henry Kissinger!, Bush, Putin y no sé quien más… ¿Alguien preguntará «Pero, ¿en esa lista de la infamia del siglo XX habrá mencionado Castro o a Pol Pot, o tal vez a Stalin o a Hoxa?». Pues no, ni palabrita. Tampoco a Duvalier o a Gadafi, Idi Amin, etc. Se hacen breves referencias a Mao y Lenin pero no crean que para criticarlos, sino porque uno de sus personajes, el torturado en la Escuela de Mecánica recuerda frases de ellos (hay que recordar que algunos entre los “democráticos” opositores a la dictadura militar Argentina se inspiraron mucho en grandes dictadores como Mao y Lenin). De Mao recuerda su frase: “El primer deber de un prisionero es fugarse”…Curioso cuando Mao consiguió hacer de toda China una prisión. Pero bueno, eso lo dice su personaje que reflexiona sobre que el primer deber en cualquier caso es estar vivo para poder fugarse.

Con la frase «Diez está igual de lejos del infinito que cero» estoy totalmente de acuerdo que es una frase desafortunada pero tú, admirado Botto, no la puedes denostar, porque tú, con toda tu buena intención, has hecho de esa frase un motto en esta obra. Tú la has criticado en el sentido de que como no es posible hacer una justicia total da igual hacer poca o ninguna justicia. Pero tú mismo has forzado la máquina de tu exposición de los hechos hasta el extremo, has dado un visión sesgada de la realidad, has señalado a unos y no a otros. Como unas situaciones son totalmente injustas digamos que TODO es injusto, demos esa falsa impresión, Al fin y al cabo diez está tan lejos del infinito como cero.

Comentar que a pesar de todo lo que he dicho sobre el texto al 99,9% del público le debió encantar porque prácticamente toda la sala acabó dando una cerrada ovación a los actores y creadores del trabajo. Aplausos que se redoblaron cuando Botto hizo un pequeño inciso para comentar que en este día las «Abuelas de la Plaza de Mayo» habían encontrado a otro de los niños secuestrados por la dictadura (yo ya me esperaba verlas entrar con pancartas apoyando a la Kirchner o a Herribatasuna o a cualquiera de las causas que hacen la delicia de las encantadoras nonnas.

Por mi parte, y a pesar de las críticas al texto insisto en que me arrodillo ante capacidad de interpretar de Botto y la profesionalidad y talento con que se ha hecho este montaje y doy gracias porque podamos contar en España con un actor que eleva el nivel de nuestro teatro de una forma tan definitiva.

Gracias también a los gestores de Las Naves del Español, Matadero, un espacio cultural de gestión municipal por acoger una obra interesante que es muy crítica con la gestión de esta administración.

Reparto:
Juan Diego Botto
Astrid Jones
Escenografía
Sergio Peris-Mencheta y Carlos Aparicio
Dirección:
Sergio Peris-Mencheta.
Producciones Cristina Rota y Teatro Español

Teatre Lliure Montjuïc. Barcelona

Dirección: Plaza Margarida Xirgú, 1. Barcelona

Hasta: Hasta el 29.09.2013

Crónica de «¿Quién teme a Virgina Woolf?» de Edward Albee

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¿Quien teme a Virginia Woolf?” (1962) de Edward F. Albee (Washington DC 1928)

Who’s afraid of Virginia Woolf” fue estrenada en Broadway en el Teatro “Billy Rose” el 13 de octubre de 1962. La obra ganó varios premios, entre ellos el Premio Tony a la mejor obra y el Premio de la crítica de Nueva York. Se desestimó su candidatura para el premio Pulitzer al mejor drama por el lenguaje obsceno y de fuerte contenido sexual de la obra.

En Madrid la obra se ha representado en varias ocasiones:

En 1966 en el desaparecido Teatro Goya con dirección de José Osuna y Mari Carrillo como Martha y Enrique Diosdado como George, Lolita Losada (Honey), Ricardo Garrido (Nick). A este montaje acudió el autor, Albee, para ver el estreno en España de su obra.

