Artículo preparatorio «Los amantes suicidas de Sonezaki» en el Teatro Español 27 y 28 de septiembre

Traducido por Miguel Pérez Valiente artículo en The Barbara Curtis Adachi Bunraku Collection en las Colecciones de la Universidad de Columbia

El mundo del Bunraku

Chikamatsu y los orígenes del Bunraku

Adaptado, con autorización, del libro «The World Within Walls»  de Donald Keene1

Musume

Musume (Doncella) en la producción de Los amantes suicidas de Sonezaki de Chikamatsu Monzaemon en el montaje de febrero de 1981

Durante el periodo premoderno que comprende la era «Edo» (1603 – 1868), las expresiones dramáticas más importantes fueron el Kabuki, un teatro de actores y el Bunraku2, un teatro de marionetas.  A partir de finales del siglo XVI ambas expresiones teatrales se fueron perfilando como espectáculos populares y pronto arraigaron en el corazón del pueblo llano.

En la década de 1680 casi todas las obras de Kabuki trataban de conflictos dentro del entorno de un gran daimyo, es decir, en la casa de un gran señor, siendo este género conocido como oiemono. 

Por el contrario en el Bunraku la atención se centraba en la vida de la gente corriente. La primera obra que trató el tema del suicidio de dos amantes se interpretó en Osaka en 1683.  Este tipo de dramaturgia que trataba de la vida ordinaria de gente contemporánea, en vez de abordar historias de héroes del pasado, sería conocida como sewamono, un término cuyo significado literal podría ser «obra de cotilleo» pero que hoy en día se traduce generalmente como «obra doméstica». Este nombre fue acuñado en contraste con el término jidaimono, que que significaba «pieza de época» y que trataba de eventos históricos.

Ya  a finales del siglo XVII tanto el Kabuki como el Bunraku se habían desarrollado los suficiente para convertirse en expresiones  teatrales con cierto nervio y un pulido aceptable pero los textos seguían siendo bastante mediocres. Cada estilo explotaba sus propios potenciales: El teatro Kabuki, interpretado por actores, servia de plataforma para hacer un despliegue de técnicas de interpretación llenas de virtuosismo;  por su parte, en el teatro Bunraku aprovechando el hecho de que las marionetas son reemplazables, a veces se incluían escenas de mutilación o proezas de fuerza sobrehumana. Pero en ninguno de los dos géneros había un intento serio de crear trabajos dramáticos de calidad indeleble.

Siempre que los teatros se llenasen los empresarios quedaban satisfechos y el público, al menos aparentemente, no buscaba otra cosa que ver a sus actores y cantantes favoritos abordando nuevos papeles.

Sin embargo, un hombre cambiaría esta situación radicalmente, Chikamatsu Monzaemon (1653-1725).  En  su tiempo Chikamatsu destacó como autor tanto de teatro Kabuki como de teatro Bunraku, aunque hoy en día es más conocido como autor de los mejores obras del repertorio de este último.

El éxito instantáneo que cosechó su obra Yotsugi Soga (Los herederos de Soga), escrita en 1683, le catapultó a la fama. Esta obra incluye el michiyuki, – viaje o peregrinación- de las amantes de los hermanos Soga: Tora, Gozen y Shôshô, que está escrito en un lenguaje altamente poético.

Fue la obra de 1703 de Chikamatsu Sonezeki Shinjû (Los amantes suicidas de Sonezaki), la que estableció el sewamono como un género propio. El michiyuki -peregrinaje-  consiguió alcanzar la cumbre dramática al encontrar el material para la tragedia dentro de las patéticas circunstancias que rodean los suicidios de unos personajes tan corrientes como un empleado y una prostituta.

Genta

Genta in en la producción de mayo de 1975 de Un trágico triángulo amoroso, de Ki no Kaion

Sus obras resultan interesantes primero por los retratos de la vida de los habitantes de la ciudad. Los anodinos personajes que a la postre resultan ser los héroes de las obras de Chikamatsu de género sewamono, al igual que muchos héroes de dramaturgias modernas padecen problemas económicos y otras circunstancias que son incapaces de resolver y es esta incompetencia lo que hace que sus acciones terminen volviéndose contra ellos y no contra sus enemigos.

Los años que siguieron a la muerte de Chikamatsu, ocurrida en 1725, y el precoz retiro de su rival como dramaturgo, Ki no Kaion (1663-1742), fueron, sorprendentemente, los años de mayor esplendor para el teatro de marionetas.

El saludable y pujante estado del Bunraku después de la muerte de Chikamatsu tuvo más que ver con los avances en el manejo de las marionetas y la evolución del arte del recitado que con la destreza  de los dramaturgos que le sucedieron.

Hacia el final de su carrera, Chikamatsu a veces consentía en complacer a la audiencia, siempre deseosa de ser sorprendida con trucos escénicos llamados karakuri, pero en el Bunraku de los autores que le sucedieron no se ahorró ningún esfuerzo para extender, hasta el límite, la capacidad de los muñecos, sobre todo a partir de 1724 cuando la técnica de la marioneta manejada por tres hombres se generalizó.

En la década posterior a la muerte de Chikamatsu se añadieron otras mejoras: en 1727 se introdujeron marionetas que podían mover la boca; que tenían manos que podían agarrar objetos y ojos que podían abrir y cerrar; en  1730  las marionetas podían  reproducir el efecto de una caída de ojos; en 1733 los dedos de los muñecos se hicieron articulados lo que permitía moverlos.

El efecto que ansiaban lograr tanto los cantantes como los operadores de las marionetas era el realismo pero éste se conseguía únicamente dentro de los condicionamientos esencialmente irreales del espectáculo.

El género sewamono de Chikamatsu supuso el cenit del desarrollo hacia el realismo que  que iban a alcanzar los textos del teatro de marionetas; el lenguaje que usaban los personajes era muy cercano al habla contemporánea y los problemas a los que se enfrentaban era creíbles dentro del ámbito de la vida ordinaria.

Pero, incluso en el caso de las obras marcadamente realistas de Chikamatsu, la presencia evidente de los operadores que manejaban o cambian las marionetas y los movimientos artificiosos de éstas impusieron que se fijasen ciertas convenciones de irrealidad que el público aceptó gustosamente. Si el único objetivo de las representaciones hubiera sido alcanzar el máximo nivel de realismo habría sido tan fácil como esconder a los operadores y a los cantantes, como se hace en el teatro de marionetas europeo. Pero lo cierto es que para cada avance hacia el acrecentamiento del realismo se equilibraba con la introducción de un nuevo elemento de irrealidad, o incluso fantasía, especialmente en la variedad llamada karakuri.

Solo después de varias décadas flirteando con la temática y las técnicas del teatro Bunraku el teatro Kabuki se impuso en popularidad. La era gloriosa del Bunraku acabó cuando Osaka fue desplazada como capital cultural pero para entonces ya había provisto al Kabuki con cerca de la mitad de las obras de su repertorio y a la literatura japonesa con muchos de sus obras maestras dramáticas.


1World Within Walls: Japanese Literature of the Pre-Modern Era, 1600-1867. New York: Holt, Rinehart & Winston, 1976.

2 (N.T. Originalmente el teatro de marionetas se conocía como Ningyō jōruri (人形浄瑠璃) , este sigue siendo la denominación más ortodoxaEl término Bunraku se aplicó en un principio a un único establecimiento teatral especializado en marionetas que se fundó en Osaka en 1805 que se llamó Bunrakuza homenajeando así al  grupo  Uemura Bunrakuken (植村文楽軒, 1751-1810) que en el siglo XVIII gracias a su esfuerzo hizo renacer la popularidad del teatro de marionetas.  

Crónica de «Secundario» de Mon Hermosa

secundario

Una sorprendente ave de la remota isla de Nueva Guinea exhibe, en las recónditas espesuras de la selva, resguardada de miradas curiosas por la cómplice prodigalidad vegetal del entorno, un inusitado comportamiento de inverosímil belleza. El alado muchachillo construye con tenaz habilidad un exuberante templete vegetal que engalana con toda suerte de conchas y otros rutilantes tesorillos. Desde tan privilegiado pabellón su única espectadora, a saber, una sobrecogida hembra de su misma especie, observa hipnotizada el vistoso alarde que el emplumado arquitecto ejecutará para ella. (Impagable la cara de pasmo de la pájara en el vídeo que adjunto al final de esta entrada).

Algunos estudiosos ven en este elaborado ritual de las «aves de emparrado» -como se llama popularmente a la familia de las Ptilonorhynchidae– una representación escénica en estado embrionario, lo que no deja de tener un gran mérito si consideramos que un pájaro es básicamente una lagartija con plumas.

Por supuesto, la analogía no es perfecta: aunque en el «emparrado» el ave usa una muy trabajada escenografía en la que se evidencia preocupación por la perspectiva y la plástica del espacio escénico además de una clara intencionalidad de epatar a la audiencia, la finalidad última que persigue el ave-actor es copular con su tímida espectadora, lo que, al menos en la generalidad de los casos -por suerte o por desgracia- no tiene correspondencia con los acicates que animan a los intérpretes teatrales de nuestra especie.

En efecto, no es lo mismo. El teatro humano es una actividad extraordinariamente compleja con variadas motivaciones e infinidad de lenguajes que, además, están en constante evolución, pero sí me gustaría pensar que esta enigmática necesidad de renunciar a la propia identidad para adoptar las penas y alegrías de otro, para impostar miedos y anhelos ajenos; este irrefrenable mandato de interpretar está impreso en lo más profundo de nuestra huella genética hasta el punto que nos ha ayudado a sobrevivir como especie.

Tengo una teoría muy de andar por casa sobre los orígenes del teatro en la que sostengo que antes incluso de que los prehistóricos chamanes comenzasen a enmarañar la realidad construyendo el provechoso negocio de la religión, el primer actor conseguiría exorcizar el espantoso terror de los oscuros aullidos de lo negro irguiéndose entre, los que, como él, se acurrucaban alrededor de la crepitante hoguera -dientes rechinando- para, sin previo aviso, arrancarse a dramatizar algún episodio gracioso acaecido durante la jornada; quizá el ridículo resbalón con posterior caída de bruces del severo jefe del clan durante una escaramuza cinegética o el inconsolable apetito del pequeño de la tribu devorando con infantil desmesura bayas silvestres que a la postre le descompondrían.

Esas primigenias carcajadas desde bocas prematuramente desdentadas, esa algarabía de greñas enervadas por la comicidad del relato, habrían impregnado de esperanza las espesuras de esa amenazante alborada de nuestra especie y habrían conseguido cohesionar al grupo cuyos integrantes podrían ahora reconocerse no solo con su verdad literal sino también con las identidades teatralizas con las que les hubiera interpretado ese providencial adán de los actores.

Unos cientos de miles de años después, muchas ortodoncias y generosa profusión de mascarillas capilares y ahí estamos otra vez los de la peregrina tribu humana sentados alrededor de un actor cuyo oficio básicamente sigue siendo el mismo: conseguir que sintamos menos miedo.

Antonio Velasco es el favorecido vástago de nuestro primer «homo dramaticus» y ese talento y profesión se nota nada más empezar la función cuando con estudiada cohibición se presenta desplegando una rica gama de matices dirigida a excitar nuestra complicidad y ternura.

En efecto, su «Secundario» es un personaje entrañable, ameno y divertido que ejercita una pródiga locuacidad apremiado como está a decir, en el breve espacio de tiempo del que dispone, todo aquello que le está habitualmente vedado por su exiguo protagonismo de actor de reparto.

Anécdotas familiares, hermosas leyendas, servidumbres del oficio y relato de antiguos y nuevos agravios van construyendo este nostálgico relato que a ratos nos emociona, a ratos nos hace reír a boca llena y otras veces, simplemente, nos hipnotiza.

El espectador, contagiado de la premura en la exposición a la que se ve obligado el actor antes la supuesta inminente llegada del renombrado protagonista de la obra, ansía saber más y más de la azarosa vida de este sugestivo secundario que, como aquel pajarillo con el que comenzaba yo esta crónica, nos impresiona mostrando sus tesorillos apenas protegidos en una vieja maleta.

La abundancia de recursos y el tino en su uso, la riqueza de matices y el eficaz tratamiento del ritmo de la función necesariamente nos hacen reflexionar sobre un protagonista ausente durante la representación pero cuyo eficaz trabajo es más que evidente. Me refiero, claro está, al director: Fran Calvo ha hecho un trabajo que no solo pone en valor la capacidad interpretativa del gran actor sino que dota a toda la función de una coherencia muy afortunada.

Con respecto a la dramaturgia que, como digo, es amable y llena de encanto, tal vez,  adolece un poco de bondadosa idealización, incluso partiendo de la base de su carácter sentimental y hagiográfico. Creo que esta visión un poco edulcorada del mundo de los cómicos hubiera soportado, sin perder su pellizco, cierta autocrítica, en clave de humor, sobre alguna de los inevitables pecadillos de la profesión: egos displásticos, celos profesionales, etc.

En cualquier caso una interpretación de lujo para una función que animo a todos a ver en la nueva sala de Lavapies «El Umbral de Primavera»

Crónica de «El diccionario»» de Manuel Calzada Pérez

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ULTIMA HORA 7/08/13: Vicky Peña Premio Ceres del Festival de Mérida por su trabajo en «El Diccionario» la obra en que encarna a María Moliner

Esta obra se podrá ver de nuevo en el «Teatro de la Abadía» Del 30 de octubre al 17 de noviembre de 2013

La María Moliner que ha creado Manuel Calzada Pérez es ser carismático, de una tenacidad hercúlea y profundamente culta; es una mujer que, a pesar de ser consciente de la importancia de su ingente labor, se muestra ajena a cualquier tipo de presunción o encumbramiento. Más al contrario, su fino sentido del humor y su bondad espontánea hacen que la sólida intelectual que es resulte cercana y entrañable. Además de llevar a cabo una empresa titánica es un ama de casa que domina el ámbito doméstico: Combina el zurcido de calcetines y la preparación de paellas familiares con la extraordinaria tarea de ordenar y explicar los vocablos que componen la lengua española.

Y en en el ámbito más personal es una mujer inteligentísima que, gracias a esta lucidez e intuición, ha sabido encontrar el camino a la felicidad ahí donde todo auguraba un destino profundamente amargo. Su talento le ha permitido ser libre donde todos los demás nos hubiéramos sentido esclavos.

Gracias a Manuel Calzada Pérez este personaje notable, de ejemplaridad más que necesaria, no ha quedado sumido en las tinieblas de la Historia para el gran público sino que ha tenido la tardía pero justa rehabilitación que merecía ella y que precisamos todos los españoles.

Vicky Peña, como si de una médium se tratara, desaparece totalmente al ser su cuerpo ocupado por el espíritu de esta María Moliner rediviva. No quedando rastro alguno de la actriz, el público emocionado sólo es capaz de ver al personaje. Helio Pedregal y Lander Iglesias, también absolutamente afortunados en sus papeles, completan este magnífico trío de actores en cuya maestría interpretativa se evidencia el gran trabajo de dirección de José Carlos Plaza.

La escenografía fuertemente simbólica que ha creado Francisco Leal es otro de los aciertos que ha hecho que se pueda decir, sin temor a caer en ningún tipo de exageración, que este montaje es un trabajo redondo que merece la mayor atención y el apoyo unánime del público.

¡Gracias por este teatro que enseña tanto, que emociona tan profundamente y que, sin duda, nos hace mejores!.

Reparto:
Vicky Peña
Helio Pedregal
Lander Iglesias
José Pedro Carrión

Dirección: José Carlos Plaza
Dramaturgia: Manuel Calzada Pérez
Producción: La Abadía y Anadramápete
Ayudante de dirección: Leo Granulles
Asistente a la dirección: Jorge Torres
Escenografía e iluminación: Francisco Leal
Vestuario: Pedro Moreno y Cristina Rodríguez del Yerro
Música y espacio sonoro: Mariano Díaz

Del 30 de octubre al 17 de noviembre de 2013
Martes a sábado, 20 h.
Domingo, 19 h.

Entradas


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Crónica de «Diario de un Loco»» de Gógol. Dirección de Luis Luque

Diario de un loco

Diario de un loco vuelve a la cartelera madrileña en el Matadero a partir del 18 de octubre 2013

Crónica de «Diario de un loco» 

Crónica de una función en una noche de verano*

Noche de estío en la terraza del Matadero en Madrid. Congregación sigilosa como de secreto rito de madrugada, procesión en murmullo expectante. En lo alto imperio de blanco lunar. Brisa traviesa de hora exquisita. Oscuro.

El silencio se rompe. Un hombre clama señalando al satélite, pide que la integridad física del astro sea preservada. Miro al cielo buscando lo albo. Lo encuentro radiante en hermosura. Todo lo bello es frágil y efímero ¿Qué hay sinrazón en aquél que quiere proteger la belleza?

Los días se acumulan junto a los sinsabores. Cada día una decepción. Cada nuevo desengaño se apila pesado sobre el anterior hasta que, colmada la medida del dolor, la atalaya construida de desilusión y llanto se desborda en un torrencial coro de burlas y amonestaciones. Incluso la iniquidad de los animales es fieramente rubricada en paranoicas misivas imaginadas. Humanos y bestias se conjuran para humillarle. El juicio, exhausto, se escapa por las heridas

La naturaleza se enardece en ese parque de Madrid. Como si las desgracias de nuestro loco azuzaran al viento que se agita también indignado en la azotea. Siento un estremecimiento no sé hasta dónde es el fresco, hasta dónde es la compasión por el dolor que está siendo representado.

Y si todas las heridas agostan el alma, las que más marchitan son las del desamor. Pero, ¿cómo poder atrapar lo que ha sido tan esquivo, tan distante y frío como un cuerpo celeste? Tal vez si el desafortunado lunático consiguiera sublimar su estado y, así, elevado, escapar de la injusticia de su raquítica condición sería posible, desde lo alto, alcanzar la desconocida dicha de ser amado. ¿Hay déficit de cordura en quien desea verse perfeccionado para merecer afecto? Si es eso locura estaremos todos emponzoñados de ese mal.

Los días. Los días. Los días. Tal vez se podría evitar el desmoronamiento si fuese posible detener la persistente cadencia de los días, de los agravios.

Aksanti Ivanovich comparte cierta lucidez venerable de sabio arcaico con otros legendarios perturbados rusos como el turbio Raskólnikov o como el loco literario ruso por antonomasia, el yuródivïy, “el loco en Cristo” que puebla tantos pasajes de las letras rusas,como aquel maravilloso “Ivanitch el Inocente” del Boris Godunov de Pushkin que, a pesar de sufrir las crueles chanzas de los niños, por virtud de su santidad, puede, sin embargo, hablar con libertad incluso frente a la mismísima majestad imperial: “No se puede rezar por el Zar Herodes, la Virgen Santa lo prohíbe” le espeta al homicida soberano. Ese mismo loco que convertido en personaje de ópera por Músorgski se lamenta conmovedoramente, con clarividencia de filósofo senatorial, del infausto destino de la desdichada Rusia: “Lágrimas mías derramaos copiosamente”. En este caso la locura es, además de una condición de extrañamiento y marginación, una puerta abierta por la que se cuelan reflexiones vedadas a los que están en sus cabales y por tanto deben someterse a la servidumbre de la prudencia.

Pero, además, el Aksanti dibujado sensiblemente por Luis Luque e interpretado con magistral oficio por José Luis García-Pérez es un loco tan vulnerable que nos arrebata de ternura. Un ser de mirada infantil y pícara que con los ojos busca travieso nuestra aquiescencia; un loco cautivador que exhala dolor en cada sospecha, en cada protesta, en cada queja. Un hermoso ser humano que cuando alcanza la imaginada púrpura corre, en un primer impulso, a ofrecer a su amada “una felicidad que ni siquiera puedes imaginar”. Un lírico mandatario que quiere proteger la belleza de los astros. Un soberano que lejos de emborracharse de armiño soporta paciente y extrañado el yugo al que le reducen sus súbditos-carceleros y que, finalmente, cuando acepta el evidente colapso de su efímera gloria, liberado ya de la mistificación del absurdo reinado, reclama con profundo desvalimiento la ayuda de una madre ausente.

Finalizada la función, la magia de los aplausos profusos y sinceros. El cruce de miradas con mis amigos expresando la satisfacción por haber compartido esta función mágica que enriquecerá nuestro recuerdo común.  La admiración inmensa por el trabajo bien hecho. La interpretación inmaculada José Luis García-Pérez la escenografía sencilla pero profundamente simbólica y efectiva de Mónica Boromello con algunos elementos escénicos, creados en colaboración con Alessio Meloni, que solo pueden ser calificados como monumentales aciertos, la música evocadora de Luis Miguel Cobo, el vestuario de Paco Delgado  y, con permiso de todos, la genialidad y la profunda humanidad del director del montaje, Luis Luque cuya benevolente mirada y consistente talento han dotado de un hermoso lirismo a este personaje maravilloso personaje en el que reconocemos a la vez anhelos y miedos.

Producción: García-Pérez y Desde el Tejado Produce

Dirección: Luis Luque

Ayudante de dirección: Tacuara Casares

Intérprete: José Luis García-Pérez

Creación sonora: Luis Miguel Cobo.

Espacio escénico: Mónica Boromello

Ayudante de escenografía: Alessio Meloni

Vestuario: Paco Delgado

Próximas representaciones: En Matadero Madrid desde el 18 de octubre hasta el 17 de noviembre de 2013

Entradas en Telentrada

 

* La crónica se escribió después de una de las representaciones que tuvo lugar en la azotea del Matadero durante el Fringe 2013

Crónica de «Cerda» de Juan Mairena

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Teatro Alfil. Sábados y domingos septiembre 2015. Entradas en Atrapalo

[Actualizado 02 de septiembre de 2015]

Y sí, Cerda es una obra compleja que, a pesar de mostrar una pátina de una más que evidente vocación petarda y popera, tiene, además, un calado mucho más profundo y serio. Cerda es una gema laboriosamente facetada en la que el primer destello que deslumbra al espectador es el copioso juego de referencias que llegan abundantes desde mundos diversos como la televisión, la pintura, la música, el cine o el universo freak de internet. Desde The Walking dead y Homeland hasta Gertrude Stein y Dalí pasando por las videntes de la tele o por la fallida aproximación casera al método del Actors Studio perpetrada por Sonia Monroy.Cerda 2

Y es que Cerda hace un vertiginoso viaje desde el imperecedero glamour protochochi de Divine hasta la inmersión en el acervo lingüístico rural español con la justísima rehabilitación de locuciones rústicas de resultado tan impredecible pero siempre tan drástico, como el contundente «meter en verea» .

También es una obra rica en analogías y figuras simbólicas: ya en la presentación de la madre superiora, Sor Leona (Dolly), esta comienza enunciando la receta del membrillo evocando el efecto alienante que cierta educación mal considerada cristiana provoca en las jóvenes novicias: «se les quita el corazón, se remueve con cuchara de palo, se mete en moldes, etc». Soy especialmente «fans» de esa audaz relación a tres bandas que, en plan leitmotiv, sobrevuela alguna de las escenas más intensas de la obra, en la que uno de los elementos más fascinantes de la astrofísica, como son los agujeros negros, es audazmente comparado con una rosquilla del santo. Rizando el rizo, a su vez, esos dos elementos tan dispares entre sí –agujero negro y rosquilla mañanera que hace que nuestros días sean redondos– le sirven a Mairena para crear la potente imagen de una herida abierta en el alma a través de la cual se puede ver a una innominada niña solitaria,  jugando inocente y sola en la orilla del mar con olas niñas como ella.

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Y, como digo, este nutrido compendio de referentes actuales junto con el oportuno revival de tendencias bastante desfasadas, –la antediluviana Madonna, es un elemento vintage recurrente de la trama–, además de delirantes situaciones surrealistas –impagable el test de italianidad al que es sometida sor Katana (María Velesar)–, bien vale una visita al Teatro Alfil para echar unas risas, matar saudades y reflexionar un poco sobre los problemas sobre los que pivota este texto dramático: la identidad de género y la justicia, ya que, como sostiene Mairena, para que haya justicia la premisa es nos aceptemos nosotros mismos y también que nos acepten los otros como realmente somos.

El enloquecido humor de esta obra, es sólo una de las caras del chatón tan magníficamente tallado por Mairena. De hecho, en mi opinión, el gran peligro de esta propuesta radica en que el apabullante delirio místico-transexual impida, en cierto modo, apreciar el profundo lirismo y la riqueza simbólica con que está tratado el grave asunto que compone el meollo de este texto.

La obra fue estrenada con éxito en Argentina –en una producción local– en lo que supuso la primera incursión internacional del texto.

Recomiendo a los que se hayan sentido intrigados por el subtexto de Cerda que se animen a leer la obra y comprueben que está lejos de ser una comedia superficial. Cerda fue editada por Ediciones Antígona.

Presentación Cerda (Ediciones Antígona)
Presentación Cerda (Ediciones Antígona)
Sor Katana (María Velesar)
Sor Katana (María Velesar)

Y es que Cerda no es un título elegido al azar. Cerda va de comportamientos de pocilga. Va de seres humanos que deciden jugar a ser Dios con otros seres humanos. Va de esos cerdos y cerdas, que en toda época y lugar, respaldados por un credo, una ideología o por la supuesta autoridad moral que creen ostentar por gracia de su pertenencia a una determinada institución o grupo, se permiten, no sólo juzgar, sino también disponer de la vida de los otros, especialmente cuando estos otros son más vulnerables, es decir, en la niñez. Las profundas cicatrices que esculpirán en la infantil piel de estas víctimas inocentes las arbitrarias decisiones de estos jueces de cochiquera serán profundas y permanentes, sus afectos quedarán desvirtuados, su identidad desestructurada como carne de membrillo, su futuro malogrado. Sí, Cerda va de angelillos cuya opción a la felicidad ha sido abortada por habérseles robado el amor primero, el de sus madres.

Un acierto de esta propuesta es que a pesar del lamentable tema que trata Cerda no es una ejercicio de revanchismo, ni un panfleto –los mítines no son el territorio de los buenos dramaturgos, para eso están los estadios y las catedrales, los políticos y los curas–, tampoco es un ajuste personal de cuentas pero sí es un bello ejercicio para, desde un lenguaje disparatado y una exposición surrealista, contar una historia muy real y muy triste. Pero eso sí, aunque sin caer en el bíblico «ojo por ojo» al menos sí podemos desear que cada palo aguante su vela.

La voz de Mairena es singular y el ritmo muy personal, esCerda 1 frecuente que un monólogo reflexivo y existencialista progrese con una sola frase hacia lo grotesco. A nivel teatral hay escenas de gran lucimiento como la de la médium en la que un involuntario diálogo a tres bandas trasforma el significado de las palabras para cada interlocutor.

Inma Cuevas, la primera Sor Cicilia, recibió el Premio de la Unión de actores  a Mejor Actriz Secundaria de Teatro por este trabajo decano del Off  madrileño que en agosto de 2015 pasó, por fin, al circuito comercial. En la actualidad Carolina Herrera construye un personaje formado a partes iguales de humor y ternura.

Es imperativo destacar el sobresaliente trabajo de Dolly (Sor Leona) que controla impecablemente el cómo y el cuándo. Perfecta dando el énfasis adecuado –siempre indefectiblemente desbordado– a cada uno de los chascarrillos o rebuznos de su disparatado y esperpéntico personaje.

Por esa insólita capacidad para conectar lo desaforadamente popular con lo excelso, considero que Juan Mairena, tal vez sin proponérselo, es una especie de Junot Díaz español. Mairena es ese capaz de lanzar puentes entre Raffaela Carrà y Carl Sagan, entre la heroica poesía de Santa Teresa de Jesús y el pesadísimo aflamencamiento fumeta de Pastora Soler. ¿Cómo lo hace? No tengo ni idea, solo sé que lo hace y que funciona increíblemente bien. Y si queréis comprobarlo solo tenéis que dejaros caer por el Teatro Alfil.

Fechas y horarios: SÁBADO 20:00 DOMINGO 20:30 en el TEATRO ALFIL

CERDA

Dramaturgia y dirección de Juan Mairena

Elenco: Dolly, Carolina Herrera, David Aramburu, Soledad Rosales y María Velesar

Ayudante de dirección: Pablo Martínez Bravo

Escenografía: Blanca Moltó

Iluminación: Rodrigo Alonso García

Vestuario: Íñigo Sádaba

Coreografía: Pablo Martínez Bravo

Producción: La caja negra teatro

Artículo «»Misántropo» de Miguel del Arco y Kamikaze. Dossier, cartel y gira

misantropo

Dossier

2013

OCTUBRE

18.- Teatro Palacio Valdés. Avilés

19.- Teatro Jovellanos. Gijón

NOVIEMBRE

8.- Teatro Bretón. Logroño

9.- Teatro Principal. Vitoria

16. Teatro Adolfo Marsillach. San Sebastián de los Reyes

30.- Teatro Circo. Murcia

DICIEMBRE

Del 13 al 15.- Teatro Calderón. Valladolid

2014

ENERO

10 y 11.- Teatro de Rojas. Toledo

17 y 18.- Palacio de Festivales. Santander

24 y 25.- Teatro Alhambra. Granada

31.- Teatro Central. Sevilla

FEBRERO

1.- Teatro Central. Sevilla

20.- Teatro Auditorio. Cuenca

MARZO

Del 20 al 23.- Teatro Arriaga. Bilbao

ABRIL

30.- Teatro Español. Madrid

MAYO

—- Teatro Español. Madrid

JUNIO

Hasta día 15.- Teatro Español. Madrid

27 y 28.- Teatro Cuyás. Las Palmas de Gran Canaria

Equipo artístico
Israel Elejalde
Bárbara Lennie
José Luis Martínez
Miriam Montilla
Manuela Paso
Raúl Prieto
Cristóbal Suárez

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Ficha técnica

Dirección y Versión
Miguel del Arco
Diseño de sonido
Sandra Vicente
Diseño de iluminación
Juanjo Llorens
Escenografía
Eduardo Moreno
Vídeo
Joan Rodón
Música
Arnau Vilà
Vestuario
Ana López
Producción ejecutiva
Aitor Tejada

Una producción de Kamikaze Producciones en coproducción con Teatro Español de Madrid y Teatro Calderón de Valladolid y la colaboración del Teatro Palacio Valdés de Avilés

vía Kamikaze Producciones.

Crónica de la dramedia musical «Elepé» de Carlos Be

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Los domingos de mayo a las 13:00 en La Casa de la Portera (Madrid)

Con «Elepé« Carlos Be confirma ser poseedor de un talento difícilmente encasillable.

Si en «Peceras» buceó por los oscuros abismos de la psique humana, en su inteligente comedia «Elepé» crea un entrañable y divertido universo en el que las complejas interacciones entre la amistad, el amor y la búsqueda del éxito darán pie a situaciones de gran intensidad emocional en las que aflorará a la superficie la profunda humanidad de unos personajes carismáticos que resultan hipnóticos para el espectador.

Una gran comedia, sí, pero una comedia con recado. Una comedia «Carlos Be».

El dramaturgo y director, como buen maestro de ceremonias, haciendo honor a la máxima circense del «más difícil todavía» le ha dado una vuelta más de tuerca, -otra más-, al talento interpretativo de su magnífico equipo de actores, formado por Carmen Mayordomo, Iván Ugalde y Fran Arráez, a los que vuelve a hacer caminar, sin red, por la cuerda floja, ese territorio que conocen ya tan bien, y en el que lejos de achantarse se crecen hasta alcanzar la altura de gigantes. El propio Carlos Be salta a la pista -por primera vez- interpretando al omnisciente Dejota.

Si bien la interpretación de todos ellos es sobresaliente, Fran Arráez merece una mención especialísima por haber sabido meterse en la piel del personaje de leyenda creado por Carlos. Uno de esos personajes que tienen la sabiduría y la ternura de los que están acostumbrados a perder y, a pesar de todo, son suficientemente generosos para confortar y hacer reír a los que les rodean. La gran cantidad de matices que Fran Arráez ha aportado hace que, más allá de las lentejuelas, el personaje brille con fuego adamantino propio tanto en sus momentos de ágil e hilarante diálogo como durante sus emotivos silencios en los que una sonrisa, que tiene más de llanto que de risa, y unos ojos serenamente inundados de melancolía, de esos que miran con la mirada de los que habiendo perdido la partida están conformes con, al menos, haber podido jugarla, dicen mucho más sobre el sentido de la vida de lo que podía haber trasmitido el texto más esmerado.

La genialidad del trabajo de autor e intérpretes está, además, muy bien acompañada por la evocadora y muy efectiva escenografía de Alberto Puraenvidia, la música de Mirko Jumilla – sin duda uno más de los protagonistas de la obra-; la coreografía de Elisa Morris, el divertido vestuario de Antoni Delgado y el espectacular maquillaje de José Martret. La realización de cartel ha sido a cargo de Jan Písařík.

Dirección musical y piano – Mirko Jumilla
Coach vocal – Isabel Pastor
Coreografía – Elisa Morris
Escenografía – Alberto Puraenvidia
Vestuario – Antoni Delgado
Cartel – Jan Písařík
Producción ejecutiva y ayudante de dirección – Sara Luesma
Dirección – Carlos Be

Una producción de The Zombie Company y Tantarantana Teatre con la colaboración del Festival La Alternativa, La Casa de la Portera y Café del Cosaco.

Crónica de «Por los ojos de Raquel Meller» de Hugo Pérez de la Pica

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Por los ojos de Raquel Meller” Fantasía musical de Hugo Pérez.

Lo primero, la luz: Un sutil envolverse en un aura del pasado que inunda la hermosa puesta en escena. Un claroscuro como un preciso destello que apela a nuestra mirada que mansa se dirige hacia el centro de emoción.

Después, de inmediato, se repara en el color (que no deja de ser más que luz aprehendida por nuestros ojos): El derrumbe de una ladera de flores vertidas sobre el escenario a los pies de la genial artista. Los incontables vestidos, como enormes corolas, junto al exceso de los maquillajes y la miríada de ornamentos componen un óleo expresionista atiborrado de tonalidades donde se ha plasmado el encanto perdido de teatros de antaño.

La mirada sensible: Manteletas, botonaduras, borlas, flecos, madroños, cintas de seda y mantillas, canciones de modistillas, encajes y bordaduras.

Un túnel del tiempo, un catalejo, bien cargado de futuro, apuntando hacia el pasado; una mirada curiosa impregnada de nostalgia que desvela una hermosura ya retirada a su escondrijo, como el ave delicada que espantada se refugia en la espesura del bosque.

No es esta una belleza sugerida, sino más bien un sentirse arrollado por un tren colmado de delicias, un inundarse en perfume de cestos de violeteras. Una propuesta de un preciosismo artesanal, que ya nos es desconocido y ajeno, que sólo podría haber sido recuperado por un artista dotado de una imaginación inabarcable. Hugo Pérez se ha sumergido en manantiales recoletos, en fuentes olvidadas y nos ha servido un agua de verde musgo y fría piedra que de verdad refresca el paladar abotargado por tanto trago clorado.

Además, la mirada inteligente, la mirada del humor. Y hay mucho humor en esta obra, y muy bien transportado por, entre otros, Rocío OsunaChelo OlivaresCarmen Rodríguez de la Pica y un icónico Iván Oriola que estoico y, siempre digno, se entrega dócil al yugo, a veces disparatado, del exigente dramaturgo-director, para mayor lucimiento del espectáculo.

La carcajada frecuente se convierte en explosión de interminable onda expansiva en momentos como la difícil, pero logradísima, escena de la película, que evoca fidedignamente el peculiar traqueteo-parpadeo del cinematógrafo de principios del siglo XX. La escena divertidísima del pasodoble “Valencia”, la delirante lectura de la elogiosa carta que Sarah Bernhardt dedica a Raquel Meller y el glorioso número de las lagarteranas.

La emoción, Quizá uno de los grandes aciertos de la propuesta es que no se trata de una biografía historicista de la Meller, que, por muy necesaria que ésta sea, hubiera limitado el interés a un público nostálgico de su arte. Muy al contrario “Por los ojos de Raquel Meller” es un recorrido por el imaginario escénico de este país en el que se tratan universales recurrentes como el éxito, el olvido, el amor y el desamor, el fracaso, la frustración, la envidia, etc. Conceptos que son entendidos por públicos sensibles de cualquier edad e inclinación artística. La carga emocional está también muy b ien repartida entre los personajes, aunque hay que destacar a la Raquel Meller del ocaso interpretada magistralmente por Irina Kouberskaya quien también es la responsable de un emotivo homenaje a Charlot.

Y la música: La música es el hilván que da coherencia y sentido a los diferentes paños que componen este rico espectáculo. Mikhail Studyonov, encargado de la dirección musical, ha sido el complemento perfecto a la fecunda creatividad visual de Hugo Pérez. En esta función al piano estuvo, siempre vibrante, Tatiana Studyanova. En cuanto a las golondrinas precursoras hay que ponderar el heroico trabajo de Maribel Per que deslumbra con un estudiado registro lleno de matices pretéritos, un timbre vintage acertadísimo, la afinación siempre correcta e inexistentes signos de agotamiento vocal a pesar del notable esfuerzo al que se ve sometida la protagonista. Per se alza como uno de los pilares en los que se sostiene el éxito prolongadísimo de este montaje que ya lleva siete años en cartel.

También hay que destacar la gracia picarona de la atractiva Badia Albayatiposeedora de una belleza vocal que corona todos sus demás virtudes interpretativas.

El gigante: Hugo Pérez tiene la capacidad, la inspiración, la sensibilidad, la inteligencia y el ojo abierto para captar y desvelar la belleza escondida; la humildad para mirar hacia atrás buscando la genialidad de los que nos precedieron; el ánimo para abordar empresas ambiciosas y la inusual valentía para ir contracorriente. Bajo la pátina arcaizante y folclórica de su propuesta hay una gran modernidad y una necesaria reivindicación de lenguajes incomprensiblemente olvidados. Por haber sido capaz de encontrar su estilo, por su arte no contaminado, por su generosa aportación a la cultura, por todo ello, Hugo Pérez es imprescindible y los que hemos tenido la suerte de descubrir su trabajo no somos otra cosa que bienaventurados.

En septiembre 2013 este espectáculo podrá verse, en gran formato en el Teatro REINA VICTORIA de Madrid

Dirección musical: Mikhail Studyonov
Compañía: Tribueñe
Autoría: Hugo Pérez
Dirección: Hugo Pérez

Reparto:
Maribel Per: Raquel Meller
Irina Kouberskaya: Raquel Meller (mayor), Bella Niebla, Charlot
Rocío Osuna: Tina Meller, Jerónima Salomé de Cabestreros…
Badia Albayati: Mariquita, Stra. Zumaya, Vicetiple…
Carmen Rodríguez de la Pica: Isabel López, madre de la artista, Eugenia de Montijo
Chelo Vivares: Sra. Roser, Jacarandina, Sarah Bernhardt…
Iván Oriola: Enrique Gómez Carrillo, Álvaro Retana…
Interpretación musical: Tatiana Studyanova Pianista

Crónica de «Peceras» de Carlos Be

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Próximamente en Sala Àtic22 Barcelona
Data: 4 i 6 de setembre 2013
Funcions a les 20:30
Crónica publicada tras su representación en el hall del Teatro Lara de Madrid en enero de 2013.

El otro día fui a ver Amor de Haneke y al hacer una reseña en la red sobre el tema que aborda la película recibí una serie de comentarios que iban desde el desinterés al más expresivo rechazo a la idea de ir al cine a ver una cinta en que la protagonista es una enferma terminal. Me sorprendió la virulencia con que muchos de nosotros rechazamos enfrentarnos a realidades incómodas. Sabemos que estas cosas existen, pero cerramos los ojos ante ellas como si con no mirarlas pudiéramos conjurar la amenaza que su sola evocación representa.

Al día siguiente tuve la oportunidad de asistir a una de las tres únicas funciones en las que, en Madrid, vamos a poder ver la reposición de la obra Peceras de Carlos Be (la próxima ocasión será el martes 22 de enero y la última el miércoles día 30 de enero en el Off del Teatro Lara.

La sensación que me causó Peceras no fue menos intensa que la que me había causado AmorPeceras también te hace mirar hacia un sitio donde uno difícilmente tolera sostener la mirada. Si en Amor ese sitio de abominación es la cama donde languidece un enfermo terminal, en Peceras Carlos Be, de forma inmisericorde, nos hace fijar nuestra mirada en el mundo de la violencia. Pero no la violencia edulcorada de Hollywood, que se sirve al gran público envuelta en tantos filtros que resulta muchas veces heroica o incluso estética. La violencia de Peceras nada tiene de decorado cinematográfico, muy al contrario, es tan realista, como la penetrante fetidez que nos envuelve cuando paseando por el campo nos encontramos con el cuerpo putrefacto de un animal muerto. Es ese hedor insoportable que nos apremia a salir corriendo para no impregnarnos del olor a muerte solitaria en una cuneta.

Algunos han querido ponerle apellidos a esa violencia de Peceras y han hablado así de: violencia “de género”, violencia “machista”, etc. Tal vez fue esa la intención, pero yo no lo veo así. Acotar el significado del sustantivo “violencia” con un adjetivo adyacente es suavizarlo, es darle un matiz, es, en cierto modo, ponerlo en un contexto y de ahí estamos casi un paso de comprenderlo. El mal que muestra Peceras es un mal absoluto, no puede haber contexto (temporal, económico-social, sexual, etc.) ni matización alguna en el hecho de que el placer de unos provenga del sufrimiento de otros. Tal vez peque de ingenuidad pero el único contexto que parece admisible –incluso necesario– es el de la locura ya que la idea de esa iniquidad en una naturaleza sana se hace intolerable (no podemos estar hechos de la misma materia que esos verdugos si no media una grave enfermedad mental). Prefiero, por tanto, verlo como el penoso resultado de un problema psiquiátrico a considerarlo una opción moral.

Por supuesto, para contar una historia hay que ponerla en un momento del tiempo y del espacio y hay que poner cara y nombre a los agresores y a las víctimas, pero hay que tener presente que las víctimas no se representan únicamente a ellas mismas, representan a todo aquel que es agredido, a las mujeres, por supuesto, pero también a los niños, a los hombres, incluso a los animales, a todo aquel ser vivo, capaz de sentir dolor, que es inútilmente martirizado sólo para que su tormento provoque placer a sus verdugos.

¿Con estas premisas alguien se preguntará si es conveniente ir a ver Peceras o serán razonables las mismas objeciones que ponían aquellos que no querían ver Amor? ¿Para qué pasar un mal rato? Yo contestaría que no sólo es conveniente verla es, además, necesario. Es necesario exponernos a la fidedigna recreación de ese mal para que nuestra sensibilidad, tan adormecida a veces, se espabile, para que nuestra consciencia se sienta sacudida y nuestra moral apelada. También, y no es poca cosa, porque es buen teatro, teatro del que conmueve, del que convence. Magníficas interpretaciones de Carmen Mayordomo, Fran Arráez e Iván Ugalde y extraordinaria dirección de Carlos Be en una arriesgada propuesta que de no estar tan bien hilvanada podría chirriar desastrosamente.

Para los que os animéis a mirar allí donde quiere el autor que dirijamos la mirada os daré una clave: nada en la obra es gratuito, nada está vacío de contenido, estad alerta. Fijaos no sólo en lo que ocurre en escena sino en las reacciones del resto del público, que son extraordinariamente reveladoras. Esta sinergia entre escenario y espectadores está favorecida por la proximidad que hay entre ambos en el espacio íntimo del hall del Teatro Lara provocando que el público se vea fuertemente comprometido con lo que está ocurriendo en escena.

Algunas claves de la obra las descubriréis sobre la marcha, otras en los días siguientes cuando reflexionéis sobre lo que visteis; como digo, es teatro del que hace pensar, del que te sacude y, quiero pensar también, del que te ayuda a ser mejor ser humano.

Crónica de «La otra voz» de Manuel De

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Intentar frenar a un amante resuelto a marcharse, intentar revertir el inexplicable proceso del desamor es un ejercicio tan desesperado y estéril  como sería pretender detener con las manos el incipiente avance de un tren que parte de la estación. Esos primeros momentos de progreso lento y cadencioso ya descubren una fuerza arrolladora, una terca e imparable disposición de frío de maquinaria metálica capaz de aplastar la desnuda carne que desesperada y suplicante se interpusiese en el camino del desafecto.

Y, sin embargo, nada de lo que anima los indescifrables mecanismos del amor y del olvido obedece a las impasibles reglas de la logística ferroviaria, ergo estamos condenados, contra toda lógica, a situarnos en mitad de las vías para imprudentes intentar detener el irresistible empuje del abandono.

El último encuentro, ese donde todas las batallas han sido ya peleadas, ese donde todos los cartuchos han sido disparados sirve tan solo para constatar la derrota y para que los contendientes puedan repartirse los despojos de un cariño ahora abandonado. Los efectos personales, antes meros entes inanimados, cobran ahora el carácter esotérico de preciosas reliquias que, como el bendito hábito de un santo, trascienden su identidad material para adquirir esa milagrosa propiedad que les permite retener entre sus urdimbres algo de la esencia de su propietario, ya sea la pureza o santidad del bienaventurado o el calor y la felicidad que ahora nos es negada por el amado. Prendas de vestir y otros objetos se transmutan ahora en poderosos aunque inertes iconos de una fe antigua y olvidada.

El potente texto de Manuel De “La otra voz” nos lleva a las postrimerías de una relación entre dos artistas, en la que ya solo queda el trámite del último encuentro.

Antonio, (Gerobis Martinez), va a saltar a las vías del tren en un desesperado e inútil intento de retener su marcha sin más ayuda que sus manos desnudas y para ello ensaya una y otra vez, en un angustioso monólogo, argumentos, razones y  agónicos reproches para recuperar el afecto perdido. A su amante, César, sólo lo conoceremos a través de la severa voz  de los tiempos del desamor. Una voz ajena y distante, una voz extraña, carente de calor y armónicos, en la es incapaz de reconocer al que fuera su  compañero de camino. Por eso, desesperado, le reclama volver a oír su otra voz, la voz de antaño.

Una propuesta de gran intensidad emotiva con momentos muy líricos e imágenes potentes sobre todo cuando Antonio comparte su desolación a través del rico mundo expresivo de la performance: Si el amor nos eleva y nos justifica el desamor nos degrada y animaliza.

Gerobis Martinez es un actor extraordinario que ha asumido el riesgo de interpretar a un personaje completamente sumido en la desesperación y lo ha hecho con credibilidad y solvencia sin caer en tics peripatéticos que podrían haber resultado muy molestos.

Una propuesta muy interesante que se podrá ver todavía  de nuevo en Sala Tú la partir de septiembre.

Crónica de «Exhumación»» de Carlos Be

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La semana pasada volví a asistir a una representación de Exhumación de Carlos Be en la Sala Tú. Ya había tenido ocasión de ver la obra unas semanas atrás y me había gustado pero sólo después de esta segunda oportunidad llegué a aprehender todos lo matices y riqueza simbólica de este complejo e interesante texto en el que el las pasiones del pasado aparecen enquistadas -como si de un ADN emocional se tratara- en lo más profundo del corazón de los personajes del futuro. Puede que la herencia sentimental se manifieste de una forma diferente en cada generación y en cada individuo, pero la semilla de la ambición, del deseo, del misterio del amor, el germen de la irresistible atracción por el poder y el mandato biológico hacia la supervivencia llamea en nuestra esencia con la misma abrasadora intensidad con la que incendiaba el espíritu de los personajes pretéritos.

Exhumación no va de lo que nos pueden contar unos huesos desenterrados sobre el pasado, no va de lo que nos puede decir una noble calavera de aquél que rellenó las óseas oquedades con su atormentada carne -aunque también-. Exhumación va, sobre todo, de la perenne inmortalidad de las pasiones humanas: cambian los nombres, los rostros, cambian los paisajes y cambian los idiomas en los que declaramos nuestro amor o aventamos los odios que nos atosigan y dominan, y, sin embargo, a través de los siglos permanece inmutable aquello que nos conmina a amar, a ambicionar, a odiar, a desear, es decir, nada de lo que lo que hace tan odiosa, y a la vez tan inexplicablemente interesante, a la ralea humana cambia.

Magníficas interpretaciones de Carmen Mayordomo, Iván Ugalde y José Gamo.

Crónica de «Muda» de Pablo Messiez

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‎Muda‬, para mí, es la confirmación de que el teatro de Pablo Messiez debería clasificarse como un subgénero propio llamado el «Teatro del consuelo» porque en sus propuestas no hay ni rastro de personajes, lo que el espectador ve en escena son «Personas«, seres cargados de humanidad que, como en esas láminas de libros de medicina, se nos presentan sin piel para que podamos ver lo que hay en su interior. Cuando siendo más joven veía esas ilustraciones siempre me producían fascinación porque hallaba sorprendente que mi anatomía interna fuera tan colorida y complicada y estuviera compuesta de tantas piezas extrañas ensambladas en mis oquedades en ese organizado desorden con el que se apilan los trastos viejos en un desván.

Messiez me hace sentir así de extraño, como si observara un dibujo de algo ajeno que sorprendente está hecho de cosas que también reconozco en mí. Veo los sentimientos de sus criaturas con la curiosa mirada de un estudiante de medicina y de bajito en la cabeza me voy oyendo decir medio excitado: ¡Ese soy yo!, ¡ese es también mi dolor!: Soy ese que sigue buscando un afecto que le falta, soy ese al que le cuesta abandonarse al sueño si está solo, soy el que a veces encuentra inútiles las palabras, soy el que casi siempre no puede parar de hablar, soy el que intenta dar apoyo y el que necesita tanto ser apoyado, yo también soy el herido.

El teatro de Messiez -parafraseo aquí a uno de sus personajes-, es como ciertas canciones, que son capaces de trasmitir lo que uno quiere expresar pero haciéndolo de una manera mucho más hermosa.

Con respecto a sus actores quiero aquí ser muy comedido e invocar a la prudencia por no parecer un mitómano desequilibrado. Diré simplemente que cumplen a la perfección la tarea que les ha sido asignada: dejarse abducir por los seres buenos y anhelantes que ha imaginado el autor. Me los creo y me conmueven desde el minuto uno, hablan mi mismo idioma emocional y son, por tanto, también un poco de mí mismo.

Si tenéis la oportunidad de ver esta propuesta no la perdáis. Os aseguro que os vais a reír, os vais a emocionar y, sobre todo, vais a salir consolados y quién sabe si también acrecentados y perfeccionados en vuestra humanidad.

Dramaturgia: Pablo Messiez
Director: Pablo Messiez
Reparto: Fernanda Orazi, Marianela Pensado, Óscar Velado
Diseño de iluminación: Paloma Parra

Crónica de «Cabaret de Caricia y Puntapié» sobre Boris Vian

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Vuelve a Madrid el exitoso montaje de la Compañía aragonesa Gato Negro y 9 de 9 teatro con dirección de Alberto Castrillo Ferrer que, desde su estreno en esta ciudad en el Teatro Arenal en 2009, ha hecho un largo y provechoso recorrido por la geografía española y argentina.

La divertida propuesta es un recorrido por varias canciones del icónico compositor, escritor y dramaturgo francés de entreguerras Boris Vian que se irán sucediendo con la excusa de la accidentada defensa de una hilarante tesis doctoral sobre el triángulo letal “Amor, Violencia y Vecindario (AVV)”.

Incontables cambios de vestuario y caracterización para un total de dieciséis personajes encarnados magníficamente por Carmen Barrantes y Jorge Usón. Así, les veremos transformarse en unos sangrientos carniceros franceses; en una pareja de argentinos algo peculiares; en un profesor insigne con una desquiciada y colérica asistente letona, ¡no rusa! – divertidísima-; un belicoso chico de rellano; un inventor loco (Barrantes travestida); abuela marchosa (Usón travestido); chica ligera de cascos; pijo empedernido y fea de escalera, entre otros disparatados y encantadores personajes.

Un guión muy divertido de acción trepidante y de humor inteligente y transgresor. Canciones bien interpretadas en lo que es un verdadero tour de force para los actores que apenas tienen unos segundos entre cambio y cambio de personaje.

Quizá el único momento en que baja un poco el trepidante nivel de la obra sea durante los minutos de descuento que los creadores del montaje han incluido después el penúltimo número que acaba en pico, con ambos actores dándose de puntapiés y puñetazos al ritmo de la música mientras el público no puede parar de reír. Después de una explosión de aplausos y de tener a todo el patio de butacas arriba se añade un número que debía haber sido una traca final y que, sin embargo, resulta un poco como de transición y hace que la ovación final sea un poco más calmada de lo que podría haber sido si este número no fuese el que cerrase el show.

Una propuesta más que conveniente para este mes de diciembre en el que el cuerpo pide risas y diversión cuando uno ya va teniendo cuerpo de fin de semana y quiere empezarlo riendo y pasando un rato muy ameno y divertido. Testimonio de la acertada fórmula utilizada en este montaje es que fue merecedor del Premio Max 2010 al Mejor espectáculo de Teatro Musical.

Compañía: Gato Negro
Dramaturgia: Textos a partir de un trabajo de improvisaciones del equipo artístico
Reparto: Carmen Barrantes y Jorge Usón
Dirección: Alberto Castrillo Ferrer
Escenografía: Manolo Pellicer
Vestuario: Marie-Laure Bernard
Iluminación: Carlos Samaniego «Sama»
Música: Miguel Ángel Remiro
Maquillaje y caracterización: Ana Bruned
Caricaturas: José Luis Cano
Diseño gráfico: Manuel Vicente
Fotógrafía: Marta Marco
Arreglos vocales: Raquel Agudo
Teatro Alfil del 9 al 21 de diciembre
Entradas aquí

Crónica de «El Fantástico Francis Hardy Curandero» de Brian Friel

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Vista desde el aire, la destartalada furgoneta que avanza trabajosamente por los sinuosos caminos de Gales, Escocia y, finalmente, Irlanda, se asemejaría mucho a uno de esos insectos que, forzosamente solitarios, caminan, con gran determinación, hacia ninguna parte. Uno de esos bichitos que, a pesar de la ínfima condición de su existencia, comparten la tozuda resolución de los que, contra todo pronóstico, han decidido sobrevivir.

Si acercamos la mirada podremos descubrir el contenido del ruinoso carricoche, las tripas del escarabajo: Tres seres humanos de corazones corroídos por el desencanto. Un desencanto persistente como la incesante lluvia que ha oxidado la chapa del vehículo en el viajan. Heridos de corrosión pero conformados a completar el inútil itinerario por pueblos apenas recordados pero cuyos sonoros nombres quedarán grabados componiendo las estrofas de una inquietante letanía funeral.

He aquí el primero de los muchos aciertos de la obra de Brian Friel que se presenta, en una versión afinadísima, en el querido Teatro Guindalera. Los personajes están construidos como seres humanos completos, me refiero a completos en su complejidad y en sus contradicciones. Porque, mucho más allá de la manida idea de la racionalidad como rasgo definitorio de nuestra especie, la condición humana se podría, muy bien, definir por nuestra capacidad infinita de resultar contradictorios; por ese permanente estado de vulnerabilidad que tan infructuosamente tratamos de ocultar y, sobre todo, por el insuperable potencial para decepcionar y sentirnos decepcionados al que estamos condenados.

La biografía de Francis, Grace y Teddy, esta profusamente sembrada de decepciones recibidas e infligidas. Son, por lo tanto, tres verdaderos especímenes humanos.

Y luego está la memoria. Uno de los pilares de este lúcido texto es la reflexión sobre esa función cerebral, que erróneamente percibimos como un registro fiable de lo acontecido, cuando en realidad es más un proceso mental que transforma y versiona lo ocurrido, es decir, que inventa el pasado.

En este texto de Friel podemos advertir que, en realidad, la memoria es una estrategia cerebral para poder soportar el peso de nuestros errores. Inconscientemente olvidamos -censuramos- el daño que hemos causado; tergiversamos los acontecimientos para poder juzgarnos a nosotros mismos de una manera benévola, para poder soportarnos, para sobrellevar la enorme carga del mal -involuntario solo a veces- que hemos infligido.

Si el texto es interesante en su propósito, su estructura no es menos elaborada y original. Organizado en cuatro monólogos en los que cada uno de los personajes tendrá la oportunidad de contarnos su versión de los hechos. Cada monólogo, además, se plantea en un espacio y un momento del tiempo diferentes por lo que no solo tendremos la visión personal del narrador sino también la perspectiva que da la distancia espacio-temporal.

El histriónico Frank Hardy interpretado por Bruno Lastra adopta acertadamente la agresiva y afectada verborrea del predicador ambulante. Hardy apenas consigue liberarse por unos instantes del personaje de barraca que ha inventado para embaucar a los otros y para creerse a sí mismo, pero cuando, apenas por unos instantes, escapa del yugo de su propia mentira, cuando, finalmente, puede quitarse la careta de charlatán, queda al descubierto la tremenda debilidad de un hombre enfermo de angustia vital ante las gigantescas dudas que le provoca la improbabilidad de su talento.

Vemos primero a la Grace del ocaso -interpretada con brutal sensibilidad por María Pastor-, y el vendaval de palabras del ágil texto nos impacta como un enjambre de avispas que, irritadas, se estrellan contra nuestra piel. Cada palabra un aguijón, cada frase una herida y la laceración más dolorosa tiene un nombre, Kinlochbervie.

Grace está lejos de ser “la buena de la película” pero, ¿cómo podríamos no dedicar una mirada compasiva a una mujer que tiene la certidumbre de haber sido únicamente “una ficción, sólo una ficción más” para el hombre al que amaba tan profundamente?

Más adelante, se nos dará la oportunidad de conocer también a la Grace luminosa en el fantástico monólogo de Teddy interpretado por un Felipe Andrés, realmente abducido por el encantador personaje. El necesario desahogo cómico llega de la mano de este gran actor junto con la interesante reflexión que plantea el autor sobre las relaciones entre el talento y la inteligencia. Este oportuno rodeo de la trama principal nos prepara para nuevos momentos de gran intensidad emocional que llegan cuando Teddy cumple con su deber de personaje y nos relata su versión de lo ocurrido. Es en este momento cuando lo que antes era furioso ataque de avispero se convierte en metralla que atraviesa la carne mientras una etérea aparición, cubierta con un vestido rojo, entona la sublime balada irlandesa “All those endearing young charms” en el pub Ballybeg: «…y canta de una forma muy sencilla y dulce, como si no estuviera interpretando la canción, sino como, si de alguna forma, surgiera de su boca por sí sola” como narra Teddy en el que quizá sea el momento más abrumadoramente hermoso de la función.

La última intervención se debe a Frank Hardy que en un intenso epílogo culminará el ritual de El Curandero.

Por la inteligencia y originalidad del poético texto, por la sobresaliente interpretación, por la sensibilidad de la puesta en escena, por la perfecta dirección de Juan Pastor y por lo necesario que hoy, más que nunca, es el buen teatro, recomiendo esta función desde el absoluto convencimiento de que no decepcionará a ningún espectador sensible.

Reparto y equipo técnico:
Frank: Bruno Lastra
Grace: María Pastor
Teddy: Felipe Andrés
Traducción: Manuel Benito
Producción y ambientación: Teresa Valentín-Gamazo
Iluminación y Espacio escénico: Juan Pastor
Dirección: Juan Pastor

Contacto:
Teatro Guindalera
C/ Martínez Izquierdo, 20
28028 Madrid
Metro Diego de León (salida Azcona)
Bus 12 y 48
Tel. 91 361 55 21
http://www.teatroguindalera.com
info@teatroguindalera.com

Crónica de «Málaga» de Lukas Bärfuss

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Málaga, estrenada en Suiza, patria del autor, en 2010, es la primera obra teatral del novelista, dramaturgo y productor Lukas Bärfuss que llega a los escenarios españoles. Desde su estreno el 9 de marzo de 2012, en Avilés, la obra ha girado por varias ciudades de nuestra geografía hasta llegar al recientemente inaugurado “Teatro del Arte” (c/San Cosme y San Damián,3), un nuevo espacio escénico, que comenzó su andadura hace poco más de dos meses, una sala que ha prometido huir de las propuestas teatrales más convencionales.

Bärfuss, llega a Madrid precedido por el interés que ha despertado en la crítica europea y americana su mirada despiadada hacia el mundo de la pareja.

En Málaga un episodio anecdótico en la vida doméstica de unos padres separados, servirá al autor para analizar algunas de las claves que son comunes a muchas de las parejas actuales. Se pondrá de manifiesto el más que difícil equilibrio entre compromiso, responsabilidad y el deseo de alcanzar cuotas suficientes de libertad personal, además, de la dificultad de cumplir esa exigente tarea, tan de nuestro tiempo, que es la autorrealización.

El autor presenta a unos personajes a los que ha examinado inmisericordemente con la pericia de un diligente juez instructor. Hace una descripción minuciosa de sus circunstancias, mostrando con descarnada crudeza sus motivaciones, sus prioridades, sus debilidades y sus tretas para culpabilizar al otro, en un entorno donde el chantaje emocional es la mejor estrategia para evitar asumir la propia responsabilidad. Sin embargo, deja que sea el espectador el que dicte la sentencia absolutoria o el que finalmente los condene por sus actos y omisiones.

Para facilitar esta implicación del espectador en la valoración moral del conflicto que plantea la obra el final es abierto. En mi opinión, es un recurso acertado que, a pesar de que pueda dejar con cierta sensación de coitus interruptus, nos conmina a sacar nuestras propias conclusiones, a reflexionar sobre la culpa, la responsabilidad y el egoísmo en el entorno de la pareja y de la familia. Y también, quiero pensar, que nos incita a valorar cuánto de Vera y de Michael existe en nuestras propias existencias.

El elenco está formado por Ana Wagener en el papel de Vera, Roberto Enríquez como Michael y Críspulo Cabezas como Alex y la dirección es de Aitana Galán.

Ana Wagener, a la que pudimos ver recientemente en La Anarquista en el Teatro Español resulta en esta propuesta mucho más convincente que en el montaje de la obra de Mamet. Está especialmente acertada en la segunda parte, justo cuando el giro dramático de la trama hace que las exigencias del papel sean mayores. Roberto Enríquez, que ya había compartido escenario con Ana Wagener en 19:30 de Patxi Amezcua, está totalmente acertado en todos los registros: irónico, agresivo, conciliador, chantajedor, comprensivo, cínico, despegado, moralista, egoista, etc. Una interpretación casi siempre contenida, pero riquísima de matices, que no flaquea en ningún momento, solvente de principio a fin. Realmente apetece que este actor, tan indispensable hoy en día en cine y televisión, se prodigue mucho más en teatro.

Críspulo Cabezas como el inestable Álex completa este afortunado reparto. Su personaje, que camina por la delgada línea que separa la insolencia juvenil del trastorno adaptativo, es un tipo cuyo universo mental nos intriga aunque también intuyamos cierta amenaza de qué es lo que podemos encontrar en su interior. En la construcción del personaje se ha huido del perfil de joven marginal que Críspulo ha bordado en otras ocasiones, lo que da mayor riqueza a este trabajo. El personaje resulta muy verosímil a pesar de que, por edad, el actor está ya un poco distante de la pretendida adolescencia de Álex.

Por supuesto, no se escapa al espectador que esta maquinaria interpretativa funciona correctamente gracias a la acertada dirección de Aitana Galán que, en su propuesta, ha sabido transmitir la mirada analítica de Bärfuss aderezada con breves momentos de intensa emotividad.

Una función muy recomendable por el placer de descubrir un autor inédito en nuestros teatros, también por disfrutar de la excelente interpretación de tres grandes actores con una muy acertada dirección y, por último, por la oportunidad de conocer una sala que nos promete muchas satisfacciones escénicas.

Reparto:
Vera: Ana Wagener
Michael: Roberto Enríquez
Álex: Críspulo Cabezas

Dirección:
Aitana Galán

Crónica de «Los Ojos» de Pablo Messiez

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En el marco del Ciclo dedicado a Pablo Messiez el Centro de Nuevos Creadores Sala Mirador repone la maravillosa «Los ojos» de Pablo Messiez.

El conmovedor texto del actor, autor y director argentino Pablo Messiez -inspirado en la Marianela de Galdos- golpea al espectador de tal forma que aún días después de asistir a la representación es posible que no haya desaparecido la turbación al igual que persiste durante semanas la sordera que provoca una explosión. Es un trabajo hermosamente poético en el que los seres humanos que lo habitan son retratados despellejados, individuos en carne viva sometidos a una inundación de emociones que afloran desde el interior con la voluntad desatada del torrente que surge entre las rocas. Resaltaría por un lado la belleza formal de cada párrafo y, por otro, la increíble pericia para desentrañar las emociones, no siempre nobles, a veces disparatadas, pero también muchas veces generosas, que anidan en el interior del corazón humano.

A la Nela de Marianela Pensado uno desea poder abrazarla, intentar -vanamente- consolarla con inverosímiles palabras de esperanza. Hay algo de animal tozudo y tierno en la maravillosa construcción de ese personaje -tan probable como desafortunado- que, con la cálida viscosidad del alquitrán caliente, se enrosca en el recuerdo sin que sea posible retirarlo.

 Óscar Velado y Violeta Pérez también extraordinarios en ese Pablo de ojos cerrados y en esa Chabuca sanadora tan contagiada de la melancolía de los más queridos personajes del realismo mágico.

Lo de Fernanda Orazi , revestida de Natalia, sólo puede ser calificado como injusto. ¿Qué otro adjetivo se le podría dar? Nos pasamos la vida intentando conmover a los demás, de hecho las más de las veces, nos conformamos con conseguir de los otros un poco de comprensión, ¿comprensión o compasión?, bueno, tal vez sean grados diferentes del mismo sentimiento. Nos pasamos la vida, digo, intentando ser capaces de apelar a la emoción del otro, y todo nuestro esfuerzo, en la mayoría de las ocasiones, apenas consigue arrancar un gesto protocolario, la mejor de las veces, un ensayado y frío signo de estéril aprobación o fugaz empatía.

Entonces, llega la Orazi encarnado a esa Natalia peregrina, y con esa mirada de chica traviesa te dice: «Aprende, pequeño, vas a ver cómo funciona esto del corazón» y compruebas con espanto que sus lágrimas fingidas son mucho más tristes que las más tristes de tus lágrimas nacidas en lo más herido de tu corazón. De hecho, uno se siente culpable por haber llorado alguna vez sin que fuese para compartir su pena de farsa teatral. Pero ¿cómo no creer esa tristeza? si ves que toda la sala responde a su lamento al unísono, con igual respetuosa congoja. ¿Cómo podríamos dudar que realmente se está apareciendo un santo en lo alto de una encina si todo el pueblo arrodillado en torno al árbol lo está viendo y casi tocando?

Su risa, que da lustre a esos ojos de oscuridad misteriosa, es justo la letal alegría embaucadora con la que has querido reírte delante del ser amado consciente de que esas carcajadas funcionaran mejor que el mejor filtro de enamorados. Toda la sala se ríe, y tú con ellos ríes igualmente, aunque lo haces con la dócil servidumbre del que acepta ser hipnotizado.

El desquicie mental de Natalia resulta una locura elegante, digna de ser preservada en los libros de historia, el magnético desequilibrio de un héroe clásico, el paradigma en el que se compararan las locuras de todos los notables.

Por supuesto, la seductora no está sola, la fórmula del hechizo que está usando se la ha dado Messiez con un texto lleno de misiles lanzados al centro regulador de nuestras emociones. A veces, durante la representación, se sienten deseos  de levantarse y denunciar a gritos: «¡Lo que estás diciendo es un sentimiento que me has robado!, ¡es un sentimiento MÍO!». Pero es incluso más desconcertante cuando al trasmitirte una emoción, que estás seguro no haber experimentado jamás, por arte de su buen oficio y del potente conjuro del mago Messiez, descubres que ese sentimiento ha estado siempre escondido en tu corazón y sólo ahora, cuando ella te lo ha arrebatado para sí, te das cuenta de su existencia, justo para poder lamentar su pérdida.

Lo de Fernanda Orazi es injusto, en fin, porque dar tanto poder a uno solo para conmover, para hacer soñar, para inundar de desesperanza, mientras a tantos nos ha sido negado incluso una pequeña fracción de esa magia no puede ser razón de justicia.

Por supuesto, acabado el ensueño, sólo procede, humildes, dar las gracias, a Pablo Messiez y a todo este equipo por habernos hecho sentir. Sentir que estamos vivos, sentir que nuestras lágrimas, nuestras risas, y nuestro anhelo de ser amados son también las lágrimas, risas y anhelos antiguos de los que estuvieron antes, las lágrimas, las risas y los anhelos frescos de los que están aquí, en Tucumán e incluso en Moscú y las lágrimas, risas y anhelos de aquellos que llorarán, reirán y anhelarán ser amados cuando nosotros ya no estemos. Gracias, de nuevo, por hacernos sentir.

El único pero, en mi opinión, de este montaje imprescindible es que las propuesta de Pablo Messiez que siempre en lo actoral y lo textual son impecables, adolecen de cierta dejadez en lo escenográfico, un aspecto que Messiez trata siempre con excesiva sobriedad. Una presentación más cuidada de elementos técnicos como escenografía, iluminación y vestuario añadirían atractivo formal a este emocionante trabajo.

FICHA ARTÍSTICA

Inspirada en la novela ‘Marianela’, de Benito Pérez Galdós.

Dirección: Pablo Messiez

Intérpretes: Fernanda Orazi, Marianela Pensado, Violeta Pérez y Óscar Velado.

Centro de Nuevos Creadores. Sala Mirador

Del 7 al 18 de mayo

Jueves, viernes y sábado 20 horas; domingo 19:30h.

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Crónica de «Donde mira un ruiseñor cuando cruje una rama»

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Donde mira el ruiseñor cuando cruje una rama” es una morada llena de estancias que cada espectador tendrá que recorrer según sus medios, su inclinación y sus méritos. En este viaje cada uno elegirá su camino a través de ese rico palacio cargado de símbolos atrapados en sus muros de ámbar como pequeños animalitos congelados dentro de una inerte gema dorada. Pero, para empezar esta visita, hay que despojarse de prejuicios y abrirse a la belleza. Desnudarnos como lo hacemos en una cala apartada para ofrecer nuestra piel al sol, ajenos a toda otra emoción que no sea la amable brisa y el tozudo recitar de las olas. En efecto, hay que abrirse a la belleza que encierra esta casa cuajada de candados cuajados de perlas barrocas, de brocados y de hachones de refulgentes llamas litúrgicas.

Habiéndose resuelto y completada la purificación podemos empezar el viaje iniciático: podremos optar por emborracharnos de la sólida belleza de las imágenes, de la melódica cadencia de las voces, del profundo sentido simbólico del texto, del ritmo hermosamente disminuido de la acción dramática cuya velocidad contenida se equipara con esa ilusión de vuelo suspendido que experimentamos en los sueños, vuelo cansado de libélula trasnochadora; podremos disfrutar del entrañable homenaje a la fe popular o de la rotunda calidad plástica de la iluminación, una absoluta protagonista en esta función llena de luceros; podremos perdernos en la acertadísima selección musical, o bien, podemos optar, si somos desmedidos en nuestro anhelo de belleza, por inundarnos de todo a la vez lanzándonos confiados al dulce yugo del disfrute místico.

Como la experiencia sólo puede ser personal, puedo hablar de las puertas que yo abrí, de los umbrales que traspasé:

Seguí la mirada compasiva de hielo amable de un arcángel y entré en una estancia atiborrada de azucenas, allí no cantaba el tímido ruiseñor pero vi un cielo extravagantemente lleno de palomas blancas, o tal vez blancas rosas lanzadas desde los balcones, que volaban sobre un trono que acunaba una Virgen Reina, donde la asamblea congregada exaltaba un misterio a medio camino entre la función teatral y el arrebato religioso.

Abriendo otra puerta me encontré con mi abuela octogenaria que, enredada ya en esa edad en la que los mayores vuelven a ser niños, rezaba de rodillas junto a su cama con infantil devoción, larga melena de cabello blanco extendida en sus hombros, pidiendo humilde retener la protección que se retira entre las rendijas de la vejez como el aire caldeado se escapa de la habitación por las viejas ventanas de un caserón destartalado del peso de demasiados inviernos. Volví a verla ya atrapada en la misteriosa no realidad del alzhéimer acunando un olvidado niño muerto, resucitado a su memoria por irónica gracia de la devastadora enfermedad que le hacía olvidar todo lo demás. El pequeño fantasma le decía con su propia voz “Madre, me voy con la Virgen” y entendí entonces el consuelo que suponía para la legión de mis transabuelas que perdíeron hijos, ¡tantas!, tener fe en que el infante muerto, arrancado de sus brazos, disfrutaría a la postre de otra madre más excelsa. Mentiras probablemente, pero de esas mentiras valiosas que nos ayudan a sobrevivir.

¡Qué tiene que ver la clerecía, la jerarquía o los dicasterios y los dogmas con el potente efecto consolador de la luminosa leyenda de una niña santa coronada por un huevo de avestruz!

Abrí una estancia de candado de manteca y vi a ángeles y arcángeles pintados en época colonial con sus excesos de telas, plumas y brocados de oro y platas, hebillas de marfil y carey que fascinaban a los mestizos y sobre los que esos pueblos construyeron una riquísima estética simbólica desde Antigua a Lima, desde Guadalupe a la hermana Habana. Y pensé en nuestro patrimonio común, tantas veces olvidado, en la tradición compartida de ángeles y diablos del uno y otro lado del atlántico. Uno de esos alados me dijo “El círculo no se acaba aquí” y me señaló una puerta en cuyo profundidad sin miedo me vertí.

Un teatro japonés, una obra , unas máscaras que se asemejaban tanto a las facciones estáticas de los personajes de “Donde mira el ruiseñor”. Una expresión cultural nacida también del pueblo, contemporánea con los autos sacramentales españoles, donde también los códigos y los gestos han sido fuertemente convencionalizados y el movimiento se ha amordazado en pos de la expresividad de la misma manera que se hizo aquí. Tan lejano y tan igual. Sublime belleza universal.

Vi en otra alcoba un quásar de cegadora belleza, el objeto más extraño del universo acunado en un pesebre, jugando con el espacio-tiempo, imprimiendo sus destellos de luz radiante en la abrumada tez de padres y ángeles a su alrededor congregados. El milagro de la redención la conclusión y el cierre de las profecías que una vez completadas se retiran a su Walhalla.

Por último, vagué por la habitación de los sonidos que llegaron atrapados en ampollas de sangre bendita de los mártires, las besé y sentí el sabor de aires de Zaragoza, de Centroeuropa, del corazón de Sevilla, de los villancicos populares de las tierras de España y también, por supuesto, del mundo del Este. Me supo a fiesta de pueblo, a drama rural y a esperanza, mucha esperanza.

Maravillosa y particularísima función, difícil de explicar incluso si se tuviera el don de la palabra. Interpretaciones sólidas, miradas de demoledora belleza, vestuario excesivo como conviene, iluminación inspiradísima y música a la altura del mundo de los santos. Dramaturgia y dirección de un iluminado del siglo XXI, Hugo Pérez Rodríguez de la Pica que nos invita a un ejercicio estético de alto nivel.

Crónica de «Deseo» de Miguel del Arco

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¿Por qué lo llaman “Deseo” cuando quieren decir “Miedo”?
Escrita por Miguel del Arco en 2003 Deseo solo ha podido llegar a los escenarios una década más tarde.

Ni que decir tiene que el nuevo proyecto del laureado Miguel del Arco venía precedido de mucha expectación. Particularmente me interesaba saber cómo sería la aproximación de Del Arco a este tema tan antiguo como subjetivo que esa fuerza vital llamada deseo.

Con un reparto de probada solvencia (Emma Suárez, Luis Merlo, Gonzalo de Castro y Belén López), Miguel del Arco nos presenta a unos personajes cuyo universo emocional, por unas u otras razones, se encuentra profundamente desestabilizado. Cuatro personalidades, cuatro momentos existenciales, cuatro vidas insatisfechas. Pero, ¿acaso no es ese el modus operandi del deseo? ¿No es su primera estrategia clavarnos el aguijón de la insatisfacción?

A través de unos diálogos muy fluidos, no exentos de buenas dosis de humor, vamos conociendo a los cuatro personajes. El armazón cómico, sin embargo, no nos puede despistar, bajo esa pequeña capa de desenfado se esconden profundas simas de inseguridad y decepción.

Y ahí surge la duda. Independientemente de cuál tomemos de las tres acepciones que recoge la RAE para término Deseo me pregunto en qué medida la pulsión que mueve a estos personajes es realmente el deseo o si, por el contrario, es el miedo. Miedo a no ser ya capaz de despertar atracción, en el caso de Manu; miedo a que nuestra relación de pareja no esté tan sólidamente asentada como pensamos, en el caso de Ana; miedo a no ser jamás querida, en el caso de Paula y miedo a quedarse solo en el caso de Teo.

Vivimos en una sociedad en la que se nos impone la obligatoriedad de triunfar. Triunfar en lo profesional, en lo económico, en lo social y, por supuesto, en lo sentimental. En todos estos campos esta exigencia provoca estrés y competitividad. Por ejemplo, a nivel sentimental esto hace que siempre tengamos que estar escaneándonos para comprobar si las opciones que hemos tomado son las más exitosas: Si tenemos pareja nos atormenta pensar que tal vez podríamos haber encontrado algo mejor; si no la tenemos, aunque estemos felices con nuestra soltería, no deja de preocuparnos que ésta sea interpretada por los demás como un fracaso. La neurosis llega al punto de que es fácil envidiar la vida de los demás, el comprometido envidia las oportunidades de aventura del soltero, el soltero la estabilidad del emparejado. Es decir, tememos siempre haber fallado en nuestras elecciones sean estas las que hayan sido.

Ana considera que su relación tiene una calidad más que aceptable pero basta una insinuación de Paula para que salten todas las alarmas. Es esta inseguridad, este miedo -no el deseo- lo que le hará embarcase en el peligroso juego de poner a prueba su relación. Paula, por su parte, presume de su promiscuidad sexual con una insistencia tal que evidencia la necesidad que tiene de reafirmarse en su elección. Denosta las relaciones estables, como la de Ana, igual que la zorra, dicho sin intención peyorativa, desprecia las uvas ¿No es esto también miedo a que su estilo de vida no sea la opción triunfadora? Lo que ha movido a Manu y Teo ha podido ser deseo erótico pero, también, miedo a la monotonía, a no ser capaces de seducir, miedo a envejecer; necesidad, por tanto, de reafirmarse más que atracción sexual o deseo de conquistar.

En fin, supongo que estas dos pulsiones, miedo y deseo, tienen unas relaciones mucho más intrincadas de lo que podría parecer en un primer momento.

Una vez puestos sobre la mesa los antecedentes de cada uno de los personajes la trama comienza a desarrollarse apoyada en unas interpretaciones muy convincentes, mención especial a Gonzalo de Castro y a Luis Merlo. La atención del espectador permanece ocupada con los ágiles diálogos aunque algunas situaciones no resultan especialmente originales y, en algún caso como, por ejemplo, las argucias de Paula se rozan peligrosamente los planteamientos de la comedia de enredo. Para compensar el desliz tenemos escenas de gran interés, como, por ejemplo, la primera cena en la casa de campo en la que, como si de un eco de Pinter se tratase, los personajes, tras una supuesta capa de cordialidad y afecto, experimentan verdaderos cataclismos interiores.

Los tintes cómicos de los primeros minutos de la obra van dando paso a tonalidades cada vez más sombrías que concluirán con trazos violentamente oscuros.

La escenografía es correcta aunque a veces se ha abusado de las opciones que da el mecanismo giratorio que permite presentar cada uno de los espacios. No faltan escenas de gran belleza, como esa en que Teo y Paula tienen un encuentro sexual mientras que en el otro dormitorio Ana, abatida, sentada en su cama, proyecta una imagen que, ayudada por una más que adecuada iluminación, evoca la poética desolación de algunos lienzos de Edward Hopper.

Creo que sería un ejercicio inútil comparar este trabajo con otros de Miguel del Arco. Cada obra tiene su momento, su teatro, su público y su mensaje.

En cualquier caso un producto teatral de muy buena hechura, que ha reunido a mucho talento de nuestra escena y que merece nuestra atención.

Dirección y Dramaturgia: Miguel del Arco
Ayudante de dirección: Aitor Tejada

Reparto: Emma Suarez (Ana), Luis Merlo (Teo), Gonzalo de Castro (Manu) y Belén López (Paula)

Producción: Nicolás Belmonte, Carlos J. Larrañaga
Escenografía: Eduardo Moreno
Iluminación: Juanjo Llorens
Vestuario: Ana López
Sonido: Sandra Vicente
Música: Arnau Vila

Teatro Cofidis Alcázar
Del 18 de enero al 28 de febrero de 2013

Crónica de «El Lindo don Diego» de Agustín Moreto

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EL LINDO DON DIEGO de Agustín Moreto Compañía Nacional de Teatro Clásico

“Una vez no es suficiente”

Don Diego es básicamente un cretino cuya insufrible afectación y egolatría sacan de quicio a los personajes que le tienen que sufrir. Incapaz de la más mínima empatía con los que le rodean vive ensimismado y tan satisfecho por unos supuestos méritos, que sólo él es capaz de reconocer, que apenas le queda tiempo para entender la realidad que le rodea. Es cierto que es un inhábil social y un petimetre pero para verlo desde el patio de butacas el tipo resulta divertidísimo.

En el siglo XXI, sin duda, lo habríamos considerado un freak, Por definición un freak compensa su incapacidad de relacionarse, su falta de inteligencia emocional, con la afición a alguna actividad a la que se entrega con obsesiva intensidad, como los juegos de rol, la estética gótica o el gusto incontrolable la reparación radios viejas. Sí, los freaks, nos desconciertan pero también nos resultan irresistiblemente interesantes en sus manías y obsesiones. La obsesión de Don Lindo es Don Lindo. Probablemente rechazado por todos desde la niñez, Don Lindo se ha ido cerrando sobre sí mismo, con la testarudez de un bicho bola que se siente amenazado. Patológicamente ensimismado ha puesto toda su voluntad, y sólo Dios sabe hasta qué punto estos personajes son tozudos y esforzados en sus manías.

El grotesco Don Lindo no sólo se ve a sí mismo como el arquetipo de la elegancia, sino que, en su ilimitada soberbia, considera que los demás no son solo más feos sino también mucho más necios. Este fantoche ridículamente pagado de sí mismo es la versión barroca de Mr. Bean. Al igual que ocurría con el repelente personaje inglés el mundo de Don Lindo tan lleno de mezquindades resulta hilarante porque, contra todo pronóstico, siempre es capaz de superarse en su imbecilidad.

El Lindo Don Diego” que presenta la Compañía Nacional de Teatro Clásico es un montaje deliciosamente acertado. La versión de la obra, realizada por Joaquín Hinojosa, nos permite disfrutar de todo el potencial cómico del texto de Moreto una vez aliviado de la carga que puedan suponer aquellos pasajes reiterativos o de significado demasiado arcano para el espectador actual.

Además, la diligente dirección de Carles Alfaro, hace que el montaje funcione maravillosamente. Actores a los que uno no imaginaba haciendo teatro en verso están naturales, creíbles y hasta sobresalientes.  El Don Diego de Edu Soto es un regalo para el espectador. Prácticamente cada frase provoca una carcajada, cada gesto una sonrisa. Las miradas de incredulidad y estupor de Don Diego al observar lo que él considera el desatino de los otros son, de verdad, para guardar en la retina.

Si a eso le añadimos un buen ajuste para decir el verso y darle todo el sentido al texto, tenemos una fórmula de éxito.

El resto de elenco funciona con la misma eficacia, destacando el Mosquito de Carlos Chamarro, otro personaje muy redondo y el Don Juan de Javivi Gil Valle.

La escenografía muy sencilla pero muy evocadora nos permite centrarnos en el texto y la interpretación estando el montaje libre de artificios innecesarios.

Otro acierto ha sido el vestuario, anacrónico para todos los personajes excepto para Don Diego dándole un extra bonus de freakismo y excentricidad. Es un verdadero árbol de Navidad sobre el escenario que camina con la patética afectación de una estrella del balón vestida de gala.

Texto, dirección, interpretación, escenografía y vestuario, todo se conjura para acrecentar nuestro disfrute y, por eso, creo que no será suficiente con ver al Lindo una sola vez.

 

Versión: Joaquín Hinojosa.

Dirección: Carles Alfaro

Reparto:

Don Diego: Edu Soto

Don Tello: Javivi Gil Valle

Don Juan: Raúl Prieto

Don Mendo: Cristóbal Suárez

Doña Inés: Rebeca Valls

Doña Leonor: Natalia Hernández

Mosquito: Carlos Chamarro

Beatriz: Vicenta Ndongo

Criado: Óscar de la Fuente

Equipo:
Asesor de verso: Vicente Fuentes

Composición y dirección musical: Pablo Salinas

Iluminación: Pedro Yagüe

Vestuario: María Araujo

Escenografía: Paco Azorín

Crónica de «The Hole»

The hole

Hace unos días tuve la suerte de volver a ver el show de «The Hole» este ambicioso proyecto que ha reunido tanto talento y que sigue cosechando un merecidísimo éxito en el Teatro Caser Calderón.

Aunque no hacen falta excusas para repetir en un espectáculo tan divertido como The Hole en esta ocasión estaba el aliciente, y la curiosidad, de comprobar cómo iba al show con el nuevo presentador, Ángel Ruiz, quien desde el 25 de diciembre es el nuevo encargado de guiarnos en nuestro viaje al “agujero” como Maestro de Ceremonias. He tenido la suerte de ver este espectáculo conducido por La Terremoto y también por Alex O’Dogherty, y los dos habían puesto el listón realmente alto.

La experiencia ha sido, una vez más, emocionante y Ángel está canalla, gamberro y muy divertido. El show sigue gozando de una estupenda salud, sigue siendo un espectáculo divertidísimo, vibrante y lleno de vida.

El hecho de que The Hole vaya a tener una versión en Las Vegas -la capital mundial del entretenimiento- da una idea del altísimo nivel que tiene este show. Pero, por una vez, no hace falta esperar a que una gran producción de este tipo agote su gira mundial hasta llegar a Madrid o conformarnos con ver reportajes en televisión soñando con algún día poder viajar a la otra parte del mundo para verlo. The Hole está aquí al lado y, sí, nos vamos a sentir como en casa, porque estos chicos se lo han montado de una forma que parece que hayan preparado la fiesta especialmente para ti. Te hacen sentir parte del espectáculo, te convierten por unas horas en protagonista y cómplice de este espectáculo maravilloso.

The Hole es toda una experiencia por muchas cosas: por la transformación que han hecho en el Teatro Caser Calderón para convertirlo en un atractivo club donde puedes ver el show mientras tomas un mojito o una copa de champagne o, ¡incluso cenar!; por la amabilidad de todo el personal, camareros, artistas, etc. que le dan un gran valor añadido a la experiencia; por la belleza de la escenografía y la iluminación; por el cuidadísimo vestuario; por la calidad de los números, por el delirante guión que hace que apenas puedas parar de reír y, sí, también por los cuerpazos que te harán sentir como si de improviso hubiera vuelto el mes de agosto y estuvieras en la playa de tus sueños. ¡No te querrás ir!

Con respecto a los números hay que destacar los vozarrones de los “Mayordomos” (Adríán García, Alberto Aliaga, Alejandro Forriols y Julián Fontalvo) que, además, interpretan unas selecciones genialmente adaptadas que hacen que uno no pueda parar de moverse en la butaca.

Estéticamente mi número favorito sigue siendo el momento Almon (Julio Bellido) con Super Gold (Donet Collazo), es una pieza con mucha magia y de gran belleza estética. Oír cantar a Almon mientras que Super Gold hace unas acrobacias brutales es verdaderamente algo que se graba en el oído y en la retina.

Pero es que cuando Vinilla Von Bismark o/y el Pony loco (Nacho Sánchez) pisan el escenario provocan una marea de suspiros (de admiración y deseo) y cuando Viviana Camino (Gynoid) hace su número (realmente original y sexy) da la impresión de que se va a necesitar un reanimador cardiaco en la sala.

Las Supernenas, Arancha Fernández y Laura C. Morcillo, tampoco hacen bajar el ritmo de los latidos, ¡para nada! Imposible no asombrase al ver como vuelan estas chicas.

El momento “palco” de Ángel Ruiz es desternillante. El fabuloso guión de Secun de la Rosa funciona muy bien durante toda la función.

No hay que ir a ver The Hole sólo porque sea un espectáculo canalla y divertido, hay que verlo porque es un tratamiento terapéutico contra la crisis, la cuesta de enero, el frío del invierno y todos los problemas del día a día. Cuando salgáis del Teatro Caser Calderón lo haréis con una gran sonrisa en la boca y una sensación de haber desconectado de todos los problemas, y eso, tal y como están las cosas, es impagable