En 1986 en el Centro Cultural de la Villa con dirección de Esteban Polls y el siguiente reparto: Martha (Luisa Fernanda Gaona), Enrique Ciruana (George), Karmele Aramburu (Honey), Gari Piquer Douglas (Nick).

En el año 2000en el Teatro Albéniz con Nuria Espert (Martha), Adolfo Marsillach (George), Marta Fernández-Muro (Honey) y Pep Munné (Nick). (Último trabajo teatral de Adolfo Marsillach).

Por supuesto, la obra se hizo realmente popular a raíz de la versión cinematográfica de 1966, dirigida por Mike Nichols y protagonizada por Elizabeth Taylor (Martha), Richard Burton (George), Sandy Dennis (Honey) y George Segal (Nick). El trabajo fue galardonado con cinco premios Oscar.
Aunque es bien sabido sólo señalar que el título “¿Quién teme a Virginia Woolf?” no tiene nada que ver con el argumento de la obra. En realidad se trata de un juego de palabras entre el título en inglés “Who’s afraid of Virginia Woolf” y el nombre de una de las canciones que se interpreta en la película “Los Tres Cerditos” (1933) titulada “Who’s afraid of the big bad wolf?” (¿Quién teme al lobo feroz?).

Llevar a escena una obra que tiene a sus espaldas una versión cinematográfica absolutamente gloriosa no es una tarea fácil porque para convencer al público no sólo hay que hacer un buen trabajo sino que, además, hay que presentarlo de una forma que parezca algo novedoso; algo capaz de romper con las imágenes grabadas en la memoria de los espectadores. Así que es casi obligado comenzar esta reseña alabando el valor de los productores, director, actores y resto del equipo.

La versión que presenta Veronese se estrenó en el Teatro Romea de Barcelona en catalán y ahora se exhibe en Madrid en castellano con el mismo elenco a excepción de Emma Villarasau (Martha) que en La Latina está interpretada por Carmen Machi. Hay que decir que en Barcelona este montaje recibió una muy buena acogida de público y por lo que estamos viendo en Madrid seguramente aquí se repita el éxito de taquilla.

En la ficha de promoción de la obra se indica que “¿Quién teme a Virginia Woolf? no es más que el retrato de la sociedad americana del momento y el análisis de un mal general: el engaño”. Realmente me cuesta estar de acuerdo con esta afirmación. No creo en absoluto que la sociedad americana de los años sesenta viviera las simas de infelicidad, desesperación, frustración y rabia que viven estos personajes que no se representan más que a ellos mismos. Tampoco comparto eso de que el engaño sea el corazón de la trama. Los personajes principales se “autoengañan” pero están tan al límite, tan sobrepasados de revoluciones, que no son capaces de engañar a nadie más, ni a los invitados ocasionales que los observan con estupor y miedo, ni a los espectadores que desde el primer minuto perciben que lo que está sobre el escenario son dos hienas en busca de carroña. De hecho creo que, por su falta de inhibición, por su absoluto descontrol, se muestran mucho más sinceros frente al mundo que la pareja de secundarios quienes tras unos minutos de compostura, efectivamente comienzan a regurgitar los secretos de sus también desgraciadas vidas ayudados por el alcohol y el clima de máxima tensión propiciado por los estoques entre Martha y George.

En la obra hay engaño pero la obra no va sobre el engaño. Va sobre las expectativas no cumplidas, va sobre los sueños rotos, las promesas no cumplidas, va contra la infelicidad compartida, la desolación cómplice. Va sobre los extraños mecanismos de la pareja que hacen que, podamos despreciar a quien más necesitamos, que proyectemos nuestra frustración y nuestra rabia sobre el único ser en la tierra que realmente nos hace caso. Va sobre la amargura vital. Va sobre el inminente choque de dos mercancías, cargados de reproches, que circulan en dirección contraria dispuestos a encontrase.

Una escenografía realista nos da la bienvenida y desde el momento que la pareja protagonista entra en escena uno tiene la sensación de estar asistiendo a un combate de lucha ilegal donde todo está permitido.

Siguiendo los gustos del teatro americano de la época los diálogos son muy efectistas, brutales, buscando demasiadas veces escandalizar o remover la fibra del espectador, a veces hasta alcanzar proporciones de tragedia griega.

Pere Arquillué interpreta de forma más que convincente a pesar de que el ritmo frenético para los diálogos que ha impuesto Veronese sea contraproducente para dar matices al personaje. George más que un profesor de historia alcoholizado parece un operario asiduo a la coca. Así se presenta los dos primeros tercios de la obra realmente “enzarpado”, acelerado, escupiendo un texto que necesita algo más de tiempo para ser procesado. En el último tercio cuando menos acelerado comienza con la artillería pesada, Arquillué da una lección de interpretación siempre con el gesto preciso, la mirada correcta, la entonación perfecta. Impagable la mirada entre cínica, compasiva y cómplice con que George mira a Martha mientras ella está contando la inverosímil historia de su hijo, la vaca y el brazo roto.

Sin embargo, habría que añadir que la ironía constante de su personaje a veces resulta algo plana ya que, incluso en escenas muy sensibles, como cuando le cuenta a Nick algo tan drástico como los eventos de su niñez no se apea de su cinismo ni un momento. Quizá la caracterización del personaje adolece de cierta vulgaridad. No vemos a un profesor de historia que un día fue un instruido y prometedor universitario que ha llegado a ser un alcohólico a fuerza de acumular frustración y tristeza. No hay un mínimo gesto que evoque una elegancia pasada. En su personaje se aprecia tan sólo a un tipejo que parece haber sido siempre basura, basura blanca, “white trash”.

Carmen Machi, es una actriz muy carismática, cae bien a la gente y eso se nota en la acogida del público, pero la contrapartida es que a veces cuesta dejar de ver a Carmen Machi para ver a su personaje. Hay que reconocer que en los últimos meses que lo está haciendo todo: “Fastaff”, “Juicio a una Zorra”, “Agosto”, además de rodar con Almodóvar; hacer publicidad, etc. se ve a una actriz en gran crecimiento. El texto lo lanza con precisión, a pesar de que también tiene que sufrir el ritmo enloquecidamente rápido marcado por el director. Al perfilar su personaje tampoco han acertado y no consiguen darle la pátina de antigua niña bien convertida en mujer adulta sumida en el alcoholismo y la depresión. Más bien al contrario, parece haber sido siempre una tabernera vulgarota sin pizca de formación.
Siendo su interpretación muy aceptable hay que señalar que se maneja mejor en el desgarro que en la desolación, mejor en el grito desesperado que en el quejido interior. Resulta demasiado cómica en las escenas de seducción. Pero a veces echa unas miradas letales que podrían convertir en estatua de sal al infortunado objetivo de sus ojos.
Ivan Benet como Nick parece solo entonarse hacia el final de la obra y aun así está bastante fuera de lugar. Mireila Aixalà está decepcionante como Honey. No resulta creíble ni un solo momento durante la función.

Aunque ya se han apuntado algunas cosas sobre la dirección hay que añadir también grandes aciertos como la sutilidad con la que se insinúa cierta atracción de George por el apuesto y joven Nick. Atracción sugerida, nada subrayada, ¿una desinhibición de alcohólico, o un problema mayor que explicaría muchos de los problemas de esta pareja?. En cualquier caso un tratamiento muy interesante. Por otro lado la comicidad buscada sobre todo en la primera mitad de la obra es incómoda y forzada; contraproducente porque quita dramatismo a algo que no puede ser sino muy dramático. El público ríe a carcajadas, estamos en La Latina.

Resumiendo, una interesante propuesta que creo que hay que ver pero que no consigue el objetivo de darnos otro referente para entender esta obra que no sea el ya consagrado de la película del 66.

Esta obra fue representada en Madrid en el Teatro de la Latina.
Producción del Teatro Romea de Barcelona.
Reparto:
Carmen Machi (Martha)
Pere Arquillué (George)
Mireila Aixalà (Honey)
Ivan Benet (Nick).
Escenografía: Sebastíà Brosa